Se repite la pregunta hasta el hartazgo: ¿qué pasa después del 27 de octubre? Como si un oráculo infalible dispusiera, para esa fecha, de un veredicto sobre la carta astral de la Argentina. Como si el día siguiente no fuera el 28. Nada más. Los interrogantes, sin embargo, planean sobre el presunto ganador de las elecciones en esa fecha, Sergio Massa, y también sobre la persona más afectada por esa determinación comicial, Cristina de Kirchner. Y, por supuesto, en torno a la situación económica. Tanta curiosidad se entiende por el asombro ante un despilfarro de votos con pocos antecedentes: no es común perder tantas voluntades en tan poco tiempo (¿alrededor de 50% en dos años, bajar de 54 a 30% o menos?), un derroche insensato a incluirse quizás en los anales de la prodigalidad que calificó el derecho romano. Y, además, sin acontecimientos extraordinarios o naturales que lo expliquen (catástrofes, bancarrota internacional). Se lo puede disminuir a Massa y aceptar la voz del Gobierno: expresa apenas el 40% del 40% (provincia de Buenos Aires) del territorio nacional. Será, para esa versión, apenas un intendente devenido en diputado, alguien al que se tragará la Cámara como en su momento hizo con Domingo Cavallo o con Carlos Grosso. A esta teoría hay que añadir otra excusa, casi una ilusión: será difícil que el país acepte que un intendente se vuelva presidente en dos años y sin cursar determinadas materias, salteándose el colegio secundario. Opinión de quienes administran multitudes (Daniel Scioli) o poblaciones de menor cuantía. Con un añadido de presunta desconfianza: en el interior abundan los que reniegan de un posible liderazgo bonaerense, de corte rosista o duhaldista, escasamente federal, tipificación que le podrían atribuir a Massa porque es más hijo de Néstor que el propio Máximo. Si hasta recuerdan que, aun con el enojo guardado, en su última conversación telefónica con Hugo Moyano le sugirió: “Cuidalo al pibe, no dejes que se vaya Massita, sigue siendo útil”. El camionero podría confirmar esta parte del diálogo.
Pero el aspirante Massa debe suponer en la réplica:
1) El reduccionismo numérico del resultado probable no contempla, en todo caso, portentos superiores, aluvionales y masivos, que ahora cuenta, saluda e incorpora todos los días. El mismo contagio interesado que rodeó a Carlos Menem luego de haber vencido a Antonio Cafiero, igual a Néstor Kirchner cuando perdió con Menem en la primera vuelta para presidente.
2) Más que burocratizarse en la Cámara, comandará un bloque, quizá ni hable en el recinto, tal como el Néstor legislador.
3) Prescindirá ya de cualquier curso experimental: esa posibilidad existía hace seis u ocho meses, cuando estaba en connivencia con Scioli y podía pensar en una escala previa en la gobernación. Ahora todo cambió: en todo caso, aceptará la interna de las encuestas –con Mauricio Macri, por ejemplo, con quien suele conversar– para la candidatura presidencial.
4) Si bien representa un territorio que puede albergar por dimensión y número a varias provincias juntas, en estos dos años dice que se convertirá en un representante nacional, al revés de otros antecesores; tan respetuoso parece de esas autonomías que ni siquiera se pronunció contra la re-reelección de Gerardo Zamora y su grupo económico en Santiago del Estero, saldo de un repugnante fallo judicial.
5) Ni siquiera se recuesta en la hegemonía del Partido Justicialista; sugiere: vean a quienes me rodean, la amplitud ideológica del conjunto. Aunque, claro, no todos los que están van a ser.
Será igual por dos años un diputado influyente, pero particularmente medido: las estrellas afirman que las turbulencias no le convienen. Tampoco a Cristina, obvio, pero ella hoy dispone de un don para facilitar esa hecatombe climática: junto con la generosa dádiva de los votos a la marchanta y la sucesión de contradicciones, también cedió lo que parecía el legado Grial de Néstor: el control del orden interno, el silencio o el silenciamiento si fuera necesario. Hoy hablan hasta los mudos, discrepan incluso entre sí, opina hasta Carlos Zannini, que nunca negó una sentencia inolvidable: “No permitiré que nadie, ni yo, le lleve una mala noticia a Cristina”. Una forma de entumecerla, claro. Como se trata de aliviarse de bultos, empezó la operación Moreno. Su desplazamiento, claro, misión que hace 15 días estuvo a punto de caramelo y se frustró por una injerencia inapropiada: pidieron su cabeza el monopolio Clarín y Sergio Massa, no necesariamente asociados. Para Cristina, eran demasiados planetas juntos, se le despertó el anticuerpo. Ahora también se agregó Florencio Randazzo a la conspiración, aunque a él lo inspira el cargo del mexicanito Juan Abal Medina, a quien considera –no sin razón– más secretario de Prensa que jefe de Gabinete. Tan dañado se encuentra Moreno con los embates, ya que le atribuyen todos los males del Gobierno y el Mal mismo, que hasta podría fundar el club de los leales abandonados, un grupo de viudas junto a Julio Pereyra. De uno, se sabe, la manada oficialista se burla; al otro, el primer intendente que hizo punta en la provincia por Kirchner, le bombardean la casa con la acomodaticia rama política del interventor de la Afsca, Martín Sabbatella, a través de una colectora que autorizó la propia Presidenta. A ninguno le agradecen los años de sumisión, se consideran apartados, son un plazo fijo en pesos que no paga intereses. No son los únicos. Quizá, sí, a los que más les cuesta comprender a esa izquierda K que los demuele y, sin embargo, se cose los labios como el doctor Lecter ante la entronización de Alejandro Granados como ministro de Seguridad, un elegido de Cristina. El mundo se ha vuelto inteligible para ellos desde que Cristina, quizá para hacerse papista, recordó que se siente peronista de izquierda porque alguna vez votó al FIP de Jorge Abelardo Ramos. Un homenaje a la memoria del Colorado, desopilante polemista, audaz historiador y trotskista , quien para desgracia de Cristina en algún momento de los 90 se convirtió en embajador de Carlos Menem (México), al cual varias veces dijo admirar. No es la única desgracia cultural y política de la mandataria.