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El cuento del tío

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Siempre me produjo cierto escozor, por no decir decididamente fastidio, la frase que emitiera Máximo Kirchner a propósito de la muerte de su padre, en el sentido de que la bala que mató a Mariano Ferreyra había rozado también el corazón de Néstor. No discuto la mala sangre que pueda haberse hecho el ex mandatario al enterarse de que una banda de violentos, muy cercanos por lo demás al kirchnerismo, acababa de asesinar a un joven militante de un partido opositor. Pero me resulta insoslayable la diferencia que existe entre rozar y atravesar, es decir entre afectar y matar; y me produce escalofrío la diferencia que existe entre la figura retórica y la cruda realidad: entre la bala metafórica que invocó Máximo Kirchner y la bala de verdad que le quitó la vida a Ferreyra.

La disparidad de esa condición de víctimas es por lo menos escandalosa. Porque Ferreyra militaba en el Partido Obrero, y se había movilizado aquel día en defensa de los intereses de los trabajadores ferroviarios. Y cayó ultimado por un disparo de una de esas patotas sindicales que el peronismo, y entre sus variantes históricas el kirchnerismo, tan asiduamente admite o promueve. Por estos días La Cámpora adoptó la imagen de Ferreyra para saludar con sus carteles la condena a 15 años de cárcel que se impuso a Pedraza. El Partido Obrero invoca en cambio esa misma imagen para exigir que a Pedraza se le dicte cadena perpetua.

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Así es que el significante “Cámpora” actualiza un dilema político que remite, por lo pronto, a Cámpora. El dilema de la relación real del peronismo con el pensamiento y la política de izquierda. Qué le pasa al progresismo cuando se trata de revolución.