COLUMNISTAS
despedidas

Eduardo, Gloria, Zypce, Isol y yo

1-11-2020-Logo Perfil
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Eduardo del Estal (1954-2021) se fue de esta tierra el domingo pasado y no sabemos muy bien a dónde fue. Tampoco sabemos escribir un obituario. Ni despedirnos. Filósofo, pintor, poeta, suegro, padre, compinche, deja un vacío enorme lleno de su obra inmensa, ante la que Gloria, Zypce, Raquel, Isol, y yo quedamos de pie con la tarea de desbabelizar lo que se pueda.

De escritura indomable, fue poco editado. Algunos obstáculos misteriosos lo han hecho difícil. Tal vez fuera él mismo el obstáculo, siempre en busca de una perfección monumental, renacentista, para aquello que era asombro inmediato a la razón. Si bien su Historia de la mirada supo circular entre artistas, alumnos y colegas, tal vez sean sus fragmentos, sus esquirlas –difundidas a modo de aforismos por dramaturgos, pintores o escritores de varias latitudes– las que señalan un cielo ininteligible de poderosas verdades en suspensión. ¿Para quién editar? ¿Quién sería el lector de estas ideas como trazos de finísimos pinceles, de estas filosofías inexactas como poemas malditos?

La confusión vino siempre en bandeja. Como yo lo citaba con ahínco pero sin poder presentar más pruebas que nuestras charlas familiares (ya que es el padre de mi mujer y el abuelo de mis hijos) mi editor Jorge Dubatti pensaba que Del Estal era una invención mía, un personaje inverosímil. Mucho me honraron con esa brava idea. Ayudaba poco que el propio Del Estal no lo refutara. Yo creo que Dubatti terminó por editarlo sólo para verificar su existencia autónoma y explicar el origen del talento de Isol y Zypce, sus dos hijos, y para caer de bruces en ese abismo trágico de su universo: “La realidad es la resistencia de las cosas a todo orden simbólico”, o sea que las cosas militan, se esfuerzan, para no dejarse atrapar por el lenguaje. También podría deducirse lo contrario; su pensamiento viene en ondas y no en frases. 

Él me abrió un prólogo enigmático a sus lecturas favoritas: Wittgenstein, Hegel, Benjamin, el free jazz, también a Juarroz, a tantos poetas. 

“Lo que en una obra de Arte está impulsada a decir –y lo calla– es una enunciación enigmática: No soy bella, soy peor”. Así lo escribía. Y ponía Arte con mayúsculas para luego demostrar su inexistencia. “La condición ontológica de la Belleza es la inminencia de una revelación. Lo Bello es una revelación que no puede producirse. Estrictamente, la función de la Belleza no es seducir, armonizar u ordenar sino hacer posible la vida ocultando lo pavoroso. Detrás y después de lo Bello está la Nada, el vacío original, el abismo. Su poder de revelación depende de su poder de ocultamiento. La Belleza es el lado interior del borde de lo posible, su lado externo es el horror.” 

Horror es el nombre que damos a lo que está más allá de lo bello. Allí vas, Eduardo querido, a ver la última revelación. Y desde ahora nos veremos siempre y no sólo a veces.