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libertad de expresión

El cuarto poder

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Bannon. Un estratega que tiene en claro su rol de activista. | Bloomberg

En el Congreso de España se está llevando adelante una reforma que busca moderar, en la medida de lo posible, el comportamiento de agitadores ultras que se acreditan desde algún medio como profesionales y que tanto en ruedas de prensa como en la comparecencia de miembros del Gobierno o de la Cámara, agreden, insultan e increpan a políticos y también a periodistas. El nuevo reglamento intenta regular sus movimientos dentro del Congreso, que ya cuenta con el aval técnico de los letrados de las Cortes. Demás está decir, que no son pocos los vínculos económicos e ideológicos entre estos operadores y los partidos de ultraderecha.

Lejos de los banquitos sanitarios a los que los manifestantes se suben en el speaker’s corner de Hyde Park, estos personajes vociferan, insultan y a un paso están de la violencia en sede parlamentaria. ¿Hay espacio para defender su libertad de expresión? Hay margen para ofrecer garantías a cualquier manifestación, pero no hay ni puede haber tolerancia a la ruptura. Las revistas francesas Charlie Hebdo, Le Canard enchaîné o el mensuario satírico español Mongolia (por cierto, sobreviviente a un cúmulo de demandas de grupos religiosos ultras), son publicaciones que han sido y son objeto de cuestionamiento permanente, pero flotan en el marco de la democracia. Se puede afirmar sin margen de error que su equipo está formado por humoristas gráficos, periodistas y escritores.

Acreditar a un agitador como un periodista lleva, por cierto, a una reflexión. Pero tampoco demanda más tiempo que la de diferenciar si un hooligan es un simple espectador de un partido de fútbol o discernir si Martín Karadagian era un deportista argentino.

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En Argentina se da un fenómeno que aún no ha arraigado en España ni en ningún país del sur europeo: la estigmatización del periodismo desde el poder gubernamental. No es necesario referir las intervenciones del presidente Milei sobre su juicio acerca de esta profesión. Podríamos remontarnos a su larga campaña electoral en los medios, sus intervenciones hiperrealistas, llenas de desmanes, desborde y desorden que ahora repite desde la Casa de Gobierno. Volviendo a Karadagian, se puede decir que Milei está más cerca del arte expresivo del luchador armenio que de las herramientas de la democracia liberal.

Steve Bannon, asesor, narrador, productor, en fin, factótum del paradigma del modelo, Donald Trump, no deja zonas oscuras sobre algo que era absolutamente claro y ahora en entredicho.

En una larga entrevista que le hizo el año pasado David Brooks en el New York Times, ante el pedido de una definición sobre su rol al frente del podcast diario War Room (pocas dudas deja el nombre), se revuelve contra Brooks cuando éste lo compara con los programas de la Fox: “No soy periodista. No estoy en los medios. Este es un cuartel general militar para una revuelta populista. Así es como motivamos a la gente. Este programa es un programa activista. Si lo ves, eres un soldado raso. Lo llamamos el Ejército de los Despiertos [Army of the Awakened]. Es decir, [Rupert] Murdoch es un enemigo más grande para nosotros que Msnbc1. Porque es el epítome del neoliberalismo neoconservador. Y son el opio de las masas. Son la oposición controlada, ¿verdad? Nunca querrán un cambio fundamental”.

Bannon no es un personaje secundario. Se reúne cotidianamente con Trump. Repite dos veces, aquí y en la edición del fin de semana pasado del Financial Times, el número tres. La tríada Washington, Lincoln, Trump. Y el tercer mandato. Más allá de la Constitución. Más allá de los medios.

Mejor no ignorarlo.

*Escritor y periodista.