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DUELO Y politica

El enamorado de las contradicciones

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A un mes de su muerte, Kirchner sigue siendo un estadista para sus seguidores y un enigma para sus enemigos. Este hombre enamorado de las contradicciones, tuvo la aptitud de sembrarlas aun en su ausencia. El debate heredado bajó el tono por respeto a deudos y militantes y dejó en silencio a los que crecieron en su odio.
Tuvo virtudes difíciles de cuestionar y falencias que, hasta el momento, no se resuelven en las promesas de la oposición. Podríamos decir, sin equivocarnos, que fue capaz de recuperar el poder para el Estado en la misma medida que era su pasión ejercerlo, y logró luego acompañarlo de un conjunto de restos ideológicos que le dieron un marco trascendente a su pragmatismo.
Si su pasión por el poder se convirtió en la capacidad de recuperarlo para el Estado, su vocación por la confrontación nos deja la sensación amarga de que en lugar de volvernos más sabios, seguimos inventando nuevos conflictos.
El prodigio de su herencia se expresa en la solidez de su gobierno y en la debilidad de sus adversarios, que en su gran mayoría se sentían sus enemigos. Kirchner marcó una etapa en la política nacional, le devolvió al poder de los votos una imprescindible superioridad sobre el resto de los poderes.

Mientras la idea de la dictadura era “achicar el Estado para agrandar la Nación”, con el agregado de reivindicar el asesinato mediante el tristemente célebre “Somos Derechos y Humanos”, Kirchner supo enfrentar esa concepción y derrotarla para siempre. Si con Menem y Cavallo, la dictadura revive con el disfraz del olvido, con Kirchner esa concepción terminará vencida definitivamente. Con sus excesos y desmesuras, logró imponer una mirada donde se reivindicaba a la víctima y se denostaba para siempre al victimario. Muchos dicen que su historia no guardaba coherencia con esas consignas. Es posible, pero la realidad mide los hechos mientras los analistas se ocupan de los detalles.
La sensación de su ausencia es complicada, pero permanece una herencia en la que sus seguidores son, sin duda, la primera minoría de nuestra pobre realidad política. Es que frente a esa imagen de dolor y lealtad, queda al desnudo la pobreza de la oposición de ideas escasas y tantos candidatos que termina por no quedar ninguno.
Aceptando sus logros, es posible ejercer el derecho a la crítica que merece la sociedad que nos deja. No sólo no restañó viejas heridas, sino que se dedicó a recuperar conflictos superados, convenciendo a muchos de que lo virtuoso ocupaba un espacio forjado como simple consecuencia de encontrar al enemigo.
Enamorado del conflicto, profundizó los nuestros, y ese es también el milagro de su muerte: se lleva con él una buena parte de los odios, dejando entonces desvalidas a las fuerzas que lo enfrentaban.

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Nunca soportó el disenso. En su reemplazo, un colectivo de apoyos silenciosos se instaló en el enorme espacio de los funcionarios que lo acompañaron. Además, supo gestar un núcleo duro en torno a sus ideas y distribuyó poder entre sus militantes.
Kirchner integró el grupo de presidentes decididos a forjar la unidad del continente, pero no pudo, como en los países hermanos, retirarse a tiempo ni acceder a un consenso mayoritario como resultado de un proyecto colectivo. En esa dialéctica de aciertos y errores, Kirchner nos abandona ocupando el lugar del político más importante del presente, mientras se exageran sus definiciones en la pobreza del resto de los competidores.
Sin duda, con todos sus de-saciertos y la prohibición de expresarlos entre sus seguidores, hasta este momento del duelo del amor y de los odios, hasta este instante, su política sigue siendo la más clara que transita la realidad.

*Militante justicilista.