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El espectro es Sandino

Después de años de negociar con América Central, China se involucra en la construcción de un paso interoceánico alternativo al de Panamá, ante la impasibilidad de Washington.

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Desde el Departamento de Rivas –Nicaragua– el lunes 22 de diciembre de 2014, el empresario chino Wang Jing (42) inauguró el inicio de las obras preparatorias para la construcción del Gran Canal Interoceánico, obra monumental destinada a unir el Mar Caribe con el Pacífico. A la ceremonia asistieron el vicepresidente nicaragüense, Omar Halleslevens; el secretario de la Presidencia, Paul Oquist; el asesor de la agencia Pro-Nicaragua Laureano Ortega; y el presidente de la Autoridad del Gran Canal, Manuel Coronel Kautz. El Canal fue normativizado por la Ley Nº 840.

Wang Jing expresó por boca de un traductor que “el futuro de la humanidad se verá beneficiado con este canal”. Antes, había defendido la seriedad del proyecto: “No queremos convertirlo en una broma internacional”, dijo.

Desde el mismo principio, llovieron sobre la idea sapos y culebras. Es que a una obra que ronda los 50 mil millones de dólares y cuyo portaestandarte es Laureano Ortega, hijo del presidente de la República de Nicaragua, Daniel Ortega, ningún diario publicado en Miami y destinado al público hispano le puede negar la sombra de un escándalo. Ortega padre es uno de quienes desplazaron del poder, por las armas, al sangriento dictador Anastasio “Tachito” Somoza Debayle (el 16 de julio de 1979) y a su primer ayudante, el general Rafael Adonis Porras Largaespada, a la cabeza de una larga lista.

Luego, se añadieron el hecho de que Wang Jing carece de experiencia en este tipo de proyectos (en Nicaragua se lo conoce como proveedor de servicios de telefonía básica) y que la empresa elegida para el desarrollo (HKND Group) no ha despejado las dudas sobre sus aptitudes en agua, puertos, dragado, seguridad, recursos humanos y maquinaria de construcción.

De manera aluvional, se abalanzó sobre el Canal Interoceánico (del que el “gran visionario”, hace ochenta años, fue Augusto César Sandino –Yader Prado Reyes–) una plaga de eventuales calamidades: la larguísima concesión a HKND para construir y administrar (cincuenta años prorrogables por otro tanto); la sustentabilidad ecológica, sobre la que todavía no hay información oficial (el canal disecciona 18 ecosistemas, el Corredor Biológico Centroamericano y el lago Cocibolca o de Nicaragua, el mayor depósito de agua del istmo, poniendo en riesgo su potabilidad por la intervención y por el paso de portacontenedores de 25 mil TEU –un TEU es más o menos un contenedor–, barcos graneleros de 400 mil toneladas y petroleros de 320 mil toneladas); la falta de claridad sobre el financiamiento (Paul Oquist, secretario de la Presidencia para las Políticas Públicas, dijo que habrá “financiamientos arco iris”, abiertos al mundo); y la aprensión de los campesinos ante las expropiaciones de sus propiedades ubicadas en lo que será la ruta del proyecto (se calculan unas noventa mil manzanas; según grupos ambientalistas, unas treinta mil personas serían afectadas). Entre otras contrariedades.

Si bien es cierto que desde Nicaragua se ha dicho (Manuel Coronel Kautz) que el canal “debe construirse” porque el tráfico marítimo mundial aumentará “42,2% entre 2011 y 2025”, y entre 60% y 70% del transporte “se realizará a través de los buques más grandes, con capacidades mayores de 10 mil TEU”, voces autorizadas han replicado que semejante obra “en el mejor de los casos podría costar entre 65 mil millones de dólares y 70 mil”. Así, “no dan los números”. La búsqueda de la verdad, a veces, se inmola en el altar del color local.

El Granma del 25 de diciembre da la versión cubana de la puja entre las vías: “Construiremos el canal avizorado por Sandino, afirman en Nicaragua”, es el título; cita declaraciones a Prensa Latina del historiador Aldo Díaz-Lacayo: “La construcción de un canal interoceánico en Nicaragua fue avistada por Augusto César Sandino (el ‘General de Hombres Libres’) y nos corresponde a nosotros hoy llevarla a cabo”.

Cuba, esa isla entrañable y paradojal donde, como dice el agudo analista Ricardo Ottonello, “los inconformistas son aspirantes al consumo y los ancianos declaman sobre un Hombre Nuevo”.

En Nicaragua, no sólo hay aprensión en un sector de la población que habla de “la ignominiosa entrega de Nicaragua” a China, a espaldas de los intereses nacionales. También hay animación. El presidente del Consejo Superior de la Empresa Privada (Cosep), José Adán Aguerri, apoya la iniciativa. No hay sector del país donde los empresarios no vean un impacto positivo (turístico, agropecuario, comercial, construcción).

El vicepresidente Halleslevens expresó que el proyecto persigue “sacar a Nicaragua de la pobreza” e impulsar la economía del país hacia tasas de crecimiento anual del 8% al 12%. El PBI local es de aproximadamente 10 mil millones de dólares.

Por comenzar, se calcula que serán necesarios cincuenta mil empleos en la etapa de construcción, además de entre cuatro y cinco trabajos indirectos por cada uno formal (250 mil puestos más). El Canal –de 278 kilómetros, con una anchura de unos 520 metros, y una profundidad que variará entre los 27 y los 30 metros– tendrá obras accesorias, como dos puertos, un aeropuerto, una zona franca, un complejo turístico y habitacional, entre otras. El plan es iniciar la construcción a fines de 2014 y que el canal comience a operar en 2020 (los Estados Unidos tardaron diez años en construir el Canal de Panamá, que fue completado en 1914). No será fútbol, pero es tentador: “China 2014; EE.UU. 1914”.

China no está expresamente detrás del proyecto, pero en términos objetivos sus empresas suelen estar vinculadas con el gobierno; geopolíticamente pisa un patio que nunca antes había transitado; mide la dimensión de su relación con los Estados Unidos –cuya impasibilidad indica que la fortaleza excede largamente los perjuicios que pudiera sufrir– y fortalece su presencia en una región en la que ha venido comerciando frenéticamente. Y nada como despertar haciendo negocios para terminar yéndose a dormir políticamente; todo es cuestión de medida.

Alguna vez Wilde renegó por esos novelistas que encuentran a la vida cruda y la dejan poco hecha. Ciertamente, no se puede decir lo mismo de lo que intentan Ortega y Wang Jing.