La editorial Mardulce publica mensualmente una revista online y este número está dedicado al coronavirus. Nueve escritores hablan del tema desde la Argentina, Estados Unidos, España y Francia. En este momento, oscilo entre aislarme intelectualmente de la epidemia y sumergirme morbosamente en ella. Al final, motivado por la presencia de algunos nombres que aprecio, decido leer los pequeños artículos. Encuentro varios inteligentes y hasta alguno horrendo, pero uno de ellas se desmarca del resto. Está firmado por Mariano Pérez Carrasco, que se dedica, según dice al pie, a la filosofía y a la literatura italiana del medioevo y el renacimiento.
Pérez Carrasco empieza diciendo que el Decamerón de Boccaccio muestra cómo durante la peste de 1348 se quebró el orden de la civilización: “Disolución de los lazos familiares, abandono de los ritos funerarios, descuido de la ley divina y de la humana, abundancia de comportamientos deshonestos e inmorales”. Luego cita un discurso de Emmanuel Macron, en el que el presidente de Francia dijo: “Muchas certezas, muchas convicciones serán barridas, serán puestas en duda. Muchas cosas que pensábamos imposibles sucederán”.
Sin embargo, Pérez Carrasco no coincide con la comparación y advierte que “no podemos tomar como modelos las pestes anteriores, porque el orden social ya había sido modificado con anterioridad al advenimiento del virus. La antigua excepción de la peste es hoy nuestra normalidad”. Tras explicar que la sociedad ya está disgregada por las costumbres de las últimas décadas, concluye: “El puro poder –la afirmación de la vida sin más– ha reemplazado ya, en nuestras sociedades, a la razón, al bien, a la belleza, a la verdad (que son vistos como meros ‘efectos del poder’), y a todo lo que quienes nos han precedido consideraban sagrado”.
Es cierto, como dice Macron, que van a ocurrir cosas inesperadas: ¿cuándo volveremos a viajar, a ir al cine o a un concierto, a compartir el mate, a saludarnos a los besos? Es cierto que, más allá de estas banalidades, el virus nos dejará más pobres y más tristes. Hasta podemos despertarnos en un sistema totalitario, que será nuevo para nosotros aunque no para el mundo. Pero es muy poco probable que la experiencia nos vuelva más solidarios, más reflexivos o más previsores. Cuando termine (si termina en un plazo razonable), no tendremos una visión objetiva y desinteresada de lo ocurrido. Seguramente repetiremos algún relato y nos entretendremos mezclándolo con algunas teorías conspirativas. Aunque no hay un final feliz a la vista para esta batalla contra un virus mediocre, que hasta ahora le dio una paliza a los sistemas científico y sanitario.
Pérez Carrasco habla de otra cosa. Su artículo es radical hasta un punto insólito, es apocalíptico en el sentido màs absoluto: no se trata de que la peste nos vaya a hacer exhibir nuestras miserias de toda índole, sino que estas ya eran el núcleo de nuestra vida cotidiana. Dicho de otro modo, no es necesaria la cuenta final de los muertos, porque la peste ya había llegado antes y éramos sus víctimas sin saberlo.
Tal vez lo interesante del virus es que un pensamiento como el de este nostálgico de un tiempo sagrado (que no es el de nuestras actuales religiones) resulte atractivo. Eso es, en todo caso, lo único inesperado.