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Eficiente señora

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Maravilloso. Estupendo. Perfecto. Sensacional. ¡Y pensar que hay gente que protesta! Dígame la verdad, estimado señor, ¿usted no se siente feliz con esta primavera? Sí, ya sé que no es de veras primavera y sé que no se trata más que de una chicana del clima para hacernos caer en la trampa y después reírse de nosotros a carcajadas agarrándose la barriga. Y, bueno, no importa: es una chicana agradable, tibiecita, luminosa y que va a durar poco. Mañana o pasado (o cuando usted lea esto ya habrá sucedido) se nos van a venir encima los días fríos, cortos, oscuros, lluviosos. Horribles, en una palabra. Pero por hoy, y esperemos que mañana también, aunque no me animo a extenderme más allá, por hoy la Señora Naturaleza se agrega al festín de sol y deja que las plantas echen brotes y pimpollos y vienen los sabihondos de turno y nos echan a perder las horas de sol explicándonos que eso es malo porque las hojitas nuevas se van a helar y no se van a reponer y todo va ser un espantoso fracaso. ¡Ay, cómo me molestan los sabihondos! Como si la Señora Naturaleza no supiera lo que hay que hacer. Fíjese que hasta ahora ha sido de lo más eficiente, y eso que ha pasado por pruebas más que despiadadas, y ni siquiera le estoy hablando de la bomba atómica. Porque si nos vamos más atrás, muy atrás, piense un poco, querida señora, piense en lo que eran las glaciaciones y le doy permiso para que se estremezca de horror: un frío que hoy no podemos ni siquiera imaginar, nieve, hielo por todas partes, y eso no durante tres meses sino miles de años. Sí, eso dije, miles de años, y si quiere más precisiones, decenas, a veces centenas de miles de años. Bueno, los sabihondos van a venir a decirme que sí y que a pesar de todo nos las arreglamos para sobrevivir. Cierto. ¿Eso qué prueba? No sé, no estoy muy segura. Que somos cabezas duras, tal vez. Que somos ingeniosos y por lo tanto, aun bajo el hielo, inventamos algo para seguir viviendo. Tal vez también. La cosa es que sobrevivimos y que ya, si usted se acuerda, andamos por el siglo veintiuno, que no es ni media hora comparado con los cuatro millones de años que lleva la especie Homo pisando esta bola terrestre. Durante esos millones y millones de días y de noches, la Señora Naturaleza se las arregló para hacer su tarea y también, de vez en cuando, para tirarnos con alguna idea brillante con la cual poder sobrevivir. Buena tipa, la Señora Naturaleza, no me diga que no. Yo sospecho, es una sospecha nada más, sin nada que la sostenga porque no soy más que una lectora ingenua de todo esto que le estoy contando; sospecho que fue ella la inspiradora de la primera gran revolución en la historia de la humanidad.

(Paréntesis para arriesgar una observación casi peligrosa: si tengo razón, habría que tener otro feriado que tendría que ser internacional, para festejar semejante sacudón en la historia del género humano. Pero mejor no, por favor. Basta de días feriados, que ya son demasiados, y dediquémonos a trabajar. ¿Sabe cuántos feriados hay en Japón aparte de los domingos? Cuatro, estimado señor, cuatro. No sé cuántos nosotros pero sé que son demasiados.)

Fin del paréntesis y sigamos.

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Decíamos, querida señora, que la Señora Naturaleza es inmensamente eficiente e insistente. Y mire que ponemos innumerables obstáculos a su tarea un día sí y otro también. Y Ella dale que dale. ¿Deforestación? Ella se va hasta Brasil y le habla a Dilma, que sueña y que al día siguiente nomás se pone a la tarea de parar semejante crimen contra la humanidad. ¿Caza de delfines? ¿De ballenas? Yo, que acabo de hablar bien de los japoneses, acá tengo que decir que la Señora Naturaleza está furiosa y no deja de trabajar para parar semejante crimen. Y se ocupa de todo, no crea que no. Acaban de tirar abajo un plátano en la vereda de enfrente, San Martín y Esteban de Luca, si quiere venir a ver el cadáver. ¿Por qué? Porque sí. Probablemente porque tapaba un poco la vidriera de una tienda. No sé lo que va a hacer Ella, la Señora Naturaleza, pero espero que actúe. No con un tsunami, como ya hizo en Japón, pero por lo menos con un enorme pozo que se abra de repente a los pies de los asesinos. No, no estoy loca: no les deseo la muerte pero sí un susto mayúsculo, a ver si se dan cuenta de que sin árboles no se puede vivir. Amén.