Tras un inicio de año tan duro, debido a la crisis económica internacional, todo indicaba que el cierre de 2009 nos esperaba como un remanso de tranquilidad. Pero toda esa sensación de tener “la pelota pisada” se evaporó en el preciso instante en que encendí mi teléfono celular y escuché un mensaje grabado a las 8.30 del 14 de diciembre de 2009. Era Isidro Bounine, uno de los secretarios privados de la presidenta Cristina Kirchner. Me convocaba para un anuncio reservado en la Casa de Gobierno al mediodía. El mensaje me resultó extraño. Por eso no dudé un segundo y lo llamé.
—¿Cómo está? Soy Redrado. Disculpe, pero nunca voy a estos actos… ¿Está seguro?
—Sí, sí, pero no sólo está invitado al acto. La Presidenta lo quiere ver antes del anuncio, a las 11.30.
Como todas las mañanas, el chofer me pasó a buscar a las 8.45. Me sentía inquieto por el anuncio. Tenía un mal presentimiento. Algo extraño estaba pasando. El hecho de que yo no estuviera informado y que formara parte de una reunión secreta, me llevaba a pensar que la sorpresa no sería agradable. A las 11.20 salí del edificio de Reconquista, subí al auto rumbo a Casa Rosada y encendí la radio. Había especulaciones sobre un anuncio, aunque sin precisiones. Nada le molestaba más al Gobierno que se filtrara información, al punto tal de priorizar el silencio a la consistencia técnica de varias medidas anunciadas.
Ingresé caminando a la Casa de Gobierno. El ambiente parecía muy calmo en esa zona. Funcionarios e invitados circulaban, probablemente, con el mismo nivel de incertidumbre, para luego dirigirse al Salón de la Mujer, donde estaba previsto el acto.
Apenas ingresé, pasé de largo los tres sillones ubicados a la derecha de la puerta de entrada y caminé quince pasos hasta su escritorio. A su izquierda, estaba sentado el ministro de Economía, Amado Boudou; a su derecha, el secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini. La presencia de Boudou y Zannini me terminó de despejar cualquier incógnita: “Quieren hacer algo con las reservas, tenemos malas noticias”, pensé.
Pese a todo, la escena teatral se mantuvo en pie. La Presidenta me recibió con la sonrisa característica que utiliza cuando busca vender un argumento difícil de comprar. Me senté y en forma abrupta, sin preámbulos, lancé:
—¿En qué maniobra andan?
Miraron a la jefa de Estado que tenía, entre sus manos, un decreto que sería tan famoso como la Resolución 125. Estaba sonriente. Su actitud y sus primeras palabras demostraban su intención de persuadirme a cualquier precio.
Aquel lunes, la Presidenta fue exhibiéndome las copias del decreto, con simpatía pero a regañadientes. Me mostraba rápidamente una página, leía un párrafo y luego abandonaba la hoja sobre su escritorio, para resguardarlo. Repitió el mismo procedimiento con el resto de las páginas; la intención obvia era ocultarme la polémica norma.
—El concepto de esta iniciativa es que no podemos estar frente a los vaivenes de los mercados. Queremos, necesitamos dar señales de certidumbre –aseveró la mandataria–. Mi respuesta fue inmediata:
—Hoy no hay ninguna señal de incertidumbre con respecto a la voluntad y capacidad de pago de la Argentina. Eso está claro después del pago de 2.500 millones de dólares correspondientes al vencimiento del Boden 12 en agosto, que se realizó sin emisión monetaria. El índice de riesgo país estaba en 733 puntos básicos el 14 de diciembre, frente a 880 puntos registrados el día después de ese importante pago de agosto. Aunque bajaría en las jornadas siguientes al anuncio presidencial, fue por obra y gracia de la mejora general en los mercados emergentes, y no por efecto del lanzamiento del Fondo del Bicentenario para el Desendeudamiento y la Estabilidad. Este fondo consistía en tomar de las reservas “excedentes y de libre disponibilidad” administradas por el BCRA US$ 6.569 millones, para que el Tesoro pagara las deudas.
En el inicio del decreto, sorprendentemente se justificaba el nombre de este fondo destinado a aumentar el déficit fiscal, expresando que “la República Argentina está a punto de iniciar el año de la conmemoración del Bicentenario de las luchas de su independencia”, como si una definición épica pudiera restarle gravedad al asunto.
