¿Cuándo empezará la Corte Suprema a convertirse en un problema para el gobierno Kirchner? ¿O en un enemigo, según la maniquea expresión del bien y el mal que el oficialismo utiliza frente a los grandes acontecimientos o a la simple aparición del sol o la lluvia? (aunque esos milagros naturales sean, de lejos, más trascendentes que los otros acontecimientos).
En el fárrago de novedades y conflictos de la última semana, casi pasó inadvertido el dictamen de ese tribunal que benefició al grupo Clarín (por la cuestión del monopolio o posición dominante en el cable y su controversial fusión), el propio organismo intentó restarle importancia a la noticia por sobradas razones de precaución y el andamiaje político kirchnerista se distrajo porque había concentrado energía en otros temas (aunque esa decisión unánime del colegiado sumará rispidez futura, por lo menos, entre el Poder Judicial y los otros dos poderes en el caso de que se apruebe la nueva ley de radiodifusión). Ni Clarín pareció disfrutar de la victoria. Hoy, los siete magistrados, entonces, no aparecen en la pantalla K. Pero a no desesperar, pronto estarán nominados.
Aunque el septeto mayor no pretenda ese rol estelar, pues son cómodos y tímidos funcionarios, ajenos cupularmente a lo que sucede en el país, como si fueran la Corte helvética. Pero es probable que a ellos también los alcance la marea del “vamos por todo” y “vamos ahora, ya, porque el tiempo se nos termina”. Al tiempo que aluden es, en verdad, el plazo en el que caducan las permisividades habilitadas (por ejemplo, el fin de las mayorías automáticas en el Congreso de la Nación, el próximo l0 de diciembre); el otro tiempo, en cambio, carece de límites, ni siquiera se detiene en 2011, ya que a juicio del ex presidente –hoy recargado de optimismo– esa valla será fácil de sortear (“si hacemos lo que debemos”, sin explicitar el deber”), casi con fantasía de otro siglo, franquista, trujillista, chavista, stalinista, para el gusto variado del comensal. Hay quienes creen, otros que son tentados, cooptados, algunos obligados, la mayoría por conveniencia, con un mensaje doble al igual que el resto del país en el acompañamiento de la neutralidad colectiva: no llegan, no pasan (“yo ya te lo dije”, si ocurriera), o se quedan 40 años (“yo ya te lo dije”, si llegara a ocurrir). Argentinos hasta la muerte sin Fernández Moreno.
“Vayan por todo”
Al “vamos por todo” lo acompaña un batallón encargado de demoliciones (panfletos, pegatinas, piqueteros, escraches), al margen de la unidad de reserva encargada de la limpieza posterior para que el enemigo no se recupere. O de la reorganización empresaria con personal propio o en alianzas transitorias con los boligarcas de turno. Es importante tener una causa, también que sea bien remunerada.
Casi una política militar, profesional, bien podría haberla inspirado un desocupado y oculto como Bendini (al cual, por otra parte, el matrimonio lamenta –y hace cargo de esa falla imperdonable a la ministra de Defensa, Nilda Garré– haber excluido de su función en el Ejército). O, tal vez, algún aprendiz, civil frustrado de aquellos tiempos en que la substancia del concepto revolucionario pasaba por disfrazarse de uniformado, desfilar, colgarse títulos y medallas, ofrecer partes de guerra por cualquier escaramuza callejera, asumirse como comandantes u oficiales, una parodia, en suma, si no fuera que ese ejercicio delirante y juvenil abonó la tierra con una multitud de muertos. Más para la deformidad del verso de Fernández Moreno.
Borocotización o muerte
Antes de anunciar posibles rivales como la Corte –siempre y cuando ésta se pronuncie sobre ciertos temas con los cuales amenaza pronunciarse– conviene detenerse en la inconclusa higiene étnica sobre el campo o Clarín, sobre Carlos Reutemann o Julio Cobos, sobre una eventual conjunción de gobernadores, las iniciales prioridades. Ninguno de estos personajes o intereses contempló el asesoramiento militar para sus emprendimientos: así es difícil ganar una guerra. El sector agropecuario, como entidad militante, agoniza; inclusive hoy, con el paro en plena vigencia y el pensamiento en medidas desesperadas para alcanzar siquiera un tubo de oxígeno.
