COLUMNISTAS

El 2016 comienza ahora

El verdadero peligro para encarar la encrucijada argentina es menoscabar los desafíos políticos y socioeconómicos que hay.

¿CRUDO O A PUNTO? Miguel Galuccio
| Pablo Temes

Es improbable que las medidas de política que no sean impulsadas en los primeros seis meses del nuevo gobierno (para ser aprobadas en los primeros doce) vean la luz en los siguientes tres (o siete) años. La dinámica política es tirana: 2016 es el punto de inflexión, el año bisagra que marcará la década. En cambio, 2017 es año de elecciones parlamentarias, 2018 de ilusiones de reelección, etc. No sólo en la Argentina el partido se define prematuramente, como lo atestiguan los ejemplos de Lula 2003 o Peña Nieto 2013. En todo caso, los cambios se introducen o no en los primeros 100 días; el resto es elaboración y gestión, retórica y plancha.

Lo anterior implica que el nuevo gobierno deberá arrear votos para sus reformas ya en enero de 2016, lo que a su vez implica que estas reformas deberán estar analizadas, redactadas y priorizadas (hay que seleccionar batallas) antes del próximo diciembre. Así, nos queda 2015 para pensar la estrategia de juego para ir en busca del futuro.

Sin grandes cambios. Nadie espera modificaciones sustanciales en 2015; en el mejor de los casos, el Gobierno nos ahorrará nuevos errores, en el peor profundizará los déficits. Las urgencias de hoy también serán las de 2016: estancamiento del producto, atraso cambiario, déficit fiscal alimentado por subsidios tarifarios, e inflación inercial bordeando el 40% (hoy contenida en 30% por el estancamiento, el atraso cambiario y los subsidios tarifarios). A esto se sumará un mundo que cambia más rápido de lo que a veces se percibe, y no necesariamente a nuestro favor: commodities en baja, rotación del crecimiento de China a los EE.UU. y tercera revolución industrial.

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En 2014, la complacencia de campaña (previsible: el voto favorece al optimista) adquirió formas diversas: el santo grial de Vaca Muerta, la lluvia de dólares, el golpe de confianza. Por suerte, en los últimos meses enfrentamos un baño de realidad. El colapso del precio del crudo devaluó los dólares petroleros (que de todos modos llenarán las arcas de YPF y la burbuja neuquina antes que las del gobierno federal) y la salida de capitales de las economías emergentes puso en dudas la intensidad de la lluvia.

Promesas vs. realidad. Por otro lado, varias de las inevitables promesas de campaña (reducción de ganancias y retenciones, aumentos del gasto) se riñen con los números fiscales. Un reciente trabajo de Cippec mostró que el espacio del fisco está en lo inmediato reducido a lo que se le pueda ganar a los subsidios; el resto dependerá del endeudamiento –limitado, si se quiere eludir la dependencia financiera de los 90–, de un blanqueo en serio (con controles e incentivos adecuados, que facilite la repatriación de capitales fugados de origen verificable) o del crecimiento, jaqueado por la apreciación del peso (cuesta ver al próximo gobierno sacrificando su capital político al día uno para corregir con una devaluación superior al 40% el atraso cambiario heredado).

Finalmente, la inflación, el dólar, los cepos, los holdouts –que probablemente condicionen las políticas de 2016– son apenas la punta del iceberg de un balance más espinoso entre productividad y demanda de trabajo, crecimiento y bienestar.

Los peligros. ¿Demasiado pesimista para las fiestas? Depende de cómo se defina el optimismo, y de cómo se interprete la encrucijada del país. Desde una perspectiva más amplia (ideal para un comienzo de año), el verdadero peligro es menoscabar los desafíos, convencernos de que con cambios cosméticos y renovación de elenco salimos adelante, de que la escasez de dólares y la caída del empleo, el colapso de las exportaciones y el déficit fiscal, el deterioro de los servicios públicos y la creciente dependencia de un Estado ineficaz son eventos recientes atribuibles a funcionarios inexpertos.

El peligro, en suma, es no reconocer la necesidad de un cambio, donde la continuidad sea contención y protección social y no repetición de fórmulas anacrónicas y defensivas. Por eso no es malo este sentimiento de urgencia que nos despabila y nos obliga a buscar el resultado.
En 2016 el país tendrá una nueva oportunidad de despegar, pero la ventana es pequeña y menguante. Tenemos doce meses para prepararnos. El 2016 comienza ahora.