Estoy estrenando despacho. Hacía mucho que no tenía escritorio fuera de mi casa. Tanto tiempo, que ya no recordaba la sensación de incompletud (no puedo escribir tal cosa porque me falta un libro, no puedo abrir una determinada página porque me falta una clave, y así). En aquellas épocas (Ediciones de la Flor, Magazín Literario, Radarlibros) no dependíamos tanto de internet.
Ahora uno debe tomar la precaución de salvar los documentos con los que trabaja en la nube (dropbox, Mega, Google Drive, etc...), cosa que yo me olvido de hacer sistemáticamente, y por eso tengo que volver a empezar de cero cada vez que cambio de ambiente.
Con el tiempo me acostumbraré. Pero había escrito una linda columna en diálogo con el “Qué nos pasó” de Beatriz Sarlo, que me quedó en una computadora a la que no sé cómo acceder. Lo que nos pasó, argumentaba, fue que el actual régimen explotó las peores características de la sociedad: el resentimiento, la paranoia, los complejos de inferioridad, la tendencia a esperarlo todo de una figura paternal, encarnada (hegelianamente) en el Estado, el egoísmo anómico según el cual no importa cómo le vaya a los demás mientras a mí me vaya bien, la adhesión sentimental a los discursos simplistas, la sempiterna tendencia a desconfiar de los otros y nunca de uno mismo.
Esos horrendos vicios de conciencia y de conducta prendieron a tal punto en la ciudadanía que es imposible imaginar un futuro promisorio para las elecciones de octubre. Gane quien gane (y esto lo saben hasta los más recalcitrantes votantes de Scioli) vamos a estar peor: más limitados en nuestras posibilidades, más atónitos ante la pobreza y la ignorancia, menos capaces de imaginar un futuro no para nosotros (que somos ya puro pasado) sino para los jóvenes.
Hoy me dediqué a colgar unos cuadritos en mi despacho: una foto de Kafka, el que dijo “hay esperanza en el mundo, pero no para nosotros”.