Cada día que pasa desde el fatídico 22 de octubre, el peronismo confirma la presunción de que su destino durante los próximos seis años será el de opositor.
El inédito fenómeno de que un gobierno no peronista pueda concluir su mandato, incluso con chances de ser reelecto, muestra esa otra cara no menos inédita: la posibilidad de un peronismo opositor por más de un período presidencial.
El destino es raro y su etimología también. Una palabra que en su origen fue sinónimo de “meta”, con el tiempo también adquirió el significado de “hado”, el destino como una fuerza desconocida que rige la vida de las personas.
El materialismo macrista da por válida la primera acepción. Su destino, en el sentido de meta electoral, es mantener dividido al peronismo para seguir ganando. En cambio, el esoterismo peronista se ve atado a la segunda versión etimológica. Está seguro de que no hay forma de huir a ese destino opositor.
La “trampa” oficial. El macrismo mostró las cartas desde antes de 2015: dividir al peronismo presentando a Cristina como la contrafigura de Macri, no aliarse con otro peronista como Massa, a riesgo de competir con una parte de su electorado, pero creyendo que también el tigrense le suma división al PJ y, por último, alentar la figura de Florencio Randazzo en el principal distrito.
La estrategia del oficialismo es mantener viva a Cristina de aquí a 2019 (polarizando con ella y el “pasado” hasta que la sociedad se harte) y promover el surgimiento de un líder peronista moderado (algún gobernador como Urtubey o Uñac), que aporte a la gobernabilidad y reciba el reconocimiento político y, eventualmente, económico.
Para que Cristina siga activa, el Gobierno necesita que los jueces continúen investigando la corrupción K, poniéndoles foco a ella, a su familia y a sus funcionarios. Que vayan todos presos, salvo ella, porque temen al efecto victimización.
Por su parte, para que el peronismo siga dividido, el oficialismo necesita que no surja ninguna corriente unionista, que privilegie el afán de retomar el poder por encima de los odios internos. Hoy es un peligro improbable.
A diferencia del pragmatismo que lo caracterizó toda su vida, el peronismo ingresó en una fase principista que convierte en intolerable cualquier intento de negociación que incluya a la ex presidenta. El camporismo propone canjear un “paso al costado” de su jefa por blindaje político-judicial. Difícil que eso ocurra. Primero, porque en el peronismo nadie cree que Cristina esté de verdad dispuesta a dar ese paso. Segundo, porque el destrato que ella les dispensó durante tanto tiempo dejó demasiados heridos en sus filas.
Se podría decir que es una división consensuada: el Gobierno no quiere que el peronismo se una y el peronismo tampoco, aunque eso le signifique seguir lejos del poder.
¿Qué hacer? Es lo que se preguntan en el laberinto privado del peronismo. La respuesta mayoritaria es que, salvo que la economía interfiera para mal del país, el destino no los quiere cerca de la Casa Rosada por lo menos hasta 2023.
Quien habla es el senador Miguel Angel Pichetto, convertido en una suerte de oráculo al que recurren peronistas en busca de su destino. Les dice esto: “Nuestras posibilidades de volver al gobierno en 2019 son pocas, salvo que se vaya todo al demonio o que el oficialismo siga golpeando a los sectores medios con tarifazos u otras muestras de insensibilidad. Los peronistas debemos tener una mirada de largo plazo y transitar el llano con responsabilidad institucional”.
Sobre cómo escapar de la “trampa” divisionista del macrismo, el senador reconoce que con Cristina es imposible: “Ella es el nombre del problema. La división del peronismo viene de cuando Néstor murió y Cristina construyó un gobierno de centro-izquierda con Zannini, Kicillof y La Cámpora. Eso ya se vivía en el anterior Congreso y seguirá ahora”.
A Pichetto se lo escucha optimista tras el acuerdo de coparticipación entre Nación y provincias, al igual que por el alcanzado con la CGT por la reforma laboral: “Es que los peronistas necesitamos empezar a construir un ámbito político alrededor de los gobernadores y del movimiento obrero, que no puede ser de ruptura institucional”.
Votantes líquidos. Lo cierto es que, más allá de los planes de unos para permanecer y de los otros por retornar, la realidad es que los nombres de los partidos y los eventuales acuerdos dirigenciales ya no son lo que eran. El triunfo de Cambiemos es también el de votantes cambiantes. Para estos, los partidos y sus líderes perdieron el valor simbólico que poseían en la modernidad. La posmodernidad ahora hace memes con ellos.
No sólo son los electores del oficialismo los que sienten así. La mayoría de la sociedad está cruzada por el escepticismo posmo sobre sus representantes, incluyendo también a los que ganaron las elecciones. Los representados ya no se sienten tan atados a una herencia política o a los mitos partidarios, mucho menos a las ideologías fuertes. La única revolución permanente es la que genera la globalización comunicacional del capitalismo. Trotsky pasó de representar una amenaza mundial para el sistema a ser el título de una miniserie que se acaba de presentar en Cannes, en la cual se lo muestra como un verdadero rock star.
Este es el contexto de época que permitió a un partido con diez años como el PRO llegar al poder. A nadie le importa quién es el presidente de ese partido, ni sabe que su apellido es Schiavoni. No es Macri el que lo hizo. Es al revés. Es la nueva mayoría social de esta era la que lo hizo a él.
Al peronismo le cuesta romper con la estrategia oficial, en buena medida porque el PJ es el mayor símbolo político de una modernidad que ya fue y no sabe cómo reencontrar su razón de ser en medio de esta sociedad líquida. El plan político de Macri está funcionando porque representa una red social que no solo incluye a la clase media radical o independiente y a la clase alta de los llamados partidos de derecha, sino también suma a amplios sectores populares que ya no sienten el imperativo histórico de votar a los herederos de Perón. Son votantes líquidos como su época, unidos por el malestar con el pasado, la pérdida de las grandes utopías, la insatisfacción económica y la inseguridad personal.
Problema de fondo. El macrismo es una experiencia inédita porque es la primera vez que llega al poder ese tipo de alianza social. En ella se sustenta una gobernabilidad que nunca había tenido al mando un gestor no peronista. Pero lo que en el pasado podía constituir el comienzo de una centenaria construcción partidaria hoy también está sujeto al escrutinio de alianzas más efímeras.
Ni destino como meta ni destino como hado. Al final todos tendrán el destino que se hayan merecido.
Porque el problema del peronismo quizá sea más profundo que su diáspora actual.
Porque aun alcanzando la unidad, con sello y marchita partidaria, el verdadero enigma es si algún día sus antiguos votantes se convencerán de que el nuevo peronismo de época se llama macrismo.