Debo comenzar confesando que mi interpretación del “círculo rojo” al que se refirió Macri en el reportaje de PERFIL del domingo pasado es la misma que la de Cristina Kirchner.
Hay mucha gente influyente a la que este gobierno maltrató con crueldad que desea que los kirchneristas no sólo fracasen históricamente, sino que se vayan presos y execrados. No en 2015, sino lo antes posible. Y como una alianza entre Macri, Massa y Scioli hubiera anticipado esos tiempos, están muy enojados con Scioli por no haber accedido a abandonar a Cristina Kirchner.
Surge claramente del reportaje que Macri no se refería al centenar de miles de personas que son aficionadas a la política, leen diarios y ven programas políticos, como luego comprensiblemente tuvo que salir a justificar, sino al puñado de sujetos que con enorme poder desean un ocaso anticipado y vertiginoso del kirchnerismo donde, como específicamente le pregunté, es obvio que se encuentre Clarín. Massa no conoce a Magnetto, pero no le hace falta porque se pasa el día en contacto con Jorge Rendo, el director de Relaciones Externas del Grupo Clarín.
Pero que “a Clarín le gustaría un golpe”, como dijo Horacio Verbitsky en su reportaje de la revista Noticias la semana pasada, no quiere decir que Clarín trate de producirlo. Dicho sea de paso, la tapa de esta edición de Noticias con Horacio Quiroga, ex presidente de dos empresas de Lázaro Báez, denunciando “yo vi contar sobre una mesa US$ 7 millones que Kirchner le dio a Lázaro” desmiente que “Clarín es el único medio que puede hacer periodismo de investigación”, como dijo la abogada María Angélica Gelli al exponer en defensa de Clarín durante la audiencia pública promovida por la Corte Suprema para tratar la Ley de Medios. La abogada puede no saber de periodismo y no tener presente que entre 2003 y 2009 el periodismo de investigación en la Argentina precisamente no se hacía en el Grupo Clarín. Hasta el ingreso de Editorial Perfil al Consejo Ejecutivo de Adepa, había premios de periodismo ecológico, científico o universitario pero no existía siquiera la categoría periodismo de investigación.
Pero volviendo al “círculo rojo”, como en todos los órdenes de la vida, hay una gran diferencia entre desear algo (que el kirchnerismo se vaya anticipadamente) y hacerlo. Como también entre desear algo y poder hacerlo. En este caso, quien realmente podría generarlo no es precisamente Clarín, sino la propia Cristina Kirchner. Por eso es tan significante no sólo la interpretación que la Presidenta les dio a esas dos palabras de Macri, sino también la importancia que le asignó a una frase que en el reportaje de PERFIL no mereció ser título ni tampoco mencionada en el copete o en la decena de frases que se destacaron en un cuerpo mayor.
No sería una conjetura disparatada analizar si Cristina Kirchner tiene en mente la idea de un riesgo de golpe institucional porque ella misma esté pensando en producir un conflicto institucional que, de terminar consiguiendo lo opuesto, derive en lo que la atormenta y hoy no parece plausible.
Por ejemplo: 1) si se llegara a octubre con una relevante derrota electoral en la provincia de Buenos Aires, donde Massa obtuviera el 50% más de votos que Insaurralde (45 a 30, por ejemplo) y, a pesar de que el kirchnerismo en algunas provincias recuperara el terreno que perdió en las PASO, la aplastante derrota frente a Massa igual empeorara el porcentaje total de votos nacionales del Frente para la Victoria; 2) si en ese contexto, la Corte Suprema de Justicia fallara a favor de Clarín (aunque lo obligue a desinvertir más adelante, cuando se le vayan venciendo las licencias, o alguna otra forma salomónica que no declare inconstitucional la Ley de Medios); 3) a lo que se podría sumar como agravante que la Justicia norteamericana fallase en contra de Argentina.
¿Qué haría Cristina Kirchner? ¿Sería posible que desconociera el fallo de la Corte Suprema de Justicia e igual interviniera el Grupo Clarín acusando a la Corte Suprema y a Clarín de integrar el “círculo rojo” que impide gobernar? ¿Y que acusara “al único poder no electo por el voto popular” de impedir que gobiernen los dos poderes (el Ejecutivo y el Legislativo) que sí fueron electos por el voto popular?
En una situación así, con un conflicto de poderes entre la Corte Suprema y la Presidenta, no sería inimaginable una reunión de presidentes del Mercosur y Unasur en Buenos Aires defendiendo la continuidad de la presidenta electa, como ya fue en el pasado la actitud de Brasil entre otros vecinos latinoamericanos: frente a la destitución de los presidentes Manuel Zelaya en Honduras en 2009 y Fernando Lugo en Paraguay en 2012.
En ese caso, ¿quién renunciaría? ¿La Presidenta o cuatro de siete miembros de la Corte Suprema para renovar la mayoría del supremo tribunal? Antes de partir para Alemania, Eugenio Zaffaroni anticipó que “en algún momento histórico como el actual, la tendencia del poder político entra en colisión con el aparato jurídico, que se convierte en obstáculo y produce cierta disfuncionalidad. Es el caso de Roosevelt en los años 30: allí el sistema se reacomodó (renunciaron varios miembros de la Corte norteamericana) y comenzó a funcionar de nuevo. Otras veces llega una situación crítica, muy radical, como el juicio a la Corte Suprema en el 46 (con Perón). Otra veces puede llegar a la locura de Camboya, de Pol Pot, con el fusilamiento de 300 jueces. Son extremos. Pero espero que esto se supere”.
Todo parece un disparate, pero la recurrencia de Cristina Kirchner con la idea de un golpe institucional, cada vez más citada en los últimos tiempos, puede tener sólo un uso declamativo para ensalzarse, o representar una preocupación verdadera frente a una hipótesis concreta que ella mejor que nadie supiera que se podría desencadenar a partir de acciones que ella misma realizaría, aunque con un fin inverso. Llama la atención la solicitada del Partido Justicialista, de nula acción hasta esa declaración, donde se denuncia de golpista al diario La Nación por haber justificado el golpe contra Perón en 1955 en un editorial de la semana pasada.
Muy probablemente nada de esto suceda y sea sólo fruto de pensamientos atravesados por un clima paranoico donde cada agente político desconfía al máximo de su oponente y lo cree capaz de cualquier cosa. El burdo robo a la casa de Massa por el jefe de custodia de su barrio cerrado e integrante del Consejo de Seguridad de Sergio Berni como, pocos meses antes, el asesinato de uno de los cabecillas de la barra brava del club Tigre contribuyen a generar esa paranoia.
Entre octubre y diciembre la tensión política encontrará uno de sus picos, ojalá no sea traumáticamente.