Parece un proyecto personal. Aunque no sea el propósito. Como ocurrió antaño con Domingo Cavallo, justo quien sugirió a Carlos Melconian para esbozar un plan económico. A cuenta de la Fundación Mediterránea, como en su caso previo a los 90. Entonces, también hoy, el nombre de los protagonistas importa más que la organización, quizás por la exuberancia de sus temperamentos. Hay, sin embargo, otras diferencias en la pretensión política, sin siquiera incluir en el juicio a las dos figuras del ejercicio. Empezando por la Mediterránea: aunque sean parientes y los domine la buena fe, en principio, otros son los patrocinadores del emprendimiento Melconian. No es lo mismo el padre Astori que su hija Pía, menos la inmensa pasión de Pagani en relación a su actual hijo, ambos con emporios económicos distintos, uno gestándolo, el otro multiplicando su poderío.
Jamás, por ejemplo, a Melconian le endosarán el maléfico apelativo de “caramelero” que Cavallo se ganó —el apodo lo difundió el ex embajador Jorge Vázquez, también cordobés— por su vinculación con Arcor. Nada que ver con la probidad, sí con la intensidad de los vínculos. También las circunstancias. De ahí que algunos aportantes de la Fundación no compartan el criterio de Melconian de promover su diseño económico con Cristina de Kirchner, de publicarlo como si fuera lo mismo en el Pravda o en el Financial Times. Algunas personas son dependientes de la orientación de un solo medio, rechazan al Oeste si están con el Este. O viceversa.
Melconian presidente, por Eduardo Reina
En los tiempos que Cavallo se cargaba intelectualmente a la Fundación, ninguno de sus tutores se atrevía a reprocharle cierta volatilidad política. Por el contrario, lo apoyaban in totum. Podía intentar ser legislador por la Unión Cívica Radical, pero la nomenclatura partidaria se lo impidió. Entonces, unas horas después del rechazo, el economista se cambió el ropaje para celebrar un convenio con el peronismo y convertirse en diputado bajo la tutela de José Manuel de la Sota, quien entonces —ante las molestias de sus seguidores por la transacción política— produjo una frase inolvidable: “Déjenme alguna vez tocar una billetera”.
Cavallo, al revés de Melconian, no había diseñado un plan antes de llegar al gobierno, aunque estaba poblado de ideas. Inclusive, algunas de ellas vertidas en su libro “Volver a crecer”, perdieron vigencia al aterrizar en el Ministerio (tipo de cambio). El economista de Racing, en cambio, armoniza un plan previo a una eventual llegada al gobierno, una matriz “llave en mano” a contratar, disociada de partidismo político bajo el imperio de que un buen cirujano opera sin preguntarse la ideología del paciente.
En su libro “Cantar la justa” tampoco se mencionaba esa alternativa, apenas una descripción critica de la administración de Macri con graciosas apelaciones, tipo: “Curar las cuentas argentinas con pollito hervido con puré de zapallo”. Habrá que asimilar el espíritu solidario de Melconian con posibles gobiernos, como Cavallo, casi una vocación de servicio: iba a ser ministro de Menem si ganaba, estuvo en la lista de Duhalde cuando éste designó a Lavagna, sirvió a Macri, quiso ser senador por el Pro y en el libro de la justa finaliza con una carta al “próximo Presidente de la Argentina”.
Pero la distinción entre ambos —más allá del amor a sí mismos que individualmente ambos se tienen— quizás se advierta en que Melconian habla de un trabajo en equipo (por ahora se difundió el nombre de Enrique Szewach) con nutridos profesionales de la Fundación, mientras Cavallo —si bien representaba “la Fundación”— gobernó casi sin ese instituto. Una rareza, a la inversa de lo que piensa la consideración general. Al menos, en la cúpula de su ministerio. La Convertibilidad, su caballito de batalla durante el menemismo, no había sido contemplada en papers cordobeses, surgieron junto a su entorno, igual que otras reformas se habilitaron con su principal equipo de trabajo, ajeno a la Mediterránea.
Empezando por Horacio Liendo, Ricardo Bastos de Energía (aunque hubiera abrevado en las enseñanzas de Givrogri, experto de la provincia), Ricardo Gutiérrez (un desarrollista de Bahía Blanca a cargo de la reforma administrativa), Juan Schiaretti en Industria (a quien trae Astori de Brasil, compañero de Cavallo en un centro de estudiantes universitarios hasta que el actual gobernador se pasó a la JP), Juan José Llach (quien se había conchabado apenas en la Fundación como representante en la Capital), Edmundo Del Valle Soria, Felipe Sola o influyentes asesores como Guillermo Seita. El único hombre con jerarquía de la Mediterránea fue Carlos Sánchez, un solicito asistente del ministro que anduvo por las vecindades del Banco Nación. Hubo sí otros cargos menos expectantes con personal formado en la Mediterránea. Por lo tanto, Cavallo era la Mediterránea, tal vez Melconian disponga una responsabilidad con la Fundación más equilibrada.
Ni se le ocurriría a Cavallo cuestionar el “plan delivery” que Melconian le llevó a Cristina. En todo caso, podrá cuestionar su contenido, no su colocación en el mercado político. Seguramente, hubiera hecho lo mismo, ya que alguna vez tuvo un vínculo dilecto con los Kirchner y contribuyó a su fortuna (por las regalías petroleras). Y, además, por disponer del mismo criterio asistencial y el convencimiento de que está llamado a salvar la patria como su colega. Es loable aunque parezca humorístico.
No se alarmará tampoco como los militantes del PRO, quienes le echaron la culpa a Mauricio Macri por “ser amigo de Melconian”, aunque esa relación hace varios años que parece desteñida. Inclusive cuando en Cambiemos ya se habla más de Lacunza, Sandleris, el radical Levy Yeyati o Dujovne como los máximos asistidores económicos y no de Melconian. Patricia Bullrich transmitió ese disgusto a la Fundación y algunos creen que interpretaba a Mauricio en esa queja. También entre los oficialistas hubo desconfianza por la actitud de Cristina, demudados por la apertura a escuchar otras voces, como las impronunciables de la derecha. Lamentable revuelo en el gallinero político, como si a la Argentina no le conviniera un cambio de oxígeno en uno y otro lado. Para volver a empezar.