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CAiDA GLOBAL

EE.UU., responsable del mundo

Nadie puede afirmar seriamente cuánto va a tardar el agujero negro en el que se han convertido las finanzas de este mundo en dejar de absorber billones de dólares provenientes de fondos estatales, ni el aspecto que tendrá el sistema luego de las ablaciones de órganos, amputaciones y toilettes quirúrgicas por las que tendrá que pasar, pero lo que es seguro es que luego de la crisis, el dínamo que impulsará al planeta será de nueva generación.

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Nadie puede afirmar seriamente cuánto va a tardar el agujero negro en el que se han convertido las finanzas de este mundo en dejar de absorber billones de dólares provenientes de fondos estatales, ni el aspecto que tendrá el sistema luego de las ablaciones de órganos, amputaciones y toilettes quirúrgicas por las que tendrá que pasar –aunque algunos no se resisten a jugar una bola en la ruleta de las premoniciones–, pero lo que es seguro es que luego de la crisis, el dínamo que impulsará al planeta será de nueva generación.

Sea como fuere que los Estados Unidos es el actor internacional de mayor peso (con un PBI que representa alrededor del 30% del mundial, algo más del 30% del consumo, gastos en investigación y desarrollo que alcanzan el 40%, un aumento de la productividad que en el primer semestre de 2008 llegó al 3,3% anual, y un promedio de edad hacia el 2050 que rondará los 36 años, en tanto que el de Europa habrá subido de 38 a 56 años), “…cualquier problema global seguirá siendo un problema estadounidense”, tal como lo han escrito los periodistas de The Economist John Micklethwait y Adrian Wooldridge.

Por lo mismo, en el problema global hay una responsabilidad estadounidense. Ideas, personas e instituciones circulan en este mismo momento por los corredores de la muerte (civil) designados para que deambulen los culpables mientras esperan la condena humana.

Esperan el turno del condenado ideas tales como redefinir la seguridad social rumbo a la privatización; consolidar los recortes de impuestos para los más ricos; asignar dinero al poderío militar estadounidense privatizando las guerras; agregar centenares de páginas al libro de salmos del libre mercado; estimular la hostilidad respecto del Estado; reducir el gobierno todo lo posible como para que se ahogue en una bañera; multiplicar los “millonarios.com”; erigir “McMansions”, pretenciosas por fuera y desabridas por dentro; y perpetuar el derecho de pernada al que se creen acreedores los norteamericanos de disfrutar de combustible barato.

Deambulan los corredores de la muerte civil personas como George Bush, el “texano tóxico” que decora el árbol de Navidad de la Casa Blanca con águilas en lugar de palomas; Dick Cheney –ex presidente del consejo de administración de Halliburton–, desenmascarado durante una “ausencia en una localidad no mencionada” tirándoles a unas piezas de caza como un mico, con el Servicio Secreto trepado a un trailer; John Ashcroft, el fiscal general hijo y nieto de clérigos pentecostalistas, que se ungía a sí mismo con aceite antes de los actos importantes (su etiqueta favorita era Crisco); Richard Perle, director del Consejo de Política para la Defensa hasta el 2003, quien en 2002 explicó a unos boquiabiertos periodistas de Le Monde que la tarea de los Estados Unidos era reunir unos cuantos aliados y salir en persecución de los malhechores, y que repetía que la política exterior estadounidense podía resumirse en la siguiente pregunta: “¿Quién es el siguiente?”; Paul O’Neill, que dijo en Davos en 2002 que no pensaba arriesgar el dinero de los “plomeros y carpinteros” estadounidenses en créditos a países en desarrollo.

Esperan el veredicto de la historia instituciones como el Poder Ejecutivo, la Cámara de Representantes y el Senado, y el Poder Judicial. Más concretamente, la Corte Federal de Justicia.

De acuerdo con la opinión del profesor Jeffrey Rosen, el período de la Suprema Corte que terminó en junio de 2008 ha sido “excepcionalmente bueno para los negocios norteamericanos”. A pesar de que la Corte disfrutaba de una bien ganada fama de emitir fallos divididos, por lo que concierne a los intereses vinculados con los negocios se ha venido mostrando inesperadamente unida. De los 30 casos de negocios resueltos en el último turno, 22 fueron decididos por unanimidad o con alguna disidencia. Incluso el “ala liberal” del Tribunal se ha pronunciado de modo insospechado. Ruth Ginsburg, por ejemplo, ha dicho que si no son adecuadamente acotadas, las garantías privadas en acciones por fraude pueden ser usadas abusivamente. Stephen Breyer elogió que el Congreso hubiera tratado de podar injustificadas garantías en juicio. David Souter se alegró de que los riesgos de litigar inclinaran a los demandantes a conciliar debido a los altos costos en lugar de pleitear. Esos actos de contrición de los jueces autodenominados “liberales” de la Corte deben de haber regocijado a los inquilinos de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, una organización para la promoción y la defensa de los negocios pródigamente financiada, que se ubica en un edificio tan majestuosamente parecido al de la Corte Suprema como que los construyó el mismo arquitecto, Cass Gilbert. Estos pronunciamientos –según Rosen– señalan un cambio oceánico al interior del Alto Tribunal.

Una generación atrás, hubo jueces que miraban a los negocios bien con escepticismo, bien con prejuicio, y eran hospitalarios con los grupos de consumidores o con los activistas ambientales. Un economista popular como William Douglas, que sirvió en la Corte desde 1939 a 1975, alguna vez supo decir que estaba preparado para inclinar la ley a favor del medio ambiente y en contra de las corporaciones. Hoy, un perfil semejante es inhallable. El 40% de los casos que oyó la Corte en su último término involucraron intereses de negocios, más arriba del 30% de promedio en los últimos años.

Micklethwait y Wooldridge escribieron que gane quien ganare en la elección del primer martes de noviembre de 2008, la agenda estará fijada por la derecha. La “excepcionalidad de los Estados Unidos”, sostuvieron, consiste en ser una nación conservadora: entre “Pelosiville” (San Francisco, por Nancy Pelosi, líder de la minoría demócrata) y “Hastertlandia” (Illinois suburbano, por Dennis Hastert, presidente republicano de la Cámara de Representantes), prevalece “Hastertlandia”. San Francisco forma parte del Estados Unidos “vertical”, el que visitan y del que hablan los turistas. Illinois, del de los campos de maíz “horizontales”. En Illinois, un buen “salvavidas” a la altura del abdomen es señal de prosperidad; en Frisco, hasta los obesos son como un junco. Los habitantes del distrito de Hastert se consideran norteamericanos “típicos”, y al parecer son muchos. Más del doble de los estadounidenses se definen antes como conservadores (41%) que como “liberales” (19%).

Pero todo eso fue escrito hace un par de años y no son muchos los que quieren jugar una bola en la ruleta de la premonición, sobre todo cuando se trata de hacer hipótesis sobre el día siguiente, el que no estaba en los libros, salvo en los de comercio. Ese día que ahora llega, en cambio, nunca estuvo en los libros que publicaban los institutos Cato y el Americano de la Empresa para la Investigación de Políticas Públicas (AEI), y la Fundación Heritage con toda seguridad.


*Ex canciller.