Esta es la historia de una generación de mujeres que, en los ’60 y ’70, se propuso cambiar todo. Inspiradas por intelectuales muy diferentes, como Betty Friedan, Simone de Beauvoir o Kate Millet, esa generación se adjudicó la misión de obtener poder para sí mismas (“empowerment” o “empoderamiento”) y, a la vez, cambiar la estructura de poder patriarcal que sostenía el dominio de los hombres sobre ellas. En la Argentina, en los tempranos ’70, al impulso del Movimiento (mundial) de Liberación Femenina y del movimiento (regional) de resistencia a las dictaduras, se sumaron a los partidos de izquierda y a la guerrilla. Entre ellas había un número importante de feministas que creían que la militancia de género podía convivir con la militancia política, que la lucha contra la opresión masculina no debía dejar de lado la lucha contra el imperialismo. Y viceversa. Apenas empezaba ese debate, en agosto de 1972, cuando 16 guerrilleros fueron asesinados en una base de la Marina en Trelew. La noticia llegó a la Unión Feminista Argentina (UFA) en medio de una reunión plenaria. Surgió un furioso debate: ¿debían seguir con el temario previsto o hablar sobre el rechazo a la represión del general Lanusse? No hubo acuerdo. Las feministas que militaban en grupos políticos y varias otras se indignaron por la falta de importancia que las demás daban al asunto y se retiraron.
En aquellos días tumultuosos, muchas mujeres dejaron de lado su militancia feminista por la “puramente” política. Ya habría igualdad en el socialismo. Hubo excepciones. El trotskista Partido Socialista de los Trabajadores (PST) creó su grupo de militantes femeninas, Muchacha, e incorporó reivindicaciones feministas en su programa. Una mujer fue su candidata a vicepresidente en las elecciones de 1973, Nora Ciapponi. Antes que ella, sólo había ocupado ese lugar Ana Zaeffer de Goyeneche en 1958, por el Partido Cívico Independiente. Pero parecía que había que optar entre los valores políticos generales y el feminismo. En 1974, las militantes del Frente de Izquierda Popular lograron incorporar consignas feministas en la plataforma partidaria. Algunas fueron pronto ascendidas en la jerarquía interna y absorbidas por la burocracia del partido. La avalancha de mujeres forzó a la conducción del PRT-ERP a crear, en 1973, el Frente de Mujeres. Pese a que en 1975 las mujeres constituían el 40 por ciento de los militantes, las promesas no se cumplieron. En 1973 Montoneros fundó la Agrupación Evita, pero asignó a sus integrantes las tareas “tradicionales”: organizar campamentos infantiles y montar festivales. Ese año, Cristina Fernández entró en la Facultad de Derecho de La Plata y se enamoró, tal vez en un mismo acto, de Néstor Kirchner y de la militancia política en la izquierda peronista. Para fines de 1975, declarado por Naciones Unidas Año Internacional de la Mujer, estos grupos, en los que subsistía la tensión entre dos ideales de liberación radical, habían comenzado a desaparecer por la fuerza. Acaso como símbolo, gobernaba María Estela Martínez de Perón, una bailarina que había heredado la presidencia por viudez. En 1976, las mujeres habían abandonado sus reclamos de género en nombre de la revolución y la revolución sucumbía violentamente. Recién en 1991 se propusieron, y consiguieron un logro más modesto: el cupo femenino del 30 por ciento para cargos legislativos.
Cristina Kirchner, hasta entonces legisladora de provincias, entró en la escena nacional gracias a esas primeras elecciones con cupo, para la Asamblea Constituyente de 1994. En pocos años, Argentina se ubicó en el ranking de los diez países con mayor participación de mujeres en los cuerpos legislativos. Una década más tarde, una mujer era por primera vez elegida como Presidenta de la Nación. Y otra mujer, Lilita Carrió, miembro de la misma generación, era su principal contrincante. Llegaron exhibiendo algunos estereotipos que su generación había luchado para destruir: Cristina, como “señora de” y se pronunció coqueta; Lilita se aceptó como “la mantenida” (sus dirigentes hacen una vaquita para cubrir sus gastos) y se mostró como “la emocionalmente inestable”, con llantos a mares. Como ellas, Benazir Bhutto, asesinada esta semana a los 54 años, se empapó de feminismo en la Universidad de Oxford entre 1973 y 1976. Sus modelos eran Indira Gandhi, la líder india que en los ’60 heredó el poder de su padre y en 1984 fue asesinada por extremistas sikhs, y Evita Perón, que llegó a la vida pública de la mano de su esposo. También Benazir comenzó su carrera como “hija de” e hizo política con los métodos de siempre. Primera mujer que llegó al gobierno en un país musulmán, jugó la vida por obtener el poder. Gracias a ella, a Cristina y a muchas otras, su generación logró uno de sus objetivos: el “empoderamiento”, aunque solo para sí, sin cambiar la estructura misma del poder del modo radical soñado cuarenta años atrás. ¿Otro sueño perdido para siempre? ¿O habrá que esperar otra generación?