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El espejo de otras crisis

Cuando la democracia sufre turbulencias, la mejor garantía es la institucionalidad. Argentina, en deuda.

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ERA DE TEMER | PABLO TEMES

Emmanuel Macron acaba de demostrar que cuando fracasan los partidos, se polariza una elección y surgen dudas respecto de la gobernabilidad, un liderazgo democrático, innovador e inteligentemente transgresor puede sorprender a su país y a todo el mundo. El recientemente electo presidente francés aplicó una fórmula política que promueve el consenso, la moderación y la posibilidad de reconstruir un sistema político hasta hace poco fragmentado e inmóvil. Armó en su gabinete una verdadera selección política: convocó a representantes de diferentes vertientes ideológicas, equilibró la vara de la equidad de género y hasta mandó a verificar fiscalmente a sus ministros para evitar sorpresas desagradables.

Su juventud e inexperiencia aparecen compensadas por una sabiduría que refleja tanto su formación intelectual como el magma de cultura democrática acumulado a lo largo de la V República y el proceso cooperativo e integrador que dio luz a la Unión Europea. Si esta apuesta resulta exitosa, se ratificará un axioma a menudo olvidado: los problemas de la democracia se resuelven con más y mejor democracia.

En otra de las grandes democracias de Occidente, la crisis se profundiza a un ritmo arrollador. No queda claro si la disfuncionalidad del gobierno que asumió recientemente es tan extrema o si se trata de las reacciones de un establishment político y mediático que aún no se resigna a convivir con un personaje en el que ven condensado todo lo malo que siempre tuvo esa sociedad. El último escándalo se disparó cuando Donald Trump despidió al titular del FBI, James Comey, que avanzaba en una comprometedora investigación sobre los vínculos y motivaciones entre su equipo de campaña y Rusia. Jeb Bush, ex gobernador de Florida y rival de Trump en las primarias, declaró que, como había advertido en su momento, se trataría de un “liderazgo caótico”. Y el propio Rick Santorum, otro circunspecto precandidato y ex senador republicano de Pennsylvania, advirtió que “esto no puede seguir así”. En este contexto, el Departamento de Justicia designó a Robert Mueller, el prestigioso antecesor de Comey, como fiscal especial para investigar estos sospechosos vínculos. Tiene independencia absoluta del Poder Ejecutivo y capacidad de presentar cargos en su contra.

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Algunos apuestan a que esta dinámica de polarización se profundice y termine en un impeachment. Trump parece haber entendido el mensaje: el principal candidato a liderar el FBI es Joe Liberman, ex senador por Connecticut. A pesar de su estilo personalista y su propensión por los escándalos, Trump podría estar domesticándose de forma gradual para terminar dominado por su partido y adaptado a las reglas establecidas por un sistema político al que se proponía refundar. En cualquier caso, las instituciones formales e informales serán capaces de contener, procesar y orientar esta coyuntura crítica sin igual.

 Decime qué se siente. Otra situación compleja en la que la infraestructura institucional brinda soluciones e ilusiona con una eventual regeneración es la que atraviesa Brasil. El Poder Judicial impulsa una investigación sin precedentes, que pone de manifiesto la versatilidad y la profundización de redes de corrupción que, en conjunto, constituyeron un sistema cleptocrático que abarcó a casi toda la clase política y empresarial. Veremos si Temer logra resistir o termina más temprano que tarde consumido por la licuación de su legitimidad de ejercicio (nunca contó con la de origen). El nuevo presidente podrá surgir del voto indirecto del Congreso (muchos de sus integrantes también están sospechados de corrupción) o de elecciones anticipadas (lo que requiere un cambio en la legislación vigente).

La independencia y la decisión de la Justicia brasileña genera envidia en la Argentina. Sin embargo, siempre es más fácil destruir que construir. Mirando el ejemplo de Italia post mani pulite… ¿Podrá Brasil reconstituir su sistema político evitando liderazgos populistas, personalistas y predatorios? Necesitamos que nuestro principal aliado estratégico logre salir de este descalabro con un sistema político fuerte, previsible, estable y transparente. No queda claro que lo vaya a lograr. Tampoco lo tenemos nosotros. ¿Puede haber una integración efectiva y exitosa entre dos países que arrastran semejantes déficits de calidad institucional?

Turquía y Venezuela, en contraste, son casos en los que el orden democrático se debilitó gradualmente hasta desaparecer. En el primero, la hiperconcentración de poder en manos de Recep Erdogan y una violenta ola de represión y censuras empujaron a un precipicio a la hasta hace poco principal democracia en una sociedad mayoritariamente musulmana. Por su parte, la implosión venezolana adquirió connotaciones de crisis humanitaria: un Estado narco capturado por un régimen militarista fracasado y digitado a la distancia por Raúl Castro, somete a su población a privaciones extremas y a una ola de violencia e inseguridad propia de una guerra civil. En ambos casos, el orden institucional sucumbió por un desborde autoritario (Turquía) o por la descomposición de un burdo esquema totalitario incompetente y venal (Venezuela).

Frente a estas dos vías para enfrentar conflictos… Si hubiera una crisis en Argentina hoy, ¿la resolveríamos como Francia, Estados Unidos o Brasil? ¿O la profundizaríamos como Turquía o, peor aún, Venezuela? No es un interrogante menor: si bien no existen ahora riesgos en términos de gobernabilidad, la historia argentina está llena de crisis agudas que expresan la fragilidad institucional que nos caracteriza como nación. Si bien navegamos la del 2001/02 sin reversiones autoritarias, el sistema político aún no se recupera de ese colapso. Y lo que es peor, la agenda de reformas institucionales que debaten este gobierno y el conjunto de actores políticos, económicos y sociales que conforman la arena política argentina es lo más parecido al conjunto vacío. Es decir, a la nada misma.

En un momento de tanta incertidumbre y turbulencia en la región, el continente y el mundo, seguir ignorando esta cuestión tan básica y fundamental constituye una patética manifestación de inconsciencia, inmadurez e irresponsabilidad por parte de nuestra clase dirigente. Puede que estemos ahorrando unos mangos en la obra pública y que no mintamos más con la inflación. Pero la cuestión institucional sigue siendo la principal asignatura pendiente. En lo esencial, no cambiamos nada.