Ya no discuten la baja de retenciones, más bien habrán de esforzarse para evitar que suban impuestos a la soja (lo que, por otra parte, en el discurso oficial podría ser coherente en el caso de que ascienda el precio de ese commodity; además, hoy una suba del tributo permite –siempre en el lenguaje kirchnerista– no sólo contribuir a más escuelas y caminos, tambien a las necesidades por el momento insatisfechas del “fútbol gratis para todos”). Hasta le capturan, gracias al talento disuasivo de Aníbal Fernández, damas y alfiles, como la Alarcón y Saredi, convertidos de la noche a la mañana en aquel combativo luchador por la reforma agraria en Brasil, Francisco Juliao, quien luego se refugió en la buena vida mexicana y a un periodista le reconoció, envuelto en una bata de seda, “ha llegado el momento de vivir bien”.
El Grupo Clarín, quizás más entero aún que el campo –a pesar de que proteje intereses menos nobles, más personales–, sigue los pasos declinantes del cuarteto dirigente de las entidades agropecuarias. Su máxima aspiración, en el capítulo de leyes, es que no se apruebe este año la nueva ley de radiofusión, tal vez el próximo. Retrocedió 40 casilleros: hace dos meses nadie creía que alguna vez se analizaría esa cuestión en el Congreso. El deterioro del grupo implica más riesgo: su rendición sería ejemplar para otros disconformes con el modelo que lo habían imaginado como el baluarte de última instancia, con la alcazaba inexpugnable.
No es el Alcázar (por otra parte, debe recordarse que a ese refugio lo defendían españoles que no se decían “argentinos hasta la muerte”). Al menos así lo piensa Néstor Kirchner, el generalísimo (y vaya a saber uno por qué obra y gracia). Si San Martín cruzó los Andes con el espiritu de su ejército, no menos cierto es que ese emprendimiento se logró por la infiltración, la inteligencia, en las filas rivales, sea para desarmarlos o para mentirles sobre los pasos a utilizar en la Cordillera. Hasta un neófito sabe que un espía vale más que un contingente, que un traidor puede con mil valientes, según la canción comunista que humilla a las experiencias foquistas. Así ocurre, ahora, con el desconcertado y airado Reutemann.
Al enemigo, ni Justicia
A la tránsfuga Roxana Latorre, para el criterio del santafesino que la suponía fiel, le han endosado imputaciones varias por facilitar el acceso para que el kirchnerismo impusiera las facultades delegadas en el Congreso: de la protección de cargos en la ANSES y en el PAMI, a una negociación estrecha entre su ambiciosa pareja vikinga y el ministro Julio De Vido (el comedido siempre a mano para todo este tipo de combinaciones), a la mezquindad de un registro automotor (o dos), olvidando tal vez otra realidad: ella siempre mantuvo –como Reutemann– una especial vinculación con Cristina de Kirchner en el Senado, más también con Alicia Kirchner, esa hermana pródiga social que bien conoce la administración del PAMI rosarino, en el cual la veleidosa y viuda Roxana dispone –así se habla en la ciudad– de fuertes relaciones. O sea, un aparato que atiende a 220 mil jubilados de primer y segundo nivel, también usuarios de alta complejidad (el festín de los sindicalistas), que controla dos sanatorios propios (gastan, sin pensar en devoluciones, claro, unos 5 millones de pesos por mes), por no hablar de las contrataciones externas.
Allí, por suerte, nunca se encontraron anomalías con prestadores y proveedores, ni siquiera cuando estaba Graciela Ocaña al frente del PAMI nacional. Lo curioso es que Reutemann haya soslayado estos contactos de su colaboradora-senadora; tampoco sería una novedad: de los cuatro legisladores de la provincia en que triunfó, el primero es del Frente para la Victoria, el segundo es de Roxana, la tercera fue jefa de prensa de su principal adversario interno (Agustín Rossi) y el cuarto, eso sí, es un peronista.
Más inasible para el daño, por el momento, resulta Cobos para el kirchnerismo. Y lo buscan para herirlo, en verdad, desde la 125. Pero Néstor no alcanza a resolver una dificultad con los ingenieros, llámense Mauricio Macri o Julio Cobos. Aun así, lo cercan al vicepresidente, le niegan el agua: quienes lo invitaron a una charla medianamente pública, los empresarios –y a la que no habrían podido suspender con antelación– hoy padecen el celo restrictivo del ex jefe de Estado.
