Desde que la reforma constitucional del ’94 consagró la elección presidencial por voto directo y distrito único, las acciones de Conurbano Bonaerense SA subieron de precio fuertemente. Representa el 23% del padrón electoral. Esta importancia se suma a la que ya tenía dicha zona en las elecciones legislativas, por la misma razón.
Pero que una zona concentre a una gran cantidad de votantes no resulta un problema en sí mismo. Mucha población no es, naturalmente, sinónimo de homogeneidad, o uniformidad de los ciudadanos. Por el contrario, podría pensarse que cuanta más gente habite una zona, más diversidad de todo tipo en sus características debería encontrarse.
Lo que torna particular el caso del Conurbano bonaerense es que predomina una población mayoritaria con muchas necesidades básicas insatisfechas, pobreza, baja educación y problemas para acceder a trabajos formales por escaso capital humano.
Esas características tornan a los votantes de la zona altamente vulnerables a las más bajas formas de clientelismo y populismo.
Entiéndase bien, estoy describiendo a esta población como víctima del problema, no como responsable. Siempre recuerdo a Groucho Marx diciendo: “Bienaventurados los sedientos de cultura, porque es señal que ya comieron”. Pero esta condición particular hace que quienes tengan acceso y control relativo de esos votos posean una ventaja competitiva importante frente al resto de los eventuales competidores en una contienda electoral. En ese contexto, tratar de ganar la “madre de todas las batallas”, que siempre es controlar la Provincia de Buenos Aires, obliga a reclutar a los barones políticos de la zona o, mejor dicho, a “comprar” sus favores.
Por esa misma razón, hay muchos interesados en mantener este negocio funcionando y, por lo tanto, mantener a este grupo poblacional, en forma permanente, con la dependencia de la ayuda de los punteros de turno.
En la medida en que las migraciones internas continúan y que el modelo clientelista se hace costumbre, cada vez más gente de otras zonas pobres del país se muda a esta región agravando el problema político, pero además hundiendo más el entorno de vida de todos los habitantes de la región, por los problemas propios de las congestiones y hacinamientos urbanos.
Cuantos más clientes haya, más fondos para el clientelismo, más fondos para los intermediarios. Además, esa congestión de gente en condiciones de baja calidad de vida permite el crecimiento de negocios conexos, relacionados, directa o indirectamente, con la delincuencia, la droga, etc.
Hay que diferenciar el voto clientelista del voto “bolsillo”. Con el bolsillo votamos todos y siempre. ¿Acaso Menem no era rubio y de ojos celestes, mientras la economía crecía?
¿Acaso Kirchner y su mujer no ganaban por amplia mayoría en las ciudades del interior y en las zonas rurales mientras no se metieron con la rentabilidad del campo? ¿Acaso no cautivaba el estilo confrontativo de Kirchner en la clase media urbana, porque simbolizaba la “recuperación de la autoridad presidencial”, mientras la tasa de inflación no se había acelerado y regalaba jubilaciones sin aportes? ¿Acaso no aplauden los empresarios cortesanos anuncios de expropiaciones con tal de que no los toquen a ellos?
El voto clientelista es otra cosa. Es una dependencia directa de la ayuda pública.
Pero este paisaje sociopolítico tiene una contracara económica, en especial en la asignación y manejo de los fondos públicos.
Si el negocio es mantener el Conurbano como polo de atracción de votantes y como mecanismo para controlar el poder, entonces el federalismo fiscal se ve afectado y disminuido.
El ejemplo de estos últimos años es elocuente. El boom del precio de las commodities y la revolución tecnológica del “yuyito” mejoró el bienestar de muchos agricultores y proveedores de servicios de zonas marginales del interior del país.
Sin embargo, esa bonanza no se extendió a la mejora de la calidad de los bienes públicos de esos pueblos y ciudades, de manera de retener a la población local y atraer, nuevamente, hacia sus lugares de origen a quienes hoy viven en condiciones lamentables en el Conurbano bonaerense.
Si Kirchner, en lugar de quitarles recursos a las provincias, vía impuestos a la exportación no coparticipados, hubiera compartido, automáticamente, esos fondos, otro sería hoy el paisaje provincial. Pero claro, eso hubiera sido romper con el modelo clientelista y populista que se extiende, en escala menor, en muchas provincias. Cada vez que se acerca una elección, todos miramos al Conurbano bonaerense y nos lamentamos del modelo clientelista. Pero es funcional a cierta clase política. Si no desarmamos esa maquinaria diabólica, no habrá solución de fondo para el desarrollo argentino.