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El desacato

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Escribo esto el jueves, ante la indignación de millones de personas que hemos visto y oído la represión policial ya acabada la marcha de mujeres del 8 de marzo. Hoy será sábado y seguramente las fuerzas policiales intervinientes que secuestraron y torturaron el miércoles pasado estarán ya retiradas de sus funciones, sumariadas y juzgadas. Me impulsa un necesario optimismo ya que, de lo contrario, esto será la ruina de este país. No cabe hablar de horror ni de aberración; sólo se puede exigir enérgicamente a la Justicia que no deje sentar este ingrato precedente.

Aprovecho esta onda expansiva de optimismo obligatorio para solicitar, además, que los medios oligarcas definan claramente qué consideran vandalismo y qué no. Ya que no parece haber crimen en reprimir mujeres, en cercenar sus derechos biológicos, en mercantilizar sus cuerpos o en disipar sus aspiraciones de igualdad económica ante el trabajo, pero sí se considera criminal que un grupo –minoritario o no, representativo o extravagante, exagerado o mesurado– ataque los símbolos impávidos de esta sujeción a la injusticia.
¿Están intactos la Catedral, el Cabildo? Sería de extrañar. ¿No son precisamente éstas y otras instituciones el blanco de toda demostración de descontento? ¿Fue vandalismo el accionar de un French o de un Beruti el 25 de mayo? Los edificios, como arquitectura de un cuerpo de leyes que deben revisarse ya mismo, son la pared en blanco sobre la que escribir el giro necesario de la historia. Son por eso precisamente símbolos. Y no da lo mismo atacar un símbolo que herir y torturar personas reales.