COLUMNISTAS
Asuntos internos

El amor por las catedrales

No, no siento amor por las catedrales. Ni por las catedrales, ni por las iglesias, ni por las basílicas, ni por las capillas. No sé qué hacer en ellas, no sé qué mirar, y lo que miro no lo entiendo. Son lugares que conviene visitar con un guía, pero al mismo tiempo, son lugares donde se sugiere hacer silencio y donde no está bien visto sacar fotos. Cuando Witold Gombrowicz visitó las Cataratas del Iguazú lo que vio no le movió ni un pelo. “Es agua que cae”, escribió en su diario, “llamaría mucho más atención si el agua en vez de bajar, subiese”. Algo así me pasa con las catedrales, las iglesias, etc. Si estuvieran boca abajo serían mucho más interesantes.

Una vez un editor me hablaba de su interés por publicar a Fulcaner. Tuvimos una corta conversación en la que yo trataba de entender qué interés podía tener entonces volver a traducir El misterio de las catedrales de Fulcanelli, hasta que entendí que estaba hablando de William Faulkner, y entonces sí, me pareció buena idea. Nunca leí El misterio de las catedrales, pero siempre me intrigó la figura de su autor, sobre todo porque nadie tiene la certeza de quién fue en realidad.

Es una historia larga y aburrida, como casi todas las historias que no tienen final. Fulcanelli escribió solo dos libros: El misterio de las catedrales, un libro sobre los símbolos alquímicos presentes en las antiguas catedrales góticas europeas, en 1926, y Las moradas filosofales, en 1930, donde se concentra en otras construcciones con vocación de eternidad. Se afirma que escribió un tercer libro, póstumo, Finis Gloriae Mundi, cuyo título hace referencia a una pintura de Juan de Valdés Leal que se conserva en la iglesia del Hospital de la Caridad, en Sevilla. Valdés Leal pintó esa obra entre 1670 y 1672. En la obra se pueden apreciar tres planos: en el primero se ven dos cuerpos dispuestos cada uno en su ataúd, el esqueleto de un obispo, rodeado por insectos que caminan sobre él, y el cuerpo de un caballero cubierto por una capa. Delante de ellos hay una cinta con la frase que da título al cuadro Finis Gloriae Mundi (“El fin de la gloria del mundo”). Detrás se ve una mano iluminada entre nubes que sostiene una balanza con varios objetos en ambos platillos, entre los cuales, a la izquierda, se distinguen un cerdito, una cabra y lo que pareciera ser un perro, acompañados con la frase “ni más”, mientras que del lado derecho se observa un libro, un corazón con las letras JHS y la frase “ni menos”. En el fondo se divisan una lechuza y unos cráneos apilados con varios huesos esparcidos en el piso y un tercer cadáver recostado.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

En cuanto al libro póstumo de Fulcanelli, los estudiosos acuerdan en que es difícil asegurar que verdaderamente fue escrito por Fulcanelli sin saber antes quién fue Fulcanelli, o quiénes son los autores ocultos bajo el seudónimo Fulcanelli. Seguramente el halo de misterio que envuelve a este personaje contribuyó a fomentar el interés hacia él. Las hipótesis más acreditadas hablan de la colaboración de dos autores detrás de la identidad del gran alquimista: Jean Julien Champagne y un discípulo suyo, un tal Canseliet. Otra versión habla de Canseliet como del ladrón de los apuntes de René Schwaller de Lubicz.

Y sin embargo, aunque se trata de una incógnita, nadie pudo nunca asegurar que el único retrato que se le atribuye no pertenece a otra persona, por ejemplo a Champagne. Fulcanelli sería la instancia superior del autor desconocido: no se tiene ni la más pálida idea de quién fue ni cuál era su aspecto, y por eso se le asignan rostros ajenos, porque necesariamente sus libros alguien tuvo que haberlos escrito.