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ensayo

El campo genera mucho empleo

El texto de este reconocido economista, académico y ex ministro de Educación revolucionó la idea de que la producción agropecuaria y sus derivados generan escasos puestos de trabajo. Pese a que intentó ser refutado, el trabajo de Llach se mantiene vigente y, frente a la crisis que estalló entre el Gobierno y el mundo rural, adquiere ahora un renovado valor.

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En este trabajo se presenta una estimación completa del empleo directo e indirecto generado por el sector agroindustrial. El enfoque adoptado es el de cadenas de producción y comercialización. Ellas incluyen desde la producción de materias primas hasta la comercialización final, pasando por las distintas etapas manufactureras; todos los insumos y servicios demandados en cada una de las etapas de la cadena y, por último, el empleo generado como consecuencia del gasto de consumo e inversión generado por los ingresos de quienes participan en la cadena. Se agregan también una estimación de la población que vive en localidades predominantemente agropecuarias o agroindustriales y la contribución del sector a las exportaciones.
Es la primera vez que se realiza en la Argentina una estimación integral de esta naturaleza. Nuestro país tiene una deuda consigo mismo, la de reconciliarse plenamente con su generosa dotación de recursos naturales. Sólo sobre esta base podrá asumirse integralmente como productora y comercializadora de clase mundial de materias primas y de una variadísima gama de bienes agroindustriales. Pero mucho más que eso, sólo de este modo la Argentina podrá alcanzar un desarrollo económico rápido y social y geográficamente integrador.
No se trata de copiar el pasado, pero si de aprender de él. Fueron políticas económicas que reconocían el justo valor de los recursos naturales las que permitieron que la Argentina se incorporara a la fase anterior de la globalización, entre el último cuarto del siglo XIX y 1930. Y fue por esta razón, unida a las instituciones republicanas y a sabias políticas de promoción de la educación, que nuestro país pudo constituirse como sociedad moderna, dinámica y socialmente integrada.
Durante el período de entreguerras se optó por un camino diferente, el de promover la industrialización en un contexto de economía cerrada y desarrollo del mercado interno. Justo es decir que un camino similar fue adoptado por muchos otros países del mundo, pero en la Argentina el experimento se llevó demasiado lejos. No sólo porque el nuevo modelo se basó en una excesiva extracción de ingresos del sector agropecuario, sino también porque el esquema proteccionista tuvo un sesgo anti-agroalimentario y anti-exportador, caracterizado por ello como un mercadointernismo rentístico.
Uno de los argumentos centrales para justificar el nuevo modelo, tanto en sus orígenes como en su desarrollo posterior, fue que el sector agropecuario y, por extensión, también las agroindustrias, tenían insuficiente capacidad para la generación de empleos. En buena medida, esto se convirtió en una profecía autocumplida, ya que el esquema de incentivos castigaba fuertemente a estos sectores y, por lo tanto, su dinamismo en la creación de empleo era menguado.
No se advirtió que el sector agroindustrial debía competir además con un nuevo y fatal adversario, el proteccionismo y los subsidios agroalimentarios, cuya práctica había empezado a generalizarse desde la posguerra, hasta llegar a sumar cerca de US$ 500.000 millones para el conjunto de los países de la OECD a fines de la década del noventa.
El modelo mercadointernista coexistió con una importante decadencia económica de la Argentina, a la postre una de las más impresionantes del siglo XX. Este fracaso es sólo parcialmente atribuible a aquel modelo, porque en su transcurso se cometieron graves errores, que no necesariamente estaban asociados a él. El principal de ellos fue la insolvencia crónica de las finanzas públicas y la incompatibilidad de las mismas con todos los regímenes monetario-cambiarios adoptados, los que finalizaron sin excepciones con graves crisis macroeconómicas.
El modelo mercadointernista fue sólo parcialmente modificado en las décadas del sesenta al ochenta. Desde principios de los noventa, en cambio, la modificación fue más drástica, al optarse por una apertura comercial unilateral que emparejó significativamente el esquema de incentivos intersectoriales. En ese contexto, y a pesar de que el peso resultó sobrevaluado en comparación con muchos otros momentos del pasado, el sector agropecuario aumentó sustancialmente su producción y sus exportaciones.
El dinamismo, sobre todo exportador, fue menor en la agroindustria. Ya se había acuñado por entonces la expresión de que la Argentina debía dejar de ser sólo el granero del mundo para transformarse en el supermercado del mundo. Pero no se concretaron las políticas capaces de posibilitar esta transformación, que quedó en la agenda pendiente.
Por otro lado, a lo largo de la década del noventa, la política fiscal se volvió crecientemente irresponsable. Los niveles de gasto público primero, de déficit fiscal después y, como consecuencia, de endeudamiento público, resultaron incompatibles con el sistema de convertibilidad y dieron lugar a su crisis final.
Las drásticas modificaciones de política económica adoptadas a partir de fines del año 2001 tuvieron, por su parte, costos desmedidos, resultantes en buena medida de su mala implementación. La excesiva desvalorización del peso unida, es cierto, a una crisis social sin precedentes, sirvió para justificar la reimplantación de las retenciones a las exportaciones, con un fuerte sesgo antiagropecuario.
Afortunadamente, sin embargo, se ha mantenido la apertura de la economía y, si ella continúa siendo acompañada por el equilibrio presupuestario, se plasmará una nueva oportunidad para otorgar a la agroindustria el papel que debe tener. Esta oportunidad se ve afianzada porque ha aparecido un nuevo socio internacional estratégico para el sector, que la Argentina no tenía desde hace más de medio siglo, en tiempos de su integración con el Reino Unido y Europa. Nos referimos al Asia-Pacífico que, unida a China e India, realiza importaciones totales por más de un billón de dólares, y en cuyo mercado la Argentina participa todavía de manera muy poco significativa.
Se espera que este trabajo, al realzar el importante aporte de la agroindustria a la generación de empleo, un aspecto generalmente minimizado o soslayado, contribuya a otorgarle a este sector la importancia crucial que tiene para un desarrollo económico rápido y social y geográficamente integrado, capaz de dejar atrás la larga decadencia económica de nuestro país.