Nunca nadie parece entender una frase utilitaria, de profunda convicción, que Néstor acuñó y confiesa todos los santos días: “Con el poder no se jode”, eslogan de su fin que justifica cualquier tipo de medio (recordar que Daniel Scioli, de atento nomás, la remendó con un sustituto demagógico: “Con la comida no se jode”). No puede, siquiera, cautivar a un radical cercano; es que Cobos procede al revés de lo que le recomiendan hasta sus mejores consejeros partidarios (por ejemplo, con el tema de la renuncia ante una eventual crisis, fue unánime la sugerencia de que él debía también partir, a lo que él siempre se opuso y se opone; aunque hoy, justo es admitir, se debate si una necesaria profilaxis institucional no debería incluir el retiro del vice del Gobierno como manifestación de repudio a la mayoría de sus actos).
Si Cobos es una incógnita hacia el futuro para Néstor, en cambio ha focalizado con precisión un viejo temor que lo acosa: la formación de un grupo de gobernadores, como algunas de las ligas que él mismo integró, que podrían complicar la gestión de su esposa. Tienen razones para juntarse los hombres del interior: el resultado electoral, las dificultades para pagar los salarios (ya empiezan a desdoblar los pagos) en lo que resta del año. Como Juan Schiaretti coqueteó con vecinos (Binner, Busti, dialogó con Reutemann), no pudo obtener la visa del Gobierno nacional para emitir un bono que lo alejara de los apremios económicos. Lo prohibió Cristina, como en su momento hizo lo mismo Domingo Cavallo con Eduardo Angeloz, precipitando luego su renuncia.
Además, por si no alcanzara, lo ha cobijado a José Manuel de la Sota como alternativa cordobesa, quien obviamente se allana a los criterios de Néstor por cuestiones ideológicas y no por lo que, en otro momento, cuando revistaba en otra categoría, un día saltó de bando bajo la excusa: “A mí también me gustaría tocar una billetera”.
Igual, para que no desespere Schiaretti, esta semana le habilitaron una partida millonaria para salvar el mes, práctica que se volverá hábito con todas las provincias en los próximos meses, un goteo del cual los volverá vasallos de la Casa Rosada a menos que opten por una independencia que habrá de concluir en default social.
General de mil batallas
Otra del generalísimo, la de los réprobos y elegidos. Ya pasaron por la alfombra roja presuntos rebeldes como Mario Das Neves, convirtiendo sus propuestas de aspirante presidencial en una caricatura, y hasta los hermanos Rodríguez Saá, quienes después de seis años quedaron seducidos primero el senador con Cristina y, luego, el gobernador, más sensible, seguramente embriagado por sus perfumes. Repiten, como todos los que se incorporan al desfile oficial, el mismo argumento: estamos para preservar la continuidad, velamos por la institucionalidad, protegemos a la Presidenta. Como si antes no lo hubieran hecho: necesitaban una visita a Olivos para darse cuenta.
Justificativo sospechoso, igual que el de los hombres de gobierno cuando se le imputan delitos probables o corruptelas: si ustedes conocen nombres o hechos, vayan a la Justicia. Como si en la Justicia imperara el Derecho.
Alineados o perforados, vencidos o a punto de vencer, en otro rincón aparece la Corte Suprema. Silenciosa más bien, expresándose –como gusta decirse tradicionalmente– por sus dictámenes. Lo cierto es que al margen de ciertas decisiones (como el de las drogas), se permite opinar o imponer –se supone– determinados criterios.
Lo del aval a Clarín con el cable pasó casi inadvertido cuando es cuantioso, se vienen –o trata, al menos– cuestiones más delicadas con relación al poder y, por supuesto, la voluntad expresa de muchos quejosos para que alguien limite lo que los Kirchner manifiestan como normalidad constitucional. Difícil equilibrio el que van a asumir estos siete miembros, ya que a ese instituto difícilmente se lo cuestione in tótum: alguno de ellos, en cambio, puede tener basura bajo la alfombra. O, tal vez, empeñarse con el “modelo”, como los políticos.
Habrá que esperar su voz, no sus voces (operan por unanimidad, lo cual revela la penosa situación de la Justicia) en lo que queda del año, percatarse sobre algún fallo que dinamite la confianza de Néstor, el generalísimo que no permite ni un chiste sobre el poder. Hasta el momento, como se sabe, la Corte no ha tenido demasiado humor.