A world not ours, una película que se vio en la edición 15 del Bafici que termina hoy, da cuenta de una costumbre muy curiosa. En Ain el-Hilweh, el mayor campo de refugiados palestinos del Líbano, cuando llega el Mundial de Fútbol, los habitantes dividen sus simpatías entre Alemania, Italia y Brasil y alientan a sus respectivos equipos con el mayor de los fanatismos. El campo se fundó en 1948 para cobijar provisoriamente a los expulsados de su territorio por el naciente Estado de Israel. Ben Gurion los sentenció para siempre y de él se recuerda esta frase de una crueldad terrible: “Los viejos morirán y los jóvenes olvidarán”. Desde luego, nada se olvidó y las consecuencias de ese acto siguen amenazando la paz del mundo. Pero lo cierto es que hoy, quienes nacen en Ain el-Hilweh siguen sin tener siquiera la ciudadanía libanesa. No pueden trabajar y están confinados al campo de por vida. No es raro que en esas circunstancias los desprovistos de patria quieran tener aunque sea una bandera transitoria.
Pero la película muestra algo más complicado. Por una parte, esas hinchadas apócrifas terminan agarrándose a tiros como si fueran las barras bravas de la AFA. Por el otro, unos cuantos refugiados están hartos de su condición y quieren olvidarse de Palestina, de los mundiales, de la violencia y del pasado para vivir libremente en otra parte. Esto es lo que le ocurre a un tal Abu Iyad, un amigo del director Mahdi Fleifel que hoy vive en Dinamarca. Pero a diferencia del abuelo del realizador, que tiene 80 años y sigue esperando en la puerta de su casa la hora del regreso, Abu Iyad, hasta hace poco militante de Fatah, quiere escapar a toda costa de un universo condicionado por el nacionalismo y la demagogia. Harto de su exilio y de Israel, pero también de los dramas internos palestinos, quiere convertirse en un paradójico exiliado al cuadrado.
El tema del exilio nos lleva a otro documental que también se exhibió en el Bafici. El Olimpo vacío es un retrato de Juan José Sebreli centrado en uno de sus libros, Comediantes y mártires. Ensayo contra los mitos (2008), que se ocupa de cuatro íconos del populismo argentino: Gardel, Evita, el Che Guevara y Maradona. Sebreli, al menos en el film, trata a Gardel con más amabilidad que al resto y dice de él que, además de nacer en Toulouse, tenía la intención de abandonar definitivamente la Argentina que, lejos de ser el objeto de su nostalgia, le quedaba chica como a Abu Iyad el campo de Ain el-Hilweh. La película, inspirada en el pensamiento cosmopolita y antinacionalista de Sebreli, incluye imágenes del escritor caminando solo por Madrid, lejos de Buenos Aires, como si habitara un exilio imaginario, reflejo de una soledad que fue la suya durante mucho tiempo en la Argentina. Sebreli recuerda que el peor momento de su vida fue, en ese sentido, la Guerra de Malvinas. El libro y el film se sintetizan en las imágenes de la multitud eufórica, vivando a Galtieri en la Plaza de Mayo, condensación perfecta del mito al servicio de opresión política. Sebreli, como todos los que viven a la sombra del autoritarismo, la corrupción y la violencia ejercida por sus compatriotas, es un exiliado en su propia conciencia.
Sebreli, con el que siempre me costó estar de acuerdo, finalmente tiene razón. Los mitos, desde la Tierra Prometida de los judíos hasta las Malvinas irredentas de los argentinos, no han creado más que odio y miseria y han sido vehículos para la prepotencia, la xenofobia y la corrupción. Ni el deporte puede reclamarse a salvo de traer desgracias con sus pasiones. El sueño de la sinrazón también engendra monstruos.