A los adultos les encanta que les cuenten siempre la misma historia. Aunque en el campo del pensamiento tengan antecedentes difíciles de equiparar, como Albert Einstein, Arturo Frondizi y Paris Hilton, con coeficientes intelectuales elevadísimos, sus hábitos diarios no difieren mucho de los del hombre del Pleistoceno. Al adulto le encanta que le cuenten un cuento antes de irse a la cama, pero el cuento que quiere oír debe responder hasta en el más mínimo detalle al que conoce: si el cuento cambia, el adulto señalará el cambio como un error y hasta se disgustará, pudiendo hasta romper en llanto. Esto se debe a su apego a los rituales: el adulto que escucha un cuento sabe que eso implica un ritual que se establece en un orden que él quiere poder dirigir, lo que le otorga seguridad. El cuento forma parte de una serie de acciones que el adulto necesita que se repitan, como bañarse, ponerse el pijama, cenar y meterse en la cama. La repetición le otorga una sensación de control sobre el mundo que lo rodea. Y cuando ese control se establece, cuando el mundo que se relata se corresponde a la perfección con el que él tiene prefijado de antemano, aplaude con furor.
A veces se nos olvida que los adultos viven en un mundo que todavía resulta desconocido, y si a eso sumamos su capacidad para experimentar emociones con gran intensidad –inquietud ante lo desconocido, ansiedad ante la pérdida o la posibilidad de cambio de sus convicciones, emoción y seguridad que les otorga la presencia de otro adulto comprensivo y cariñoso que les habla desde un estrado–, podemos entender que se comporten de ese modo.
En el acto de repetir hay en el adulto una vivencia de placer: escuchar música, leer, hacer deporte, trabajar o no hacer nada son a fin de cuentas actividades que tranquilizan, que certifican que el mundo sigue girando sin alteraciones, idéntico a sí mismo. Según los especialistas, el cerebro experimenta un placer particular al ser capaz de anticipar lo que va a decirse.
Los cuentos no solo entretienen, sino que además forman parte del aprendizaje del adulto. Uno de sus principales fines consiste en ayudarlo a superar los miedos. Y esto se logra con la repetición y la previsibilidad. La novedad descoloca y desorienta, lleva al adulto a un sitio donde no es cómodo estar, lo abandona en medio de un bosque lleno de peligros y venenos. Saber lo que viene después ayuda a que el adulto pierda el miedo. Y si otro adulto se empeña en modificar el desarrollo del cuento, lo que ocurre es la ruptura del vínculo, lo que a fin de cuentas se traduce en el miedo, manifestado a través del disgusto.
Naturalmente, existen adultos que, por el contrario, aman las variaciones, odian que el cuento se repita. En ese caso quien habla rompe el pacto con el adulto, pero a diferencia del caso anterior, éste se sentirá recompensado, no se enojará y seguirá tan tranquilo como antes, seguro y plácido.
Lo que debe hacerse es buscar con el adulto intransigente una negociación, ver si es capaz de admitir algún cambio en la historia, distintos temas, sentencias nuevas, personajes desconocidos. Pero eso debe de hacerse siempre como una invitación, no como una imposición. Al parecer, cuando las repeticiones dejan de serle útiles, el adulto deja de aplaudirlas para dedicarse a otros menesteres más espontáneos.
Y eso es todo lo que tengo para decir del discurso inaugural de Guillermo Saccomanno en la Feria del Libro.