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el buen gobierno

El costo de la idolatría

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En 1903, Bernard Shaw dijo que el arte de gobernar era la organización de la idolatría. Todos creyeron que era otra de sus acotaciones cínicas, pero después de Hitler se vio su real dimensión.

El aparato publicitario de los gobiernos es parte esencial en la contienda política. Los candidatos se guían por pautas consumistas, convertidos en mercadería que obedece las leyes de oferta y demanda que rigen la compra-venta de un objeto. No siguen ideas, sino encuestas. La única forma de permanecer vigente es seguir las veleidades de la opinión pública y estar atentos a las mediciones de popularidad.

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Si bien el culto al personalismo es tan viejo como la humanidad (Calígula y Nerón) es con la aparición de los medios masivos de comunicación que la exaltación de los políticos adquiere una dimensión insólita. Los jefes de gobiernos autocráticos no sólo difunden sus mensajes y promueven su gestión por todos los medios disponibles sino que erigen sus estatuas en vida, y ordenan la lectura obligatoria de los libros que escribieron o en donde se alaba su gesta.

Ayn Rand dice que la exaltación del personalismo justifica el origen del poder. Las catedrales medievales ratificaban el derecho divino de los reyes, los actos multitudinarios de los regímenes autocráticos, la autoridad que las masas han depositado en manos de sus líderes.

Esto requiere invertir enormes sumas en publicidad que pagan sus súbditos. En 2009, en Francia, se gastaron 41 millones de dólares promocionando la gestión Sarkozy. Fue un revuelo en un país donde el presidente propuso medidas de austeridad. Acá, el Gobierno nacional obló 280 millones de dólares en el mismo período y en el mismo rubro. Es decir, quintuplicó “la escandalosa cifra de los franceses”.

¿Necesitamos las horas de cadena nacional, el juego de los micrófonos, la publicidad en las canchas de fútbol?

Somos muchos los argentinos que añoramos la austeridad republicana de tiempos idos. ¿Volverán, cómo las oscuras golondrinas?


*Médico y escritor.