Richard Rorty no es sólo un filósofo norteamericano conocido por ser pragmatista. Es un estuario. Confluyen en él las principales corrientes de la filosofía contemporánea. Es además uno de los escritores más refinados de la filosofía. Desde Bertrand Russell no se aprecia un estilo filosófico en el que la elegancia, el humor, la ironía y la economía de los argumentos ofrecen el placer de la lectura. Una de las particularidades de su pensamiento es que ha pasado por un proceso de conversión. Formado en la filosofía analítica, abandona esta tradición luego de escribir sus primeros textos en el marco del “giro lingüístico”, y muda su pensamiento hacia el llamado continente. Inicia así un diálogo europeo con la hermenéutica alemana a través de la obras de Heidegger, Gadamer y Habermas. Se interesa por la producción de la filosofía francesa y se declara admirador de Jacques Derrida. Por otra parte, bucea en las raíces del pensamiento de su país y rescata a un olvidado John Dewey, a quien considera uno de los principales filósofos del siglo XX.
No rechaza la obra de Heidegger por sus posiciones políticas. Ni El ser y la nada de Sartre –a quien lee y valora– está contaminado por el stalinismo, ni Ser y tiempo por el nazismo.
Se considera a sí mismo un intelectual; es decir, un escritor de filosofía que conversa con sus lectores y con un público. Cita al obispo de Berkeley, que decía que el filósofo debía hablar con el vulgo y pensar con el docto. Vulgo no quiere decir vulgar sino ámbito de la opinión y de la observación cotidiana.
Decide abandonar los departamentos de filosofía de universidades. Dice que lo que se elabora allí es relleno rancio con el que se embalsaman cadáveres. Las interminables disquisiciones sobre la verdad, el referente, la objetividad, la creencia y la justificación no son más que pasta de congresos y pretextos para tediosas tesinas. Además de un buen método de reproducción burocrática y fortalecimiento de alianzas corporativas. Cambia de domicilio y se instala como pupilo en los departamentos de literatura.
El clan analítico no conoce las leyes de la exogamia. Le teme a todo lo que viene de afuera. Con los recursos de la semántica y la epistemología discurren como en el medioevo acerca de las bondades y los peligros del realismo, el idealismo y el nominalismo. El resultado es un montón de palabras abrazadas entre sí. No hay aire, ni siquiera ventanas.
Rorty ha sido acusado de ignorar que existe un mundo exterior a nuestro vocabulario. Se cansó de decir que jamás se le ocurrió pensar que no existen los dinosaurios si no los nombramos. Que sólo un psicótico puede pensar así. Pero no sabe qué podría decirse sobre los dinosaurios sin la paleontología. No mucho, sólo que existieron. Sostiene que las palabras y las cosas no se superponen una a una. Reality has no joints quiere decir que lenguaje y mundo no se ajustan como una tapa con su olla. Hay autonomía relativa de instancias y estructuras de recepción sistémicas que anulan la correspondencia inmediata ya fuere atomista u holística.
Rorty es hijo del siglo de la novela. Señala que los últimos maestros de la juventud fueron los grandes escritores de ficción. Aprecia en especial la novela de protesta moral. Pero no necesariamente puritana. Le interesa el modo en que Harriet Beecher Stove y Charles Dickens presentan los mundos del tío Tom y de Oliver Twist, como Vladimir Nabokov a su Lolita. Estas novelas muestran que la humillación y la crueldad son los polos de nuestra indignación moral. Es lo inaceptable que nos hace reaccionar casi instintivamente. La acción solidaria es la respuesta a la moralidad abominable. Pero la preocupación por los otros no es racional. Deriva de un sentimiento de participación en el dolor del prójimo. Rorty no le teme a la palabra compasión. Es amigo de Vattimo y sabe que el amor cristiano no es exclusividad del Vaticano ni del Opus Dei. Propone una política de los sentimientos. Además de la literatura, se elabora una educación sentimental a través de las nuevas tecnologías de imagen, sonido y grafos. Los documentales, los informes trasmitidos por los medios masivos de comunicación, los trabajos de etnología, la presentación de lo que sucede en sociedades extrañas a la nuestra nos muestran otras condiciones de vida, y un mismo sufrimiento. Rorty afirma que lo que mejor entienden los seres humanos de culturas diferentes es lo que les provoca dolor. La muerte de un ser querido, la opresión, las vejaciones, la crueldad son canales de un idioma común.
La Guerra de los Balcanes hizo que se preguntara sobre los procesos de deshumanización que permiten la irrupción de actos sádicos poco antes inimaginables entre miembros de una misma comunidad.
Rorty es socialista. Fue educado en una familia y un ambiente en que el socialismo se manifestaba en la lucha sindical y las batallas políticas de los partidos de izquierda. Su antistalinismo lo alejó desde joven del comunismo. Piensa que el socialismo se decide en el problema de la distribución de la riqueza. La desigualdad es el nudo de los conflictos contemporáneos. No por eso apela a la violencia revolucionaria en cualquiera de sus formas. Cree en el progreso social impulsado por las reformas legislativas y las políticas educativas. Es el modo en que los cambios se solidifican y son duraderos.
Afirma que en los EE.UU el tema de la pobreza fue desplazado largo tiempo por las reinvindicaciones de las minorías. Martin Luther King, agrega, no quería que los negros recuperaran su cultura, sino que vivieran tan bien como los blancos. Dice ser parte de la izquierda sencilla. No considera que lo más importante para cada grupo o minoría sea tener su cultura y sufrir por lo que sufrieron sus tatarabuelos.
Se define como ironista; es decir, alguien que admite la intervención del azar y la posibilidad de la invención de nuevas formas. Ni el sentido de la historia que ha de ser lo que debe ser, ni el mundo externo que es lo que es, ni un Dios que también es lo que es impiden que nuestro mundo sea contingente. Transitorio en su devenir, y nosotros, sus habitantes, tangenciales respecto de nuestro decir.
No cree que necesitemos de un horizonte ideal para que la vida tenga sentido ni siquiera para tener una escala de valores. La universalidad ética proclamada por Jürgen Habermas no es más que la búsqueda de un auditorio ideal. Precisa que más que ideales que nombrar, es bueno saber qué clase de espanto repeler y de qué situaciones alejarse.
Cuando le señalan que ante los dilemas morales debemos aplicar nuestra idea del bien y del mal, dice que en general elegimos aquello que nos hace soportable mirarnos el día de mañana en el espejo. El sentimiento de sí o vergüenza en Rorty, el cuidado del otro de acuerdo con los relatos de T. Todorov de lo ocurrido en los campos de exterminio, y aquello que piensa Paul Veyne sobre la conducta de rebaño, sin la cual no se entiende el sacrificio de los soldados en las guerras incomprensibles como la del ’14, muestran cómo las racionalidades argumentativas son débiles en los momentos en que la vida está en juego.
Cuando en un encuentro en Shangai, colegas chinos elevan su filosofía a las alturas de la sabiduría de Confucio, agradece el cumplido, pero estima que ser confuciano es ser como un paulino. San Pablo consideró que la castidad era una virtud fundamental, Confucio pensó que la obediencia a los padres era la muestra de una existencia virtuosa.
Les dice que no quiere ser más que un pragmático, alguien que cree que no es poco deseo querer que la gente viva mejor.
* Filósofo. Autor de El amigo americano-Introducción a Richard Rorty.