El centenario de la Gran Guerra se cumplió el 28 de julio, y el próximo 15 de agosto se cumplirán cien años de la inauguración del Canal de Panamá (que consuma el sueño de la Esfera y de la navegación cristiano-capitalista). Para festejar ambas circunstancias, el 31 de julio, el Estado Universal Homogéneo (el Imperio) pegó un salto evolutivo: la declaración de Argentina en cesación de pagos (o en default, tanto da).
El tema estaba ya previsto desde 2001, año de la debacle argentina, cuando comenzó un largo ciclo de crisis del capitalismo. En un libro que anunciaba la crisis europea de 2008, La insurrección que llega (2007), el “comité invisible” escribía que “bajo cualquier ángulo desde el que se lo observe, el presente no tiene salida”. Y agregaba: “Salido de Argentina, el espectro del ¡Que se vayan todos! comienza a acosar seriamente las cabezas dirigentes”.
Nuestra catástrofe específica se llama “guerra civil mundial”, porque nada es capaz de limitar el enfrentamiento de las fuerzas presentes. Ni siquiera el derecho, que entra en juego como otra forma del enfrentamiento generalizado, como comprobamos el 31 de julio (y esto no es una defensa de la irresponsable e ineficaz negociación llevada a cabo por el gobierno nacional).
La “guerra civil mundial” tiene un estrecho vínculo con la hegemonía del “liberalismo existencial”, según el cual se admite como natural una relación con el mundo fundada sobre la idea de que cada cual tiene su vida. El nacionalismo es una variante de esa forma de liberalismo y la política (incluso, o sobre todo, la política de izquierda) está contaminada por el liberalismo existencial. La alternativa es: o gueto (hegemonía del plano existencial) o ejército (hegemonía del plano político). La única forma de escapar a esta alternativa es la construcción permanente del lazo entre vida y política, la configuración política de una estrategia para crear otra cosa.