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El arquero ilusionista

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Cuando estábamos en cuarto año llegó al colegio un chico alto, morocho, bastante callado. Rápidamente se ganó un lugar porque atajaba bien.

Era uno de esos arqueros que sabían estar en el lugar exacto cuando venía el disparo perforador. No volaba. No le gustaba hacer alardes. Pero se atajaba todo. Y otra cosa más que nos gustaba: atajaba sin guantes. Aun en pleno invierno, cuando los pelotazos duelen como si te estallara una granada.

Con él en el arco llegamos a ganar dos campeonatos seguidos, el de la parroquia San Antonio y el de la iglesia San Francisco. Este último gracias a que él en una jugada mano a mano hizo “la de Dios” y le sacó un gol a Chaplin –no Chaplín–, un crack de esos que solo existen en los potreros.

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En un momento mi familia se tuvo que mudar a otra casa y mis viejos compraron en el mismo barrio. Cuando llegamos con la mudanza él estaba parado en el medio del pasillo de la casa. Nos reímos. ¿Vivís acá? Sí, vivía con la madre, la hermana y el padre en la primera de las casas. Mis viejos compraron la última.

Al padre, un tipo que nos cayó mil puntos, un hombre enérgico que iba de un lado para otro, tuvieron que operarlo en la cabeza y algo salió mal, y cuando volvió parecía otra persona. Como esos astronautas que viajan al espacio y cuando vuelven no son ellos sino un extraterrestre que tomó su lugar.

Para esa época ya habíamos dejado la secundaria y él había empezado a hacer magia de manera amateur. Recuerdo una noche de invierno con amigos en la que él empezó a hacer trucos. Tenía talento para hacerte creer que ibas a ver una cosa y aparecía otra. ¡Era tan bueno como atajando! Creo que no hay ningún arquero al que se lo apode Mago, eso es para los volantes creativos, no para los arqueros.

Un día se mudó junto a toda su familia y lo perdimos de vista por miles de años. Reapareció esta semana. En las noticias le decían “Alex el ilusionista”. Lo habían matado junto con su novia después de torturarlos durante todo un día.