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El díficil desafío de enfrentar al presidente

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Debate. Los candidatos discutieron sus propuestas en New Hampshire. | afp

Las primarias son un elemento constitutivo del sistema político norteamericano. Y sin embargo, no hay una sola línea referida a esta instancia en su Constitución. El proceso de nominación de los candidatos presidenciales es gestionado por los partidos en cada uno de los estados de la unión. Mientras la Constitución es muy difícil de cambiar, las leyes y reglas partidarias estatales son más maleables. Eso hace que los términos de competencia de las primarias estén modificándose permanentemente entre cada ciclo electoral.

En Iowa, el primer estado de la carrera por la nominación, los demócratas decidieron innovar con una nueva aplicación que transmitiría los datos de manera digital. El desenlace fue un desastre: el software colapsó y los resultados se demoraron más de 24 horas. Desde hace cuatro años, la mayor amenaza a la integridad electoral de los Estados Unidos es una posible injerencia de Rusia. Nadie previó que sería el caos organizativo de los demócratas, y no la mano sutil de Vladimir Putin, lo que echaría un manto de dudas sobre el sistema electoral norteamericano.

Con todo, el gran ganador del primer round demócrata no fue ni Pete Buttigieg ni Bernie Sanders, sino Donald Trump. Fortalecido por la desorientación opositora durante el primer test electoral y por la caída definitiva del impeachment en el Senado, el presidente está lanzado a la reelección. Los números de la economía lo acompañan, tiene al Partido Republicano alineado detrás de sí y cuenta con una narrativa capaz de movilizar a su electorado.

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Si superan este momento de confusión inicial, a los demócratas se les presenta un doble desafío durante las primarias: deben producir un candidato competitivo y, al mismo tiempo, mantener la unidad partidaria. Un candidato con competitividad electoral pero sin cohesión partidaria no es suficiente para recuperar la Casa Blanca; un establishment partidario pacificado pero con un aspirante presidencial que no entusiasma a su base de votantes, tampoco.

¿Cuál es la manera más efectiva de enfrentar a Trump? ¿Con un candidato moderado o con uno marcadamente corrido a la izquierda? La experiencia norteamericana validó a lo largo de la historia la tendencia a la moderación, explicada a partir del teorema del votante mediano. Según esta idea, la estrategia dominante de los partidos en una campaña electoral es correrse al centro del espectro ideológico porque ahí se encuentra el votante promedio y, por lo tanto, el voto mayoritario. Si esta premisa sigue vigente, Joe Biden –ex vicepresidente de Barack Obama– y Pete Buttigieg –ex alcalde de South Bend– son los candidatos mejor preparados para competir en una elección general. Esta es la posición mayoritaria entre los líderes del Partido Demócrata.

Sin embargo, desde hace más de una década Estados Unidos asiste a un inédito proceso de polarización política. Si antes solían converger en el centro ideológico, ahora demócratas y republicanos están cada vez más divididos en torno a programas y valores opuestos. Los primeros son consistentemente más progresistas; los segundos, consistentemente más conservadores. En este contexto, dado que las preferencias de la opinión pública se inclinan cada vez más a los extremos, lo que hace falta es una candidatura de izquierda que interpele y promueva la participación de la base de votantes demócratas (en un país en donde el voto no es obligatorio). En otras palabras, en tiempos de grieta, la moderación no paga, argumentan los que apoyan a Bernie Sanders y Elizabeth Warren. Y ponen como ejemplo el fracaso de Hillary Clinton y el éxito de Trump de 2016.

Más allá de este dilema está la cuestión de la unidad partidaria. ¿Apoyarían los integrantes del establishment demócrata, de vínculo fluido con Wall Street, la candidatura de Sanders, quien promete fuertes regulaciones en el sector de las finanzas, si finalmente es el vencedor de las primarias? ¿Acompañarían los votantes de Sanders en una elección general a otro candidato demócrata que no sea el senador de Vermont? Sin una estrategia de coordinación entre la elite partidaria y las bases, no hay camino posible hacia la Casa Blanca para los demócratas.

Mientras la oposición ingresa en unas primarias que se perfilan muy apretadas y desgastantes, Trump está en una posición inmejorable: tiene más meses para hacer campaña, dispone de todos los recursos de poder presidencial para instalar temas de agenda y llega al año electoral con el subordinamiento absoluto de su partido. Y cuenta a su favor, además, con una regla no escrita de la política norteamericana: los presidentes suelen ganar la reelección y gobernar ocho años. Desde la Segunda Guerra Mundial, apenas tres mandatarios no lograron acceder a un segundo mandato. El último antecedente es George H. Bush, hace ya casi treinta años.

“Norteamérica pedía un cambio y cambio fue lo que tuvimos. Y lo mejor está por venir”, prometió Trump en uno de sus últimos avisos de campaña. Con más dudas que certezas, los demócratas se ilusionan con dar el batacazo en las elecciones de noviembre.

*Politólogo y docente.