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duhalde, con rol clave en 2011

El enemigo inesperado

El ex presidente puede “robarle” al oficialismo la suficiente cantidad de votos como para que haya segunda vuelta: un trance difícil para el kirchnerismo.

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Se entiende el fervor patriótico del kirchnerismo por aniquilar a Eduardo Duhalde: hoy es la barrera más firme para impedir la reelección de Cristina de Kirchner. Justo cuando el partido oficial trata de envolver al peronismo en un solo paquete vía los enjuagues de Juan Carlos Mazzon y la acción directa de Julio De Vido (metáforas sobre la entrega de favores y prebendas), el ex hombre fuerte de la provincia de Buenos Aires insiste con su candidatura y la natural escisión que provoca en ese proyecto. Para él también es patriótico el esfuerzo: constituye su última oportunidad política antes de la jubilación y, además, debe ejecutar la venganza tan deseada contra quien siempre lo despreció (incluye a la esposa, Chiche) y, en su momento, hasta Cristina lo trató como jefe de una banda.

En suma, el desprendimiento duhaldista le resta votos al PJ y puede provocar una segunda vuelta electoral, en la cual Cristina de Kirchner –como antes su marido– ve mermadas sus posibilidades de repetirse en el mandato. Un daño irreparable, un final azaroso por más que la aritmética consagre al oficialismo como primera minoría en la primera ronda. Con esa venenosa iluminación, pasó Duhalde por Punta del Este, casi como un rito, alojándose en el Conrad y alegando una falsa cura de sueño. Hizo, en cambio, el circuito turístico habitual de pesca, siempre rodeado por amigos de Miguel Angel Toma (el empresario Taratutti, por ejemplo, quien en otros tiempos estaba entre los afiliados al difunto Néstor por el tema aeropuertos), pegado al misterioso secretario Antonio Arcuri, buscando apoyos y recursos para su campaña, generoso hasta en las entrevistas: dialogó, por ejemplo, con el ahora senador italiano Esteban Caselli –aquel aspirante presidencial que, según él, fue elegido desde el Cielo por un papa ya muerto–, quien en la ocasión le prometió la cercanía del “Cavalieri” Berlusconi si le concedía alguna atención concreta. Palabra de camarlengo. Como siempre, “Negro” se remitió al habitual “dejámelo pensar”, mientras prepara oficinas en la avenida Santa Fe.

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Asombran, eso sí, las peleas en su entorno. Unos lamentan que aún no se ha lanzado como rezan los salmos y se irritan con su filosofía futbolística del “paso a paso” que a duras penas lo mantiene en la superficie. Otros no empeñan esfuerzos suficientes por si aparece Carlos Reutemann y desarma la estantería (gravitantes santafesinos anticipan aún ese milagro religioso), y además de reprochar inmovilismo, también critican la influencia de colaboradores como Toma, Luis Barrionuevo o Julio César Aráoz, quienes auspician una renovación absoluta del tradicional elenco bonaerense con figuras nuevas como Martín Redrado o el rabino Segio Bergman. Hombres de cierta edad como Roberto Lavagna o Carlos Brown parecen encabezar esas críticas.

En ese esquema ardiente, casi devaluatorio, de un Duhalde que como nunca antes piensa en la presidencia, hay quien lo imagina –cuando los números no le sean propicios– adhiriendo a una futura alianza con Mauricio Macri (Ramón Puerta) y otros audaces como Barrionuevo, que lo sueñan en un pacto con Daniel Scioli (por el momento, ceñido con reservas a la obediencia de la Casa Rosada). En el Gobierno, preocupa esta eventualidad: para desacreditar a ambos, suelen difundir entrevistas secretas entre el gobernador y su ex mentor y colega de ajedrez (cuando, en verdad, hoy el precavido Scioli sólo comparte trebejos con el especialista en menudeo cárnico Alberto Samid). Nadie sabe lo que ha cosechado Duhalde en el balneario, sí importa rescatar una anécdota de su cercanía: al comentar una investigación histórica de Clarín, sobre el pedido confeso de los Montoneros a Carlos Menem para conseguir una anmistía, previa a cualquier reclamo militar, un veterano de la época comentó: “No sólo pidieron esa gracia en un viaje a París, allí también hubo un gesto, un aporte pecuniario con esa finalidad; por lo tanto, lo grave no es el pedido, sino la miserabilidad de pagar por ello”. Cuando se habla de dádivas o venalidades, ya se sabe a quién se refieren.

No es Duhalde el único que padece internas. Más las sufre el recién bautizado Ernesto Sanz, otro pretendiente al sillón máximo, quien antes de pronunciarse candidato ya fue considerado como “el hombre del establishment”. Típico de radicales que copian ejemplos peronistas, descalificar para ungir a otro, en este caso a Ricardo Alfonsín, como si la confrontación actual fuera ideológica y comparable a la del padre con Ricardo Balbín y Fernando de la Rúa. Le endosan al tardío mendocino contar con el presunto apoyo de Techint, la misma organización que, en su momento, sostuvo a Raúl Alfonsín, a Elisa Carrió y a Graciela Fernández Meijide, aduciendo que hoy está inquieta por su continuidad en los negocios locales –aunque menos que el Grupo Clarín o el diario La Nación– por si Cristina repite otros cuatro años.

De ahí que los candidatos brotan como consecuencia de las idas y vueltas empresarias, incluyendo la farsa armada del pacto social, el que esta semana puede registrar una fotografía pero sin la firma cierta de los protagonistas. En rigor, se apunta a una manifestación de deseos y retórica, la promesa a no cumplir del 20% de aumento salarial en el año. Para la popular, claro. Mientras, otra interna se desata: luchan los grupos y personajes por encabezar cámaras u organizaciones. Como el caso de la UIA, que debe renovar autoridades en marzo, y para la cual ya se perfilaron dos postulantes: el sempiterno José Ignacio de Mendiguren, y Ariel Kaufman, de Arcor, enlazado con Techint. Esta variante ofende al Gobierno y, por lo tanto, surgió una teoría a cargo de Javier Madanes (Aluar) y el aún vigente Carlos Pedro Blaquier (se suman Cristiano Rattazzi; Carlos Wagner, de la Construcción; Hugo Sigman, de los laboratorios, entre otros), quienes propugnan postergar los comicios y mantener en el cargo a la comisión actual. Dicen que es una forma de marginarse de los conflictos y que los industriales no compliquen un proceso económico que los favorece. Casi las mismas palabras de Julio De Vido.