Leía rápidamente algunos párrafos de la copia y no podía salir de mi asombro. Entonces me dirigí primero a ella, y luego a los dos interlocutores:
—Hay un riesgo importante. ¿Han pensado en los embargos de las reservas por parte de los bonistas? No han ingresado al canje de 2005 y mantienen una estrategia judicial muy activa en los tribunales de Estados Unidos y, en menor medida, en Europa. Zannini, muy confiado, dijo:
—Con los embargos no hay problema porque nosotros le vamos a dar una Letra del Tesoro al BCRA…
—Pero el Gobierno está determinando utilizarlos con fines que no son los de regulación monetaria o financiera que tiene el BCRA –repliqué. ¿Cómo era posible que tuviera que aclarar semejante obviedad técnica?
Los denominados “fondos buitres”, que compraron deuda en default a muy bajo precio y luego comenzaron a litigar en forma muy agresiva para cobrar el cien por ciento del valor nominal de los bonos, habían logrado presentar la teoría del “álter ego”, que daba a entender que el BCRA era en realidad lo mismo que el Gobierno y que por lo tanto podían embargar fondos del organismo para satisfacer su reclamo… y esta decisión intempestiva parecía darles la razón.
—Pero, ¿no han consultado con los abogados del estudio Cleary, Gottlieb, Steen & Hamilton que representan al Estado nacional en Estados Unidos?
Zannini y Boudou se miraron entre ellos. Y nada respondieron. Porque a nadie se le había ocurrido consultar con los abogados que defienden al Estado argentino en el exterior.
Cuando nos trabamos en esa discusión, decidí avanzar con la confusa idea que predominaba en torno de las reservas excedentes, advirtiéndoles que había que tener cuidado con esa definición. Recién en ese momento, recordé que Boudou estaba presente en la reunión. Asentía a todo lo que yo decía. Probablemente sea el ministro con menor calidad técnica que he conocido, pero con gran capacidad de comunicación. Entonces, dijo:
—Esto es algo que venimos pensando y lo considero bastante acertado; es que la transferencia de esos activos al Tesoro mejorará la ganancia para el Estado.
Según su razonamiento, las reservas sólo lograban un rendimiento del 0,5 por ciento. Según el mío, la ganancia era bastante mayor porque había que tomar en cuenta la renta percibida por el aumento del valor de las monedas que formaban estos activos.
—A ver… ¿el objetivo es bajar el costo de financiamiento o gastar lo que no hay? –pregunté.
La Presidenta, que había permanecido en silencio, respondió: —No, no –a Cristina le gusta reiterar ciertos monosílabos, para darles mayor énfasis–. No, hay que bajar el costo de financiamiento –dijo con plena convicción. Boudou entonces deslizó lo que faltaba decir:
—Por ahí usamos algo… si falta financiamiento…
Las explicaciones fueron bastante difusas y deliberadamente ambiguas. Cuando percibí que en la discusión de los detalles no llegaríamos a un punto de acuerdo, insistí:
—Es importante exhibir, como cualquier país normal, un programa financiero, determinar el dinero que hace falta conseguir para pagar todos los vencimientos de deuda y luego, volver a emitir títulos en el mercado voluntario.
Mi reflexión en torno al programa financiero quedó en el aire, y mi sensación de pesimismo se redobló cuando la reunión ya se agotaba. Los argumentos no fluían con naturalidad y ninguno de los que estaban en la discusión podía convencer al otro.
De repente, para distender el sofocante ambiente, la Presidenta señaló:
—¿Sabés qué número tiene el decreto del Fondo? ¡El 2010! ¡Va a ser el número de la suerte!
Las cábalas no son mi fuerte. Hice un último intento:
—Y… ¿por qué no crear un fondo de garantía para el pago de la deuda, dentro del balance del Banco Central con un uso específico y que no genere efecto inflacionario? pues no implica una mayor emisión de dinero.
—Bueno… sigan estudiándolo y después me van comentando –concluyó.
Las últimas palabras de la jefa de Estado no me dejaron satisfecho. De inmediato nos pidió que fuéramos al Salón de la Mujer para anunciar el plan. Quedé un tanto perplejo; ella se paró, dando por terminada la reunión.
—A mí me gustaría seguir conversando esto –agregué, para persuadir lo que a esa altura ya parecía inevitable–. Ella fue a maquillarse. Zannini se levantó para ir al acto. Cuando Boudou se puso de pie, lo frené:
—¿Vos sos el animal que hizo esto?
—Martín, era mucho peor…
De inmediato, Boudou salió detrás de Zannini. No sabía qué hacer. Por un lado ansiaba regresar a mi despacho para analizar y resolver esta cuestión tan delicada; por el otro, debía ir al acto convocado por la Presidenta. Primó el deber, el compromiso. Me senté en una silla con rueditas, al lado de la puerta. Mi cabeza era un hervidero de ideas que no cerraban.
* Economista, ex presidente del Banco Central.