Principales resultados

Generación total de empleo. En la hipótesis central de este trabajo, en el año 2003 el empleo total generado por las cadenas agroindustriales (EAT) fue de 5.592.300 puestos, un 35,6% del total de ocupados (ET). Sin considerar los planes Jefas y Jefes de Hogar ese total se reduce a 5.203.800 puestos, aumentando en cambio su participación en el total de ocupados al 37,4% .

Comparación con veinte años atrás. El 35,6% de empleo generado por las cadenas agroindustriales puede compararse con el estimado hace veinte años en el Informe ’84, que era de 27,4%. Aunque las metodologías no son idénticas, sí son comparables, manifestándose en consecuencia un aumento de 8,2 puntos porcentuales en el período.

Composición del empleo por etapas. La mayor parte del EAT es directo (EAD): 2.751.200 puestos (52,8% del EAT y 19,8% del ET). En segundo lugar se ubica el empleo indirecto (EAI2), es decir, el que el sector genera por su gasto de consumo y de inversión y por su pago de impuestos, que asciende a 1.481.100 puestos de trabajo (28,5% del EAT y 10,6% del ET), sin considerar el plan jefas. Dentro de este EAI2 es más relevante el empleo generado en el sector privado de la economía, que alcanza a 1.259.500 puestos. Por último, el empleo indirecto1 (EAI1), es decir, el que las cadenas agroindustriales generan por su demanda de insumos o eslabonamientos hacia atrás, alcanzaba a 971.500 personas (18,7% del EAT y 7% del ET).

Composición del empleo por grandes sectores. Sólo 27,6% del empleo total generado por las cadenas agroindustriales pertenece al sector primario. Un porcentaje muy similar, 28,1%, pertenece al sector secundario o manufacturero. El restante 55,7% se ubica en el sector terciario o de servicios, incluyendo aquí un 4% de empleo público y 6,9% de planes jefes y jefas de hogar. Considerando estos resultados junto con los referidos a las etapas, se llega a la conclusión de que por cada uno de los 1.158.600 puestos de trabajo directos en la etapa primaria se generan 3,83 puestos de trabajo en otras etapas y sectores, los que totalizan 4.433.700. En otras palabras, hay una relación de casi 5 a 1 (4,83:1) entre empleo agropecuario y generación total de empleo agroindustrial.

