“La Casa Blanca no olvida”, explica desde Washington un veterano conocedor de lo que pasa y de lo que ha pasado en el corazón del poder de los Estados Unidos durante los últimos treinta años, quien agrega: “Cuando a un presidente se lo maltrata, la marca permanece y no importa que después venga otro de un partido distinto. El maltrato a Bush en la Cumbre de Mar del Plata hacía muy difícil que alguien le aconsejara a Obama visitar la Argentina en este momento”.
El desaire sufrido por la Dra. Cristina Fernández de Kirchner, al enterarse de que el presidente de los Estados Unidos ha decidido no pisar nuestro país en su primera visita a la región, golpeó al Gobierno argentino en su amor propio. La causa esgrimida por la fuente citada no es, sin embargo, la única. Hay otras. Una tiene que ver con la química personal: la impresión que recibió Obama durante el primer contacto que tuvo con la Presidenta –recuérdese que fue una conversación telefónica mantenida durante un periplo suyo a Africa– no fue buena. De eso dio cuenta Arturo Valenzuela en su primer viaje a Buenos Aires, en el que vivió en carne propia el maltrato del por entonces matrimonio presidencial. Y eso no se revirtió en el encuentro a solas que tuvieron, después de muchos esfuerzos diplomáticos, durante la Segunda Conferencia de Seguridad que se realizó en Washington. Hay un segundo tema que hace a la falta de una política internacional clara por parte del gobierno kirchnerista. Esto de que en público se dice una cosa y en privado otra es poco serio e inútil. La cercanía y simpatía con Hugo Chávez tampoco estimulan el entusiasmo en Washington.
Es verdad que la Presidenta tuvo un gesto de condescendencia con el gobierno de EE.UU. cuando en la última Cumbre Iberoamericana, celebrada en Mar del Plata, frenó una declaración condenatoria a Washington por WikiLeaks. Pero es evidente que ese gesto no alcanzó. Las expresiones del canciller Héctor Timerman sobre las causas de la no venida de Obama fueron de una debilidad extrema. Pero más allá de cada una de estas consideraciones –todas ciertas–, hay una realidad fundamental: la Argentina no es hoy día una prioridad de la administración Obama.
Tampoco es que cuando lo fue –como en el caso del gobierno de George Bush padre, durante la primera presidencia de Carlos Menem– la Argentina fue un paraíso. Nada radical habrá de cambiar porque Obama no pise nuestro país. Sólo que al gobierno de Cristina el desaire le dolió. Creyó que la historia no importaba y que todo sería distinto con Obama. Se equivocó. Hay que decir que dentro del Partido Demócrata hay quienes sienten simpatía y hacen una valoración positiva de Cristina. Una de las argumentaciones expuestas desde Washington fue que, estando un país en medio de una campaña, es norma que el presidente no viaje. Esto es contradicho por los hechos. Basta recordar que en 1997 el entonces presidente Bill Clinton visitó la Argentina una semana antes de los comicios en los que Graciela Fernández Meijide le ganó a Chiche Duhalde.
Hablando de elecciones, el año avanza y el carrusel de comicios provinciales que inquietan tanto al Gobierno como a la oposición se acerca a su comienzo. “Es poco probable que haya algún otro cambio en el Gabinete y seguramente hacia mediados de mes comenzarán a hacerse anuncios importantes”, señala un funcionario con despacho en la Casa Rosada. El Gobierno apuesta a cerrar un acuerdo con el Club de París para junio. Más allá de los cuestionamientos sobre la legitimidad de la deuda, será esa una medida indispensable para aspirar a fuentes de financiamiento a tasas que hagan posibles nuevas inversiones en la Argentina que, así y todo, no vendrán fácilmente.
Las encuestas y los acontecimientos le están señalando al Gobierno la trascendencia de un asunto que le molesta mucho: la inseguridad. El resurgimiento de algunos de los aspectos más delicados de esta realidad, sobre los que en la cima del poder se pensaba que era producto de la influencia mediática, han hecho surgir en su seno contradicciones que son una muestra de la falta de definiciones generada por la ausencia del tema entre las prioridades de su agenda política. La insistencia de Daniel Scioli en relación con la baja de la edad de imputabilidad de menores que cometen delitos es un hecho que en la Casa Rosada produce perturbación. “Cada vez es más difícil disimularla”, cuenta alguien desde el Gobierno. Lo mismo vale en cuanto a las quejas de los intendentes del Conurbano que reclaman que se concrete la presencia de la Gendarmería a la vez que la ministra de Seguridad, Nilda Garré, responde que ese reclamo ya ha sido satisfecho. ¿Dónde está la verdad?
La preocupación causada por acciones delictivas con posible tinte conspirativo inquietan al Gobierno. La sospecha recae sobre policías federales expulsados de la fuerza. Es curioso que un gobierno que espía y mucho a ciudadanos decentes, cuyo único pecado es pensar diferente no destine esas estructuras del Estado a hacer “inteligencia” útil que le permita despejar esa inquietante incógnita.
El brutal asesinato del tesorero del gremio de Maestranza, Roberto Roger Rodríguez, ha encendido luces rojas en el convulsionado mundo sindical. Para unos es un hecho policial; para otros, en cambio, un capítulo más que apunta al obscuro asunto de la mafia de los medicamentos.
Junto con todo esto, hay que señalar, en la arena puramente política, que el Gobierno viene recibiendo una ayuda importante por parte de varios sectores de la oposición, que lo único cierto que han mostrado hasta ahora es su incapacidad para acordar en casi todo. Los casos más relevantes son los del Peronismo Federal y el radicalismo. En el PJ Federal lo que resalta son las diferencias de Duhalde con los otros dirigentes de peso que demandan participación en las decisiones que, hasta ahora, el ex presidente no les ha dado.
En la UCR las cosas también están confusas. Hay sí, un nuevo hecho que se verifica en estos días: la postulación del senador Ernesto Sanz ha agregado turbulencias a las ya existentes en esas aguas y, en consecuencia, entre sorprendidas y preocupadas, las segundas líneas que responden tanto a Ricardo Alfonsín como a Julio Cobos han comenzado un diálogo fluido, que antes estaba ausente, en pos de algún acuerdo que les permita unir fuerzas. Este es el paisaje que ofrecen estos dos sectores de la oposición, en el que sobran las idas y venidas y en el que falta lo principal: un proyecto de gobierno creíble y factible de ser concretado.