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espejismo

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Me equivoqué ayer, cuando dije que estas elecciones no iban a tener ninguna relevancia. Sigo pensando que es así en términos prácticos, para el futuro político del país, pero no imaginé que las PASO iban a tener consecuencias tan concretas en mi vida y mi trabajo. Ante todo reconozco una virtud insospechada de las primarias: mi voto cantado a Carrió, esta semana, me permitió verla festejar. Y decidí así, de una manera informada y racional, que en octubre no voy a votar a nadie; a ella tampoco. La estoy viendo en este momento, agradecerle a los chicos “de los blogs” y llamándolos a ellos, y a todos los demás, a lo importante, que –dice– no es ganar o perder sino abrazar una causa. Bueno, vayan tranquilos, abracen la causa. Yo no puedo, se me quema el pollo que tengo en el horno.

Todos los demás candidatos, los que ganaron y los que perdieron, repitieron durante los festejos la misma preferencia ante “las propuestas” por sobre “las denuncias” que habían recitado como autómatas durante la primera parte de la campaña. Ayer, con su increíble cara de póker, Cristina Kirchner dijo lo mismo: que no hay que ganar con denuncias sino con propuestas. Esta coincidencia entre el discurso del oficialismo y el de la oposición sólo es sorprendente si evitamos reparar en un detalle que señalamos varias veces: todos los demás candidatos, los que ganaron y los que perdieron, son kirchneristas. En términos culturales, algunos son incluso más kirchneristas que el kirchnerismo: no es posible ver otra cosa que kirchnerismo en el baile espástico-triunfal de Macri al son de Gilda, o en las pelucas de payaso que tiene puesto el coro de aduladores de Diego Santilli, fan de Ho-Chi-Minh, eufórico porque el vecino entendió que ellos tienen un mensaje positivo, tienen propuestas.

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No se sabe cuáles son las propuestas de Santilli, y las de Massa tampoco, porque el único sustantivo que usó durante la campaña fue “propuesta”. Pero Alberto Fernández (sí, sí, el mismo) decretó que la gente “ha comprendido el mensaje de Sergio”, así que tal vez consiguió transmitirlo con la mente. Sería una gran ventaja, porque hablar ya vimos que no puede. Darío Giustozzi, que hace pocos meses celebró a Cristina Kirchner en un acto como intendente, asegura que ellos no quieren romper nada de lo que se hizo bien, quieren cuidarlo. Dice que el triunfo de Massa es “la victoria de un estilo”.

Los amigos argentinos que me quedan –más o menos amigos, más o menos aliados– están, en su mayoría, contentos. Creen que se acaba el kirchnerismo. En las 88 columnas que escribí para PERFIL encontrarán argumentos que demuestran lo contrario. Los voy a resumir ahora de una manera más simple y será la última vez que hable del tema, porque con los festejos de las PASO me terminé de curar. Pensé que iba a tardar más, me salió bien. Me gustaría, si en PERFIL me dejan, escribir 100 columnas –es un buen número redondo– pero sobre esto creo haberlo dicho todo.

El kirchnerismo no empezó con Kirchner sino mucho antes: en la intersección de la utopía Nac & Pop y el tetrabrik de rock chabón. Y no va a languidecer tan fácilmente en una derrota electoral de su núcleo cristinista más enfermo: el kirchnerismo se expande en cada concesión, en cada acto demagógico, en cada una de las veces que decidimos hablarle a los demás como si fueran tarados porque si les dijéramos la verdad nos odiarían. El kirchnerismo es Tinelli, y es TN en este momento, es la idea de que la ilegalidad y la injusticia se resuelven votando a otro monarca que sea más bueno, o no tan malo; la ilusión de que lo que queda de la clase media más o menos ilustrada podrá zafar con elegancia en la medida que disimulen su condición y se parezcan un poco a Pablo Marchetti. El kirchnerismo es esto que votaron casi todos, la turba futbolera rebuznando el himno para Massa que les sonríe agradecido. Si ustedes están en condiciones de vivir con eso creyendo que es otra cosa, no seré yo quien les arruine el espejismo.


*Escritor y cineasta.