Composición del empleo por cadenas. El empleo por cadenas sólo ha podido identificarse para el empleo directo y el indirecto1 y a precios de 1997. Los resultados no se modificarían sustancialmente, sin embargo, si se agregaran los empleos indirectos2. Para el año 2003, se observa una concentración importante. Las siete principales cadenas concentran el 77,6% del empleo total: frutas y verduras (20,1%), carnes (16,0%), textiles (11,2%), aceites y subproductos (8,5%), producción y exportación de granos (8,0%), cuero y sus manufacturas (7,0%) y lácteos (6,8%). Se trata de cadenas muy intensivas en comercialización (caso de las frutas y verduras, carnes, lácteos y cueros), o de antiguo arraigo en el país (también las carnes, los cueros y los granos) o con fuerte incidencia industrial (textiles y cueros) o, en fin, de desarrollo más reciente (aceites y subproductos).

El impacto poblacional. Los resultados obtenidos muestran que 12.727.200 personas –un 35,1% del total de la población argentina en 2001– vivía en localizaciones predominantemente agropecuarias o, viviendo en otro tipo de centros urbanos, se dedicaba directamente a actividades agroindustriales. Es un porcentaje notablemente similar al obtenido en la estimación central de empleo, que es de 35,6%, lo que de algún modo valida ambas metodologías. Del total indicado, 9.461.300 personas vivían en zonas urbanas (74,4% del total antes mencionado) y 3.625.900 en zonas rurales (25,6% de ese mismo total). De acuerdo a lo esperado, la región pampeana concentra el 45,9% de la población agroindustrial total, a la que puede añadirse el AMBA (6,0%). Sobresalen también la participación del NOA (17,3%) y del NEA (16,1%). Las regiones con menores porcentajes son Cuyo (8,8%) y la Patagonia (5,9%).

Participación del sector agroindustrial en las exportaciones. Aunque esta participación ha sido decreciente en el último cuarto de siglo, sobre todo por las exportaciones primarias, todavía es claramente superior al 50%. Por otro lado, tal como ha ocurrido en todos los procesos similares, desde que se abrió la economía, su tasa de crecimiento ha sido muy alta y sólo levemente inferior a las exportaciones de combustibles y las MOI. Esto ocurre a pesar de que el sistema de incentivos tiene un sesgo anti-agroindustrial y a pesar también de enfrentarse barreras muy elevadas para su proyección externa por el proteccionismo y los subsidios de los países de la OECD.

El papel de las exportaciones agroindustriales en el crecimiento. Dada la decisiva contribución del sector a las exportaciones, y teniendo en cuenta que la Argentina enfrenta tradicionalmente una insuficiencia de divisas comerciales, cuanto mayor sea el desarrollo del sector agroindustrial, mayor será el crecimiento de la economía argentina.

Las exportaciones, las cadenas, la cuestión del empleo y la proyección internacional. Como se muestra en este trabajo, el empleo generado por las cadenas agroindustriales es muy significativo, y lo propio ocurre con el porcentaje de población que vive en localidades predominantemente agroindustriales. Es cierto, por otro lado, que una parte importante de ese empleo se ubica en actividades que producen para el mercado interno, y por ello no es correcto establecer una relación lineal entre las dos cifras, la de exportaciones y la del empleo.
A partir de estos dos hechos surgen, sin embargo, dos conclusiones importantes. La primera es que no es sostenible justificar las políticas discriminatorias hacia las agroindustrias sobre la base de su insuficiencia en la generación de empleos. La segunda es que un desarrollo genuino y sostenido del sector agroindustrial debe basarse, en mucha mayor medida que hasta ahora, en un trabajo a lo largo de las cadenas de valor. Esto puede cumplir dos funciones. Por un lado, utilizar al mercado interno y a su proyección Mercosur como la vía más adecuada para agregar mayor valor a materias primas, para diferenciar productos y desarrollar marcas y para proyectarse hacia el exterior como cadenas productivas. La segunda es la conveniencia para el sector de integrar social y políticamente a las cadenas de valor, subrayando el predominio de los intereses comunes respecto de las diferencias y conflictos que siempre existen. Ambos hechos podrían cambiar de manera muy significativa la presencia sectorial en la vida política del país.

* Fragmento del trabajo La generación de empleo en las cadenas agroindustriales, realizado por Juan J. Llach, M. Marcela Harriague y Ernesto O’Connor para la Fundación Producir Conservando, año 2004.