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PANORAMA / CUMBRE

¿El Bicentenario de Macri?

La reunión de Buenos Aires tiene varias lecturas políticas y sociales. El efecto en la campaña 2019.

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CISNE NEGRO ¡AL COLON! Mauricio Macri | DIBUJO: PABLO TEMES

En la pizarra la idea lucía impecable, perfecta. Si Mauricio Macri desde los comienzos de su mandato observó que era más valorado por los líderes del mundo que por sus propios compatriotas, ¿por qué no traer a esos líderes a casa aprovechando el espacio que tiene el país en el foro que reúne a las economías más importantes del mundo? Era difícil predecir que la cumbre del G20 se iba a desarrollar en un contexto tan complejo para el país. Imposible comunicar la importancia de ser organizador de tan costoso evento en el año del déficit cero, en un 2018 marcado por la devaluación de la moneda, la baja del poder adquisitivo de los salarios, una fuerte recesión que impacta en la industria y el comercio y que en forma sintética se expresará en la caída del PIB en aproximadamente un 3%.

Respuestas. El G20 reúne a 19 países del mundo más la Unión Europea, y es el sucesor del G7 y el G8. El G7 solo reunía a los países centrales, y el G8 sumaba a Rusia. Sin embargo, la combinación de tres factores, la presencia de un amenazador movimiento antiglobalización, el ascenso de China, India y Brasil –reunidos en el grupo BRICs– y la crisis financiera de 2008, que hizo temblar al capitalismo central, fueron disparadores para integrar a esos y otros países antiguamente considerados del Tercer Mundo, una categoría que pierde valor post Guerra Fría. Sin embargo, hoy los movimientos antiglobalización de izquierda como el Foro Social, Attac, los anticapitalistas, entre otros, ya no tienen la potencia de 2001, cuando alcanzaron su punto más alto en la contracumbre del G8 de Génova. Pero el rechazo a la globalización, y especialmente a uno de sus efectos más notorios como las migraciones, se ha traducido en opciones políticas de derecha con capacidad de ganar elecciones como en Estados Unidos, en Italia o el propio Brexit.

La presencia de la Argentina en el G20 es un misterio para muchos analistas internacionales, que no entienden cómo ha ocupado ese lugar un país cuya economía es famosa por sus vicisitudes y hoy está conectada al respirador artificial del FMI.

Sin dudas, es un logro de la diplomacia kirchnerista que no cuenta con ningún tipo de reconocimiento en un país con rupturas en sus políticas estratégicas. De hecho, el propio Macri planteó en su discurso en la reunión general de mandatarios que este evento se hacía en la Argentina, “luego de tantos años de aislamiento”: una frase típica de la narrativa macrista. Lo curioso es que tampoco entienden el propio evento los propios argentinos, cuyo interés en este último tiempo estuvo más enfocado en las vicisitudes de la definición del Boca-River que en las complejidades de la política internacional.

Beneficios. Pero no se puede negar la relevancia de la cumbre como espacio de negociaciones bilaterales de las grandes potencias, aunque el mayor interés global esté puesto en las incidencias de la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Ahora no es claro si el país podrá tener beneficios directos como organizador del encuentro, aunque su calidad esté fuera de discusión. El problema es que la ansiedad argentina medida en términos de las necesidades de inversiones directas es un mundo paralelo para los tiempos de las negociaciones internacionales.

La pregunta sobre si Mauricio Macri tendrá algún beneficio interno por el hecho de haber sido el anfitrión de la cumbre tiene una respuesta ambigua. A buena parte de la sociedad argentina no le importan las cuestiones internacionales. Un indicador de esto es la decreciente cobertura de los medios argentinos sobre temáticas por fuera de las fronteras nacionales. Luego, gran parte de las menciones previas sobre la cumbre se vincularon a las medidas de seguridad que se desplegarían: los cortes de calles, las restricciones al tránsito y el armamento dispuesto por las fuerzas policiales. Lejos de transmitir una imagen positiva sobre el hecho, se generó temor y fastidio. Mucho menos se tomó conocimiento sobre las discusiones implicadas en a cumbre.

Una de las propias iniciativas introducidas por Argentina como país anfitrión, la seguridad alimentaria, es relevante en momentos que amplios sectores de la sociedad tienen dificultades para acceder a los alimentos básicos, que aumentan por encima de la inflación general.

París bien vale una lágrima. Ahora bien, hay un escenario en donde todas las explicaciones “racionales” para dar cuenta del G20 pueden terminar en la hoguera. El evento, a pesar de constituirse en el reino de la de formalidad, del “ceremonial y protocolo”, tiene una arista menos visible y es el impacto en el campo emotivo en la sociedad. La sensación predominante en la mayoría de los argentinos y las argentinas en estos días era de angustia y frustración, más allá de la preferencia política. Tomando como epicentro la final fallida de la Copa Libertadores, la gente no llega a comprender cómo las cosas pueden salir tan mal. En cambio, se puede no transitar las intricadas controversias internacionales, pero ¿quién no reconoce a Putin, a Trump y a Merkel, todos apurando el paso para estrechar la mano de un atribulado Macri?

¿Quién puede no empatizar con ese organizador de la fiesta tan preocupado para que todo salga perfecto, para que por una vez los argentinos queden bien parados frente al mundo?

Los ojos del Presidente llorosos en el Teatro Colón al finalizar la gala conmovieron a millones de personas, porque sin dudas la escena se puede trasladar a un padre o madre cuyo hijo o hija está a punto de recibir el diploma de graduación. Espontáneo o no, allí hay algo a lo que se debe prestar atención frente a las elecciones presidenciales. En 2010, Cristina Kirchner venía cayendo en picada en las encuestas, pero los festejos del Bicentenario resultaron un punto de inflexión, un cambio perdurable en el clima de opinión que estalló electoralmente el año siguiente. Es verdad que aquel evento se realizó con la gente en la calle y éste fue precisamente lo contrario, las calles vacías y la gente en la casa, pero en definitiva ésa es unas de las tantas diferencias entre el kirchnerismo y el macrismo.

Final en el Colón.  Con esta gala, Mauricio Macri y Marcos Peña lograron inyectarle épica al pomposo y distante G20, una épica que de trasladarse a la imagen presidencial le puede dar la energía suficiente para llegar a las elecciones presidenciales con la vitalidad indispensable en un entorno pleno de palidez.

 

*Sociólogo (@cfdeangelis).