Es una fantasía indulgente imaginar que hay movimiento cuando lo que hay, en rigor de verdad, es pura rotación en torno del mismo eje. La Argentina se repite a sí misma con encomiable fidelidad a sus peores rasgos. Hénos aquí, a 7 de marzo de 2014, con el gremio docente a escala nacional sin regresar a las clases excepto en pocos distritos, sobre todo la Capital Federal, que nuevamente ha asegurado el comienzo normal del año escolar.
La fotografía de la educación paralizada es mucho más que una mera anécdota de la agenda política. Es una tomografía de última generación que revela el problema gravísimo y, por ahora, insoluble de nuestro país.
Es llamativo el dejo de resignación y pasividad con que la sociedad argentina ha ido admitiendo que el calendario escolar, además de incluir Año Nuevo, Reyes, Navidad y otras festividades, también incluye inexorablemente la postergación del comienzo de las clases y la frustración permanente de la mentirosa meta de los 180 días de clases.
El problema docente es demasiado importante para una sociedad, aun cuando en verdad ni siquiera debería ser llamado así, “problema docente”. El problema verdadero es la pésima relación que la sociedad argentina tiene para con la idea de educación. ¿Por qué fue tan rápido y tan veloz el Gobierno, por ejemplo, para acelerar el negocio del Fútbol Para Todos? ¿Por qué la entrada y salida en ese negocio de un próspero empresario como Marcelo Tinelli concitó la energía y el interés de los gobernantes, hasta que la idea oficial fue desechada, mientras que temas que incluyen nada menos que la idea de una nación organizada con educación plena y cada vez más exigente sigue siendo una asignatura pendiente, una postergación que nunca termina?
Un país igual a sí mismo: 2014 como 2013, como 2012, como 2011, como 2010, como 2009, y la lista continúa. Cuando termina el año escolar, siempre estamos ahogándonos, no ya en un vaso de agua, sino en el océano de nuestra incompetencia y nuestra persistente tendencia a aceptar con fatalismo los indicios de la realidad.
Llega el mes de marzo y el verano se nos ha ido de las manos, ocupados con todos los temas centrales de nuestra agenda, como los escándalos televisivos y los culebrones mediáticos.
Un gobierno que durante casi cinco años bregó incansablemente por convertir a la Ley de Medios en el Santo Grial del acontecer argentino, nunca logró encabezar una auténtica cruzada nacional para resolver de manera permanente, seria y sólida la tragedia educacional argentina. La Argentina sigue discutiendo salarios de los maestros sin atinar a hincarle el diente en serio y de manera verdadera al drama de la devaluación monumental de la educación argentina.
Pero así transcurre hoy la sociedad argentina sus días. Con entretenimientos que pasan y se evaporan rápidamente. ¿Recuerda alguien, por ejemplo, que este Gobierno había prometido un blanqueo de capitales que iba a permitir reincorporar a la economía argentina 4000 millones de dólares escondidos? El fracaso fue estrepitoso, pero a nadie se le cayó un anillo. ¿Recuerda alguien que el cepo cambiario fue establecido con la idea pretendida, peregrina y absurda, de que de esa manera se defendían las divisas del país, y tras el fracaso estrepitoso también en este caso, la maniobra fue deshecha y se regresó a un cierto intento de normalización de las ventas de divisas como en cualquier país civilizado y a nadie se le cayó un anillo? ¿Nadie hizo un mea culpa, nadie rindió cuentas? ¿Nadie extrajo conclusiones? ¿No había habido mala praxis? ¿No había habido imbecilidad, autoritarismo, ineptitud? No. Otra vez prevaleció la doctrina argentina, esta que se resume en la frase liminar de nuestro decálogo nacional: “así-como-te-digo-una-cosa-te-digo-la- otra”.
Pero el país sigue igual a sí mismo. Se admiten con naturalidad denuncias y revelaciones escalofriantes. Ayer, jueves 6 de marzo, en este programa hablábamos con la ONG Contadores Forenses y su revelación sobre los desaguisados monumentales en Aerolíneas Argentinas. ¿Algún desmentido? ¿Alguna aclaración? ¿Alguna rectificación? Nada.Cuantas más revelaciones se acumulan en el haber de denuncias contra la máquina de gobernar, más negativa es la capacidad oficial para hacerse cargo de esas imputaciones. Hoy se están revelando datos sobre precios y facturaciones asombrosas en Tecnópolis. Y los anillos siguen en los dedos. No se caen en ninguno de ellos. Hemos naturalizado la idea de que la corrupción es incurable en la Argentina. Tan incurable como que el año docente no comienza.
Vivimos una era performática, dicen los intelectuales. Esto es: una era en la cual, más que los hechos, lo que importa son la performance, la puesta en escena, como la que la presidente protagonizó esta semana en una pobre parroquia de un barrio carenciado de Buenos Aires. La idea básicamente es demostrar “cómo que” se hace, no realizar obra. Por eso estamos sin clases. Por eso el próximo lunes no tendremos clases. Por eso la Argentina se sigue matando de risa de su patética educación pública. Por eso se sigue hablando impunemente de “década ganada”, cuando en materia educacional lo que ha sucedido es que han aumentado las universidades políticamente instrumentadas por el Gobierno, pero ha caído de manera abismal la capacidad de los chicos argentinos para formarse de acuerdo a las exigencias del siglo XXI.
Somos un país calesita que permanentemente regresa al mismo lugar. Más grave todavía: a esa calesita, encima, la hacen chocar.
(*) Emitido por Pepe Eliaschev en Radio Mitre.