COLUMNISTAS

El escritor que sueña

En el suplemento literario de Le Monde (o mejor dicho, no en el suplemento literario, que no existe, sino en el clásico suplemento de los jueves llamado Livres –libros– dedicado por completo a reseñar, comentar y discutir las novedades editoriales) apareció un interesante reportaje a Fanny Dechanet-Platz, autora de L’ écrivain, le sommeil et les rêves (El escritor, el dormir y los sueños), su tesis de doctorado, reconvertida en ensayo literario y publicado recientemente por Gallimard.

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En el suplemento literario de Le Monde (o mejor dicho, no en el suplemento literario, que no existe, sino en el clásico suplemento de los jueves llamado Livres –libros– dedicado por completo a reseñar, comentar y discutir las novedades editoriales) apareció un interesante reportaje a Fanny Dechanet-Platz, autora de L’ écrivain, le sommeil et les rêves (El escritor, el dormir y los sueños), su tesis de doctorado, reconvertida en ensayo literario y publicado recientemente por Gallimard. En un momento de la entrevista le preguntan: “En su libro pone en escena la figura del durmiente literario. ¿Es una manera de colocar en un mismo plano la experiencia literaria y la experiencia real, mezclando así los diferentes durmientes posibles?”. A lo que responde: “Absolutamente. Esa es la paradoja del dormir, que es a la vez individual y universal. Individual porque nadie puede dormir en lugar de uno, universal porque a todos nos concierne esa experiencia cotidiana”. La relación entre literatura y sueños es tan vieja como la propia literatura y los propios sueños (y probablemente tenga en el surrealismo su punto máximo), pero en cambio es poco estudiada la relación entre ese par (escribir/soñar) y su mediación necesaria: dormir.
En El espacio literario Maurice Blanchot, como de costumbre, escribe unas páginas notables. En un apartado llamado El dormir, la noche, describe al acto de dormir no como un gesto de desprendimiento, de abandono de uno mismo, sino al contrario, casi como un trabajo, una labor: “Dormimos de acuerdo con la ley general que hace depender nuestra actividad diurna del reposo de nuestras noches (…) nos entregamos a él como el dueño se confía al esclavo que le sirve”. Así, dormir es un acto previsible (“no es de ningún modo un escándalo”), expresa sólo la capacidad de retirarnos del ruido cotidiano, de las preocupaciones diarias (“asombrarse de volver a encontrar todo en su lugar al despertarse es olvidar que nada es más seguro que dormir”). Y luego Blanchot avanza, incorpora un matiz no menor, formula una pregunta clave: ¿Qué ocurre cuando se duerme mal? “La gente que duerme mal siempre parece más o menos culpable: ¿qué hacen? Hacen la noche presente”. Aquí el sujeto se vuelve inconveniente, el sueño pierde su estatuto de normalidad, y las cosas comienzan a transformarse: “Dormir mal es, justamente, no poder encontrar su propia posición”. Mientras que dormir “es una negación del mundo que nos conserva al mundo y afirma al mundo”, no poder dormir o dormir mal, en cambio, implica “volverse y revolverse en la búsqueda de ese lugar verdadero del que sabe que es único”. Finalmente, termina Blanchot con una frase perfecta (perfecta en su paradoja radical): “De noche, la esencia de la noche no nos deja dormir. En ella no se encuentra refugio en el dormir. Si no dormimos, al final el agotamiento nos infecta; esta infección impide dormir, se traduce por el insomnio, por la imposibilidad de hacer del dormir una zona franca, una decisión clara y verdadera. En la noche no se puede dormir”.
Entre nosotros, Arturo Carrera y Teresa Arijón publicaron hace unos diez años un bello volumen titulado El libro de las criaturas que duermen a nuestro lado, donde compilan decenas de poemas, frases y fragmentos sobre ese acto. Entre ellos, hay uno de Marina Tsvetaieva que siempre recuerdo: “Mi madre tenía un don: en plena noche podía poner a tiempo el reloj cuando éste se había parado. En respuesta a su silencio (en lugar del tic-tac), por el que probablemente se había despertado, movía las manecillas en la oscuridad sin ver”. En el insomnio o en el despertar brusco quizás se encuentre el secreto del escritor que sueña. Aquí ya estamos lejos del lugar común, del recorrido trivial (dormir, soñar, escribir) y cerca de su negación: escribir y no poder dormir como tentativa de llevar al extremo esa forma de inadecuación ante el mundo llamada, de vez en cuando, literatura.