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El destino es el otro

Sombra 20240210
El otro | Unsplash | Rene Böhmer

Regresar a la ciudad es también volver a la anonimia. Ricardo Piglia festejaba esta posibilidad de no ser nadie entre tantos desconocidos, un hombre en la multitud. Estar sin ser visto, no responder a quienes nos rodean. Una suerte de seguir de largo con uno mismo, a salvo de no sé qué miedo. Sin embargo, en el contexto actual, no ser nadie, en el ideal de Piglia, no significa necesariamente llegar a ser alguien; sobre todo si muchos se abstienen de advertir la existencia de los demás.

En el dar y recibir suele haber dos, pero no parece siempre claro quién está en cada lugar

Así, de vuelta de las vacaciones, me encuentro en el subte viendo un gesto abominable. Como me trasladaba en la línea B, noté que en el asiento de pana roja las personas se incomodaban ante la cercanía del vecino, jugando a cruzar las piernas para despegarse. Conseguí hacerme un huequito, entre una niña movediza y la extrañeza de un hombre leyendo a Cortázar. No habían pasado ni dos minutos, cuando una voz, difícil de comprender, se fue haciendo lugar entre los viajantes. Intenté discernir sus palabras. Solo algunas me llegaban completas. Seguramente, él mismo las dejaba caer sin esperanzas. Escuché “situación de calle”, “hambre”, “lo que les sobre”, “cien pesos”. Y entonces la vi. En el asiento rojizo de enfrente, una mujer, que estaba chateando y riéndose de quién sabe qué videíto de TikTok, al escuchar esa voz entrecortada y vislumbrar la silueta del hombrecito flaco y titubeante, en dos segundos, apagó el celu y cerró los ojos, haciéndose a ojos vistas, la dormida. Apenas el hombre pasó el umbral de sus rodillas, retomó su risa, vacía de interlocutor. Me partió el alma aquel gesto. Llegué a preguntarme si alguna vez no lo había implementado yo misma para evitar algún encuentro.

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Subí entristecida las escaleras de la estación, pensando en esa caída de ojos, ese no ver sabiendo. Finalmente, el otro es nuestro destino. Y si alguien nos roza, acudir a aquella cita anónima quizá signifique recibir gran parte de nuestra posibilidad de dar. ¿Cuántas veces al día puede suceder? No son tantas las personas que nos interceptan; y son personas individualizables, con rostro, palabras. En el dar y recibir suele haber dos, pero no parece siempre claro quién está en cada lugar. A veces, quién recibe da más. Una sonrisa jamás vista, un agradecimiento sencillo.