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El escándalo de la redistribución

Hace unas semanas recibí el informe trimestral de Nación AFJP donde durante los últimos años fueron a parar mis aportes jubilatorios correspondientes a mi sueldo como trabajador del Estado y también los de los sueldos que alguna vez cobré en la actividad privada.

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Hace unas semanas recibí el informe trimestral de Nación AFJP donde durante los últimos años fueron a parar mis aportes jubilatorios correspondientes a mi sueldo como trabajador del Estado y también los de los sueldos que alguna vez cobré en la actividad privada. Alarmado, comprobé que quedaban sólo unas monedas en la cuenta. Llamé por teléfono de inmediato a la administradora y una señorita muy amable me explicó que los fondos habían sido retirados por la ANSES e incorporados al sistema de reparto, dado que mis aportes (“yo”), según la ley tal, ahora formaba parte de los regímenes especiales. Recibí de mal talante la noticia, porque nunca había sido advertido sobre esa transferencia y me pareció que la operación podía ser tildada lisa y llanamente de confiscatoria, sobre todo porque el retiro había afectado a la totalidad de los fondos y no los que, en todo caso, correspondían al cargo “especializado”. Lo que todavía aparecía en mi cuenta, se me explicó, era una devolución de comisiones mal liquidadas y seguramente habría de ser objeto de la rapiña real antes de fin de año.

Consulté a mis compañeros de trabajo y nadie sabía nada sobre el tema y, además, todos confían ciegamente en el sistema de reparto porque el otro, diseñado por los ideólogos de Menem, les parece éticamente inaceptable. Puedo compartir esa convicción ideológica, pero lo cierto es que mis dineros se perdieron en la caja común a la que el Tesorero Real recurre cada vez que necesita pagar algún souvenir o tranquilizar a los buitres que todavía atesoran bonos argentinos.

Transmití mi alarma a mi mamá, jubilada 100% oficialista, que no hace sino aplaudir todas las ocurrencias estatales. Me comentó que estaba iniciando una demanda precisamente por su jubilación, que en los últimos tiempos ha alcanzado niveles escandalosos de miseria (lo sé, porque contribuyo principalmente a su sostén). Ella calcula que lo que cobra representa un 25% de lo que deberían estar pagándole (tiene “papeles”, dice, que lo demuestran). La nueva ley de movilidad no la ha convencido (¡cómo podría!), dado que los porcentajes que se le aplicarán el año próximo no le alcanzarán ni para amortizar los crecientes costos de los medicamentos que necesita.

Le dije que no se preocupara, porque ya me buscaré otro trabajo para poder solventar sus adicciones farmacológicas. En cuanto a mí, quiero creer que mis hijos se harán cargo de mis necesidades. ¿Siempre habrá un Tesorero Real que confisque nuestros aportes jubilatorios?