Murió Marulanda. Manuel Marulanda Vélez, Pedro Antonio Marín, Tirofijo; tres nombres para un solo hombre, y ese hombre se murió. La información suministrada indica que la fecha del fallecimiento fue el miércoles 26 de marzo de este año. Es decir que hace ya casi dos meses que se murió Marulanda, pero nos enteramos recién ahora del hecho y sus consecuencias. Quienes gustan postular que la realidad no existe hasta que figura en los medios de comunicación dirán con absoluta convicción que Marulanda acaba de morir. Que se murió el otro día, hace poquito, más precisamente cuando el anuncio oficial del Gobierno, cuando el comunicado de prensa de las FARC nos lo hicieron saber. Hasta entonces, mientras se lo suponía en la selva espesa, mientras los que le temían todavía le temían y los que creían en él todavía creían en él, era como si viviera. En cambio para los otros, los que consideran que los hechos son los hechos y que la única verdad es la realidad, Marulanda se murió cuando murió, y lo demás son sólo manejos de develamiento y omisión.
No sería la primera vez que se posterga el anuncio general de un deceso. Cada vez que agoniza un líder hay maniobras de esta especie y ya es casi de rigor presumir que la muerte antecede a su anuncio en varios días. Cuando se trata, no obstante, de la muerte de un guerrillero en combate, el halo de misterio se acrecienta por el efecto intrínsecamente enigmático que tiene el corazón de las selvas y porque las propias condiciones de la acción operativa se cargan de nocturnidad. Todo es furtivo: hasta lo que se manifiesta. Cuando se produce una muerte, que siempre lleva en sí algo del orden del secreto y de lo intangible, en ese reino del secreto en que nada se deja tocar, el efecto se potencia en niveles superlativos.
Todo indica, sin embargo, que la cuestión decisiva no es cuándo murió Marulanda, sino cómo fue que sucedió. El anuncio efectuado por el vocero de las FARC, con la solemnidad que corresponde a los sucesos trascendentes y con el dolor que corresponde a lo que acaba de ocurrir, destacó algunos detalles de importancia. Ante todo especificó el motivo de la muerte: fue un infarto lo que acabó con la vida de Marulanda, fue su corazón cansado lo que en el último instante falló. El Che Guevara señaló alguna vez, en una página del Diario de Bolivia, que la vida útil de un guerrillero se acaba hacia los cuarenta años. Marulanda sumaba ya setenta y ocho, aunque andaba hecho un pibe. Se murió de viejo entonces, al cabo de una breve enfermedad; es eso lo que nos hizo saber el vocero de las FARC. Y aun algunas otras cosas: que murió cariñosamente rodeado por su compañera y por los integrantes de su guardia personal. El corazón otra vez: la presencia del amor. Y de yapa la evidencia de que acabó bien protegido.
Alvaro Uribe, el presidente de Colombia, no tardó en desmentir esto último. Declamó de inmediato su certeza, o su conjetura, de que Marulanda murió como consecuencia de los bombardeos del ejército que él comanda. ¿Será verdad? Es verdad, pero es la verdad de la voluntad de Uribe. Habló su deseo: su deseo, su profunda necesidad de haber matado a Marulanda. No le basta que se haya muerto, y no soporta que se haya muerto de viejo, de un infarto, en brazos de su compañera, con su guardia personal invicta. Le resulta imperioso haberlo matado él. El ataque debió ser suyo, y no del corazón. En el fondo Uribe querría que Marulanda estuviese todavía vivo. Para poder así matarlo.