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El ajuste no es una opción

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Muchas veces se presenta a las políticas económicas –y por ende sociales– como hechos inevitables  frente a determinadas circunstancias. Quienes tienden a sostener esta teoría de lo “inevitable”  responden a coaliciones formales o informales –en realidad, “poderes”– que reúnen a organismos multilaterales (FMI, Banco Mundial) más sectores conservadores ortodoxos locales más intereses ligados a las finanzas, en el sentido amplio, locales e internacionales.       

Lo más frecuente es que ante desequilibrios macroeconómicos se recomienden políticas de ajuste que reducen el gasto público (aun el social y de infraestructura), bajan salarios y pensiones, aumentan la deuda externa y limitan instrumentos de política económica al mínimo posible. Ese es el caso de Grecia, cuya evolución a partir del año de crisis, 2008, indica que el ingreso o producto bruto está, aun seis años después, 33% por debajo del nivel de partida.

Algunos países, sin embargo, han sido capaces de enfrentar los desequilibrios y reordenarlos con políticas económicas que articulan elementos heterodoxos con otros ortodoxos, que parten de la premisa esencial de que no hay reequilibrios posibles allí donde no hay un crecimiento sostenido. El orden fiscal y la reducción de la deuda sólo son posibles en el marco de una combinación de cambios estructurales (ejemplo: reestructuración de la deuda externa) y crecimiento. Este es el caso de Argentina, que a partir del año de la crisis, 2002, tuvo un crecimiento sostenido y a los seis años del peor momento alcanzó un nivel 42% por encima del nivel de partida.   

El modelo del ajuste, en nuestro ejemplo el modelo impuesto a Grecia, tiene riesgos que radican en largos períodos de declinación, con efectos negativos sobre el cuerpo social y sobre los sistemas políticos, con pérdida de densidad democrática.    

El modelo expansivo, el que ofrece Argentina, no está libre de sus propios riesgos, que  están asociados a la aparición de políticas “populistas”, de redistribución de lo que no se produce, que vuelven a destruir los equilibrios macroeconómicos y que terminan frenando el crecimiento y afectando a los sectores de menores ingresos.  Una vez más con pérdida de legitimidad democrática. En el caso de Grecia, los riesgos están asociados a la “persistencia” de las políticas. En el caso de Argentina, los riesgos emergen del “abandono” de las políticas, tal como ha ocurrido a partir de 2007. En todo caso, esta segunda fase de los programas poscrisis no es inevitable. Ni Grecia está obligada a continuar con lo que no le ha dado resultado, ni Argentina lo estuvo como para abandonar lo que sí le había dado resultado.

*Ex ministro de Economía de la Nación (2002-2005).