“¡Diablo alado, no hables más! dije, dando un paso atrás; ¡Que la tromba te devuelva a la negrura abisal! ¡Ni rastro de tu plumaje en recuerdo de tu ultraje quiero en mi portal! ¡Deja en paz mi soledad! ¡Quita el pico de mi pecho y tu sombra del portal!” Dijo el cuervo: Nunca más”.
De El Cuervo, Poema de Edgar Allan Poe (1809-1849)
Se confronta primero, y se negocia después. Lo hacen todos. Ya lo vieron a Obama llamando a Hillary después de haberse dicho de todo en la campaña, a Humbertito Grondona gestionando la reunión cumbre de su papi con Ruggeri, a Rico con Néstor, a Sofovich hablando con Rial o a Lilita pensando que hoy ni el ocurrente Solá ni el vice negador están tan lejos de su pensamiento. Riquelme –educador de plateístas bravos y hermano de barras de tierno corazón– es tan amplio como los líderes del mundo. No busca amigos en sus filas, pero eso sí: exige obediencia absoluta respeto a su liderazgo. Una vez disciplinada la tropa, él se pondrá a la cabeza para conducirlos hacia la victoria final. Los demás no lo pueden ni ver, es verdad; pero se lo bancan igual y le siguen la corriente con tal de alcanzar la gloria deportiva y cobrar esos premios tan bonitos. Es dura la vida del legionario. Ahora, según parece, el equipo la va a tener más fácil contra un Tigre resucitado, pero esta vez jugarán sin su líder y conductor. Mmm... Veremos que onda.
¿Así que a Boca le convenía empatar? Minga. No hay caso; estos tipos pueden detestarse en la intimidad, pero en la cancha parecen Los 12 del patíbulo; heroicos, generosos, ganadores, con voluntad de poder. Es cierto que así dejaron con alguna chance a Tigre, pero con solo empatar ya está. Listo. Campeones otra vez y agarráte. El enganche melancólico nos dará lecciones de periodismo, de convivencia, de justicia y de cómo pegarle a la pelota; Ischia creerá que no es tan imposible quedarse en su silla, Migliore y Boselli maldecirán su suerte y Palermo sabrá que si pretende participar con chances en la interna más divertida de la política argentina deberá seguir haciendo goles, como siempre. Si no, va muerto.
Señores, finalmente lo hemos logrado. Hacerse de una entrada para estas finales –no por exceso sino por falta– fue un acto de heroísmo, de enorme fortuna, solvencia económica o excelentes contactos. La masividad fue jibarizada por culpa del pánico que cualquier multitud despierta en nuestros balbuceantes funcionarios. Es obvio que ya les resulta imposible controlar a esos simpáticos energúmenos a sueldo que todos conocen de memoria y saludan, con más o menos disimulo, en las tribunas, en actos políticos o asaditos a beneficio.
Mientras la gente se amuchó como sardinas al lado de tribunas vaciadas por “precaución”, las ambulancias llegaron en cámara lenta para asistir a Silvera y Forlín, y los médicos luchaban contra una puerta cerrada para acceder a una tribuna y atender a espectador desmayado. Si no fuese dramático sería hasta gracioso. En fin. Nada nuevo bajo este solcito de verano, compatriotas.
El fútbol es caprichoso y un fantástico encantador de serpientes, pero en una final las cosas son indisimulables, como en el sexo y los programas en vivo. Todo cambia en un segundo. Igual que Cristina, cualquier defensor puede llegar fatalmente tarde. Quedar pagando por ir a buscar el juego lejos, como Macri; irse de boca como Kirchner si un cambio no funciona o –lo peor– tener un arquero que no retiene, como Bush. Zapatazo y adentro. ¡Santo Muntazer al-Zaidi, Batman!
Las finales son otra historia. Menos mal. Boca y San Lorenzo se vieron las caras ayer sin que pesaran los antecedentes de paternidad ni aquel ominoso 1-7 de local en tiempos en los que la moneda no abundaba y Tinelli sólo pensaba en levantar su rating post Mundial con un novedoso show de baile, canto, sueños y gerundios. Las finales son lindas, aunque le peguen con la canilla y se maten. Emocionan.
A San Lorenzo se lo vio extrañamente respetuoso con su rival en el primer tiempo. Después directamente enloqueció. El chico García les regaló un golcito absurdo pero ni así. Pitu Barrientos berreó todo el partido en lugar de generar juego; Muy solo Solari –dicho esto sin intención de hacerme el gracioso–, Bergessio sin control, Silvera out, Chávez desgarrado antes de tocarla, Aguirre expulsado y Menseguez ausente. Todo mal. Un equipo atado, nervioso, impreciso, impotente. Perdieron siempre.
El resucitado Ave Fénix de Diego Cagna, el equipo de la Patria Antibostera, deberá mejorar mucho si pretende ganarle a Boca por dos goles de diferencia para ser campeón. Llegar sin tanta presión, tal vez lo beneficie. En la primera final sucedió lo contrario; parecían temblorosos partenaires felices de haberse colado a la fiesta del poderoso. Mereció irse goleado. Pusieron ganas, es cierto, pero no pegaron una. Sus estrellas se apagaron de pronto: Morel ni la tocó y el pobre Islas, que había dejado atrás la sombra de su hermano y colega, hizo una del viejo Luis, arquero de pocas pulgas, por decirlo de una manera elegante.
El martes es tan obvio que el favorito total es Boca, aún sin su estrella, que me permito dudar de lo que pueda pasar. Antecedentes sobran. Nunca hay que festejar por anticipado, aunque el martes seguro que todo estará preparado. Caravana a la Bombonera, fuegos artificiales y festejos ensayados. Volverán esos ridículos trencitos en medio de la cancha, las barrenadas sobre el pasto corriendo hacia la copa, las fotos obvias, el paseo en andas de San Román –Riquelme, no el de Tigre– frente a sus feligreses, el reconocimiento al humilde Ischia, el homenaje a Pedro Pompilio, las notas a Macri; el saludo el eterno Palermo, siempre presente en el alma de su pueblo... Uf.
Como si los estuviera viendo, mire.