Hoy sabremos qué candidato a la Presidencia -y qué fuerza política- asumirá el Poder Ejecutivo Nacional durante los próximos 4 años. De dicha definición popularadependerá mucho de lo que ocurra en nuestro país en los próximos años. Sin embargo, ello no debería dejar que pase inadvertida la reciente decisión que los/as argentinos/as ya adoptamos, en torno al modo en que se conformará el Congreso Nacional para el próximo bienio.
Aún no sabemos si serán oficialistas u opositoras las mayorías -o primeras minorías, según el caso- de ambas Cámaras, pero sí quiénes serán cada uno/a de los/as legisladores/as que tendrán el rol de reformar -o sostener- la estructura normativa vigente en nuestro país en dicho período.
En los últimos años, los momentos excepcionales en que el Congreso se aproximó a asumir el rol protagónico que el modelo de la democracia deliberativa espera de él -pienso en el debate sobre el matrimonio igualitario-, han sido, en muchos sentidos, sublimes. Esos debates nos han obligado a pensar, discutir, sofisticar nuestros argumentos, nos han hecho mejores.
Sin embargo, salvo esas pocas ocasiones, el Poder Legislativo no ha cumplido el rol de contener los grandes debates públicos que nuestra democracia requiere; no ha sumado argumentos sustantivos sobre las decisiones más trascendentes que se han adoptado; ni se ha mostrado como el espacio idóneo para reflejar la variedad de posiciones e intereses que existen en nuestra sociedad. Un Congreso cómplice -por acción u omisión- de la profundización del hiperpresidencialismo tributa a una democracia de baja calidad. Los riesgos de que este modelo se prolongue en el tiempo son altos y deben preocuparnos.
Paralelamente, existe también la posibilidad cierta de que el modelo de la “mayoría automática” sea reemplazado por una aparente -pero falsa- construcción de consensos de ocasión. La Legislatura de la Ciudad, en la que el oficialismo local ha carecido de mayoría parlamentaria propia, es quizás el otro ejemplo más claro de aquello en lo que el próximo Congreso debe evitar convertirse.
Los votos que le falten a las distintas fuerzas parlamentarias para adoptar decisiones mayoritarias deben obtenerse sobre la base del intercambio de razones públicas y no mediante estímulos indebidos (distribución de cargos, aumentos de estructura, “favores” cruzados, etc), ni acuerdos de ocasión realizados a espaldas de la sociedad. La existencia probable de una importante cantidad de legisladores/as sin liderazgos claros, en un paisaje de reconfiguración de la distribución del poder político, podría ser un contexto propicio para la construcción de mayorías ocasionales, motivadas por variables que deberían permanecer ajenas a la dinámica parlamentaria. Pero también podría ser el escenario propicio para la construcción de una práctica de discusión parlamentaria de la que podamos sentirnos orgullosos como comunidad política.
En definitiva, el próximo Congreso tiene el desafío de revertir el modelo de “mayorías automáticas”, sin incurrir en otra práctica igual de indeseable, como la de construcción de acuerdos que, por estar basados en razones que no pueden ser públicas, se realizan a espaldas de la sociedad. Para ello, debe volver a concebirse a sí mismo como el ámbito propicio para debatir, en forma transparente y participativa, el modelo de país que Argentina se propone ser. La calidad de nuestra democracia depende, en gran medida, de ello.
*Codirector de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ).