El diccionario de la RAE define la palabra espanto con varias acepciones. La primera es “terror, asombro, consternación”. La cuarta, considerada en desuso pero muy probablemente la de mayor importancia en el pasado, adquiere una vigencia presente en estos tiempos del mundo bajo riesgo: “Amenaza o demostración con que se infunde miedo”.
Una imagen que define el espanto sin palabras pero con la enorme expresividad de las grandes obras de arte es El grito, cuadro pintado por el noruego Edvard Munch en 1893, aunque las ideas que enmarcaron su creación venían madurando desde un año atrás. El propio Munch hizo una crónica de lo que le pasó para llegar a una pieza tanto expresiva cuanto angustiante: “Iba por la calle con dos amigos cuando el sol se puso. De repente, el cielo se tornó rojo sangre y percibí un estremecimiento de tristeza. Un dolor desgarrador en el pecho. Me detuve; me apoyé en la barandilla, preso de una fatiga mortal. Lenguas de fuego como sangre cubrían el fiordo negro y azulado y la ciudad. Mis amigos siguieron andando y yo me quedé allí, temblando de miedo. Y oí que un grito interminable atravesaba la naturaleza”.
Algunos diccionarios etimológicos –que atribuyen el origen de la palabra espanto al italiano– resumen que el vocablo se refiere “a un pavor, miedo, terror, horror, sobresalto, alarma, pánico, consternación y asombro”. Invito al lector a elegir cualquiera de estas palabras y adjudicarlas a lo que nos pasa desde que la pandemia de Covid-19 ocupa buena parte (casi todo) del espacio de nuestras vidas en los tiempos que corren.
El espanto, entonces, es lo que sintetiza sentimientos encontrados y parece haber tendido un puente entre ambos extremos de la grieta. “No nos une el amor, sino el espanto”, dice el penúltimo verso del poema Buenos Aires, de Jorge Luis Borges. Tal vez allí se pueda encontrar respuestas a las inquietudes que plantean los lectores Otto Schmucler y Diana Scialpi en las cartas que se publican en la página anterior. Ambos, con planteos diversos y palabras distintas, manifiestan su inquietud por dichos y actitudes expuestos por el Presidente, buen parte de su equipo y algunos sectores del oficialismo y la oposición, que parecen haber corrido el velo de las coincidencias aplaudidas desde que la pandemia obligó a tomar medidas drásticas. Cuando esto sucedió, fue en verdad asombroso y a la vez gratificante ver al Presidente, al gobernador de Buenos Aires y al jefe de Gobierno de la CABA compartiendo la mesa en cada anuncio originado por la pandemia. Desde estas páginas se saludó el gesto como un signo de madurez, y la mayoría de los argentinos fantaseamos con un tiempo de coincidencias y un telón sobre la grieta. No contábamos, creo, con las palabras sabias de Borges: no los unió el amor sino el espanto. Y cuando el espanto va dando paso a cierta luz de esperanza, cuando –sin ignorar la gravedad de lo que viene– florecen expectativas favorables, vuelven a aparecer los exabruptos, las descalificaciones, las chicanas y los ataques abiertos, o embozados, que las redes sociales potencian y algunos medios fogonean.
No estamos acostumbrados a las coincidencias entre extremos y tampoco en posturas no extremas. Más bien, la historia nos ha mostrado –como lo señala la lectora Scialpi– que las concepciones binarias gobiernan las conductas políticas de estas comarcas. Ella, en un párrafo que fue abreviado por razones de espacio, recordaba desde unitarios vs. federales hasta Boca-River como ejemplos de la ausencia de acercamientos entre posturas diversas.
Es muy interesante observar esta realidad para no ilusionase con que todo va a cambiar en la Argentina de hoy cuando las restricciones dejen atrás tantas edulcoradas conexiones virtuales y nos enfrenten a la dura realidad de vivir sin el espanto por el coronavirus.