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El cuento del Tío (Pepe)

Emerjo en la Puerta del Sol, anonadado.

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Emerjo en la Puerta del Sol, anonadado. Hacía mucho que mis cosas no me traían por Madrid y no puedo creer que sea la misma plaza otrora rebosante de indignados, la plaza de Podemos hoy nuevamente adormilada, escenario de turistas, carteristas y estatuas vivas. Algo está mal y enseguida descubro lo que pasa: falta el cartel de Tío Pepe, emplazado por ochenta años sobre el número 1 de esta plaza. Mi amigo Juan Mayorga me cuenta la anécdota: el cartel fue movido al número 11, en una esquina norte de la plaza, y aligerado de sus setenta toneladas originales a sólo veinticuatro. Hay varias versiones ecológicas que justifican la mudanza del neón. Pero la más elocuente es que el edificio original mutó en la Apple Store más grande de España. Y es natural que ambas publicidades resulten inconcebibles así, apiladas una sobre otra.

No sé qué pensar, sobre todo porque el tema importa poco, pese al descontento atronador que significó el cambio en 2014. Pero igual me atormentan un poco las arquitecturas como publicidad, las casas como soporte de propaganda de productos y el sutil pasaje consumista que va de un licor a un iPhone 7 en una década. Es lo de menos. Los diarios de hoy son un poco más escabrosos. El Supremo condena a un año de cárcel al cantante de Def Con Dos por sus tuits en tono irónico sobre su Majestad y sus exageraciones sobre las acciones de ETA. Hay ley mordaza. En la misma página, otra noticia anuncia que el gobierno niega que el Valle de los Caídos sea un monumento franquista.

La humanidad entera ha perdido en España la Guerra Civil más importante de la historia. Y eso se paga.

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