A los 39 años, Paolo Maldini se dio el gusto de ser campeón mundial de clubes con su Milan de toda la vida, justo antes de retirarse. Con más de cuatro décadas más de edad, Enrique Eskenazi debe estar saboreando el punto máximo en su carrera empresarial: ser el promotor y propietario principal del grupo inversor que se quedó con el 14,9% de YPF.
Nunca mejor que este súbito acuerdo, que incluye financiación por parte de Repsol por US$ 1.000 millones (45% del precio pactado de US$ 2.250 millones), en una operación que en los manuales de finanzas se conoce como vendor’s loans (además del apoyo financiero del Credit Suisse, BNP Paribas, Goldman Sachs y Banco Itaú), para encuadrar las coordenadas de la relación del poder K con los empresarios.
Estado. El grupo adquirente amasó su fortuna en áreas donde los acuerdos con el Estado son moneda corriente y cuyo éxito depende, en buena medida, de la fluidez del trato. La construcción, especialmente la obra pública vial y general, primero; la operación de bancos provinciales oportunamente privatizados, después (como los de Santa Cruz, San Juan, Entre Ríos y Santa Fe) y la industria petrolera luego, fueron las áreas de incumbencia del holding.
El precio implícito convenido para toda YPF fue de US$ 15.000 millones, casi el mismo valor por el que, 9 años antes, Repsol valorizó la única empresa argentina cuya mayoría accionaria cotizaba en Bolsa, gracias a la ingeniería financiera que José Estensoro había pergeñado para equilibrar las fuerzas en el mercado local.
En ese entonces, el euro estaba a la par, o menos, con el dólar, el barril de petróleo no pasaba de los US$ 20, entre cuatro y cinco veces menos que lo que cotiza hoy en las pizarras internacionales. ¿Por qué, entonces, la empresa más grande de la Argentina, con una posición dominante en el mercado local y en una coyuntura global envidiable no pudo materializar esa mejora competitiva en una apreciación patrimonial?
Toda compañía se valora por la generación de flujos de fondos futuros, y en el caso de la industria petrolera, pesan más que en otros las reservas acumuladas.
Reservas. Es por eso que YPF no incrementó su valor de mercado: se consumieron reservas, gracias a las políticas oficiales para con el sector, coronadas en Buenos Aires, casi simultáneamente, con una impecable presentación (como de costumbre, no una conferencia de prensa) del ministro Julio De Vido en la Casa Rosada. Allí explicó los alcances del nuevo plan de “eficientización” (sic) energética. En realidad, es un ahorro, palabra incluida en el Index K por referir a lo que hasta ayer negaba Alberto Fernández: una crisis energética.
Algunos creen ver en este nuevo capítulo de la pulseada energética un guiño para Repsol: ahora sí tendrán luz verde para una política más “realista” en el sector, que cruza necesariamente por una actualización de las tarifas. Así, el “grupo” Eskenazi habría comprado barato y podría vender caro o, en su defecto, cobrar mejores dividendos.
Repsol es una empresa cuyo capital cotiza en Bolsa en un 59% a octubre pasado. El restante 41% de participación estable se distribuye entre la constructora ValleHermoso SACYR (20%), La Caixa (9%), los fondos Repinves (5%), Pemex Repcon Lux (4%) y Mutua Madrileña (2%). El segmento “free-float” se reparte entre inversores españoles (28,7%) y extranjeros (30,3%).
Un universo demasiado complejo como para creer que el gobierno español digite el directorio de la multinacional. En La Moncloa, los presidentes del Gobierno se alternan, pero la política de privatización del otrora poderoso ente estatal empresarial español sigue su curso. En la Rosada, cada cambio de guardia implica empresarios amigos nuevos aunque, a veces, los que el viernes aplaudían a rabiar a De Vido son los mismos que elogiaban a Cavallo o a Roque Fernández. Para bailar el tango se necesitan siempre dos personas. Para navegar las estrechas rutas del modelo empresarial argentino, también. Uno tiene el poder y el otro lo aprovecha. El mercado se ignora y de la competencia se huye con éxito hasta que la realidad pase factura.