En demasiadas ocasiones el intento de arquitectura conceptual alrededor de la idea de poder o de los poderosos es imaginado con exagerado orden. En esa construcción ilusoria se suele hablar de planes, organización, intenciones y efectos causales diagramados por un grupo de personas malignas contra las cuales habrá que sostener una batalla constante para contrarrestar sus efectos negativos. Así, orden y denuncia conforman un esquema constante discursivo en el que una semántica sobre el poder logra seguir sosteniéndose a lo largo del tiempo de esta era moderna.
Estos relatos pueden ser descriptos en su funcionalidad. Para demasiada gente permiten sentir cierta idea de orden en relación a procesos sociales que en realidad se caracterizan por lo contrario, en donde la incertidumbre y la desestabilización son aquello que recurrentemente acompañan cada momento de la vida social. Mientras la vida privada se sobre exige y vivencia con dudas, lo lejano y aparentemente poderoso tiende a ser adjudicado como perfecto y diagramado.
Este procedimiento recibe el nombre de adjudicación de sentido de un observador y es una de las maneras en que se puede hacer referencia a la idea de acción social en el mundo moderno, aunque de una manera paradójica. La acción no tiene que ver con quién la ejecuta, sino con quién describe lo que cree ver en otros. Justamente ante al caos social, la observación produce una reducción de sentido que permite a algo confuso, ser tratado de una manera accesible.
En el presente, en su misma contemporaneidad, cualquier persona podría describir dudas sobre el futuro, preguntas sobre próximos pasos o consecuencias probables de decisiones propias o de terceros sobre ellos mismos. Pero esto no es solo un atributo de la vida privada de las personas anónimas del entramado social.
Decisiones de gobierno, lanzamiento de productos al mercado, revelación o no de una noticias escandalosa, elección de un destino vacacional, invitación a salir a cenar a alguien que le resulta interesante, un vestido para una fiesta o el tipo de corte de pelo, pueden todos ser expuestos como un menú constante de cómo los procesos sociales, desde los grandilocuentes hasta los pequeños y privados, son acompañados de dudas sobre un próximo paso siempre incierto. Y justamente, a pesar de que sea descripto como un ejemplo de poder, el chat de los viajantes a Lago Escondido tiene todos los componentes de la vida social rutinaria, y para el que los lee, ofrece la chance de producir una profunda decepción. Lo que allí “arriba” ocurre, no logra diferenciarse demasiado de un chat de padres de colegio o un grupo de amigos. Los poderosos se nos parecen.
En estos chats sobre el viaje de al sur del país se puede leer el modo en que empresarios, jueces, funcionarios del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y fiscales, es decir, personas del espacio que se cree perfecto, diagramado y dirigido con precisión maligna, dudan, se hacen preguntas, y se ofrecen como víctimas de una filtración que no pudieron controlar; y hasta planifican un intento de tratamiento en medios de comunicación con resultados hacia delante que ninguno de ellos puede garantizar. Quien describe al Grupo Clarín lo hace como un una herramienta de precisión; cuando se escucha hablar a personas del Grupo Clarín, parece en realidad una herramienta construida sobre la base de ataduras que podrían quebrarse de una manera veloz en cualquier paso siguiente.
La necesidad de ordenar los procesos sociales, que ocurren en simultáneo y sin orden y control central, no es un atributo nuevo ni exclusivo de los debates públicos de nuestro país, sino una característica bien expandida en la sociedad global hace bastante tiempo. Se pueden leer los interrogatorios publicados por Vitali Shentalinski que realizaba el servicio secreto soviético para inculpar a autores como Isaak Bábel, en pleno stalinismo, de enemigos trotskistas, y de cómo sus mismos torturadores debían esforzarse para ordenar los relatos complejos y desordenados de la vida real, en un entramado perfectamente organizado y pulido de personas amenazantes de régimen.
La ilusión de un gobierno judío internacional que maneja las finanzas globales todavía sobrevive entre ciertos sectores del nacionalismo argentino, las denuncias contra el imperialismo yanki como un supuesto sable perfecto de precisión contra las intenciones de liberación de los pueblos o las sostenidas prácticas de aumento indiscriminado de precios de los grupos concentrados de la economía, cumplen todos la misma función de sentido ordenadora. Ante la complejidad social, todas estas fábulas permiten una semántica de la organización.
Dirección. Inmediatamente posterior a su condena, Cristina Kirchner se lanzaba a producir una articulación de sentido a través de una suerte de programa televisivo, siguiendo esta misma tradición de organizar todo en intenciones dirigidas. En lugar de hablar sobre las acusaciones, su tiempo extenso fue dedicado a la exposición de los chats del affaire del viaje a Lago (ya no) Escondido.
La pantalla se dividía en dos, entre ella y la aparición simultánea y organizada de los chats en su versión original y confirmando que la Vicepresidenta pertenece hoy tanto a los medios de comunicación como a la política, tanto al espectáculo como a la batalla entre gobierno y oposición. Pero de esto mismo algo no fue suficientemente señalado, y tiene que ver con el esfuerzo que significaba para ella señalar sobre ese nivel de diálogo poco profesional, improvisado y coloquial, en un orden sistemático de maldad dirigida con éxito contra ella. Es difícil comprender de qué manera esas personas explicarían el derrotero complejo de la patria sufriente. Encontrar “trotskistas” a ese nivel siempre fue complejo.
En el universo actual existe un gran esfuerzo por dotar de sentido al desorden desbordante que nos cobija. El periodismo que se esfuerza con recurrencia en no hablar de otra cosa que no sea el kirchnerismo, se ha hecho experto en la construcción de sentido para su público que ya sabe qué canal poner o qué leer para estar conforme con su manera de constituir su indignación.
Para los kirchneristas, molestos con los inconvenientes de inconsistencia que les produce el fallo condenatorio de su líder, también saben qué ir a escuchar o qué texto revisar para poder seguir ofreciendo sentido al modo en que aceptan ocurren, según ellos, las cosas en el espacio de vida que les ha tocado en suerte. A casi nadie le importa algo nuevo, sobre todo porque requiere un esfuerzo demasiado complejo de reflexión.
Al final, allí parece no haber nada, solo mayores recursos o contactos para permitirse un viaje en avión privado o ponerse hoteles en el sur del país. El problema es que si algo de esto queda arrojado a la complejidad social y a su tratamiento, nadie sabrá el resultado de su incierto destino. Igual que usted, que mira el menú en el restaurante y no sabe si pedir lo de siempre o probar algo nuevo, para luego debatir con su familia su la culpa fue suya o del cocinero. Nunca lo sabrá, aunque podrá imaginarse una respuesta, sin importar la realidad, y con eso podrá vivir un poco más tranquilo.
*Sociólogo.