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COCCA, EL DT QUE PREFERIA PERDER EL CLASICO Y SALIR CAMPEON

El extraño caso de la profecia autocumplida

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“Acaso lo que digo no es verdadero, ojalá sea profético”
Jorge Luis Borges (1899-1986); línea final de “Los conjurados” (1985).


No recuerdo, desde el dilema con que ciertos adultos suelen torturar a los niños: “¿A quién querés más, a tu mamá o a tu papá?”, una frase tan estéril e insustancial como: “Prefiero perder el clásico y ganar el campeonato”, instalada en la inmortalidad por Diego Cocca antes del 1-2 con Independiente, eje de una asombrosa polémica que aún perdura y ya alcanzó las más altas cumbres de la vacuidad.

A ver; usemos la imaginación. Usted, don Borges: ¿preferiría no haber escrito nunca cosas como Elogio de la sombra o el Poema de los dones y tener mejor vista que un tirador olímpico? Gardel, maestro, ¿no cambiaría las llamas de Medellín por una vejez tranquila, cantando a veces en la tele, invitado por Soldán? Dígame, Oscar Wilde, ¿aceptaría tachar cada palabra de La balada de la Cárcel de Reading con tal de no sufrir esa brutal condena sólo por ser homosexual? Y vos, James Dean: ¿qué elegís: la levedad del que vive gracias a sus 15 minutos de fama o el mito eterno de una muerte joven?

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Lo que hizo fue una tontería. Cocca conoce los viscosos códigos del fútbol, los escritos y los no escritos, como para ningunear el resultado de un simple partido que, por muchas razones y ninguna buena, los hinchas viven como algo de vida o muerte. Que muchos se emocionen o vean como pintoresca y hasta exportable la muy instalada idea de que quien pierda un clásico en la cancha será maldito como Spinoza y deberá vivir escondido como un criminal o un traidor mientras dure la condena es un síntoma de cómo estamos. Muy mal.

La cosa es que, tenso o harto de esa loca presión, Cocca lo dijo. Si ganaba no pasaba nada. Pero perdió. Y los mismos que ahora lo ovacionan lo querían tirar por la ventana.

No lo culpo por fantasearlo –cualquiera cerraría ese pacto faustiano– pero sí por vomitarlo en público. No es profesional. Tampoco serio: las posibilidades de ganar un clásico siempre existen. En cambio, las de pelear un torneo, al menos para Racing, sonaban a utopía. Que el final haya sido feliz, con ingesta de perdices, copa y vuelta olímpica es, creo, más atribuible a los misterios de la fe, el amor propio y la buena fortuna que al éxito de un plan calculado hasta en sus mínimos detalles.

Es notable cómo ahora, en medio de la embriaguez de los festejos, nacen los coquistas de la primera hora, esos que preguntan, con sonrisa irónica: “¿Y ahora qué vas a decir, eh?”. Se refieren a algo que escribí aquí: que me parecía al menos poco ético que el técnico llegara con los puños llenos de verdades y jugadores de Bragarnik, su business man. Lo dije cuando flotaban en mitad de tabla, lo repito hoy que son campeones, con Bou y todo.

Cocca, por momentos incontinente, tuvo otras frases polémicas. Su hit, obvio, ha sido su profecía autocumplida: ceder el clásico a cambio del campeonato. Pero hubo otra que el éxito mutó en “genialidad táctica”, como llamaba la JP de los años 70 a las cosas que el Viejo hacía y nadie podía explicar. La dijo luego de quedar afuera de la Copa Argentina, sin anestesia: “Habrá que elegir a los jugadores con la personalidad necesaria porque parece que algunos todavía no han entendido lo que significa jugar en un club tan grande como Racing”.

Cocca jura que fue algo preparado, psicología pura: lo que provocó el estallido anímico que los llevó hacia el título. Bueh, puede ser. Me permito dudar; o al menos yo no lo recomendaría como sistema. Como decía el pensador contemporáneo Tu Sam, “puede fallar”. Y cómo.

Bronca, furor, amor propio, rabia contenida o una mezcla de todo eso, la cosa es que un día, liderado por Saja y Milito, aquel plantel herido se juramentó ganar todos los partidos. Lo increíble es que... ¡lo hicieron! Querían terminar dignamente. Fueron campeones.

Cocca admira a Menotti y suele charlar con él, aunque Menotti le aconseja que no lo diga, por su bien, porque los enemigos acechan, todavía. En mi caso, tengo mucho que cuestionarle a Menotti, pero no tanto sobre el fútbol. Me gustaba su idea, aunque el tiempo y la ausencia ya la convirtieron en inasible, brumosa, sentimental, como cualquier peronismo.

Cocca empezó intentando jugar lindo, tocando, pero –oh, sorpresa– sin un volante creativo, lo cual era bastante exótico. Dudaba Cocca, dudaba el equipo, se comieron cuatro con Tigre, perdieron el clásico y todo parecía irse al diablo, literalmente. Hasta que algo cambió.

Algo que indignó al Cai Aimar, ex técnico de la escuela de Griguol y hoy panelista, que no tolera cuando sus colegas dicen una cosa y hacen otra. ¿Qué hizo Cocca? Cerró el arco con el inmenso Saja, dos centrales como murallas y el omnipresente Videla. Como en tiempos de Simeone, sacrificó estética por renta. Algo de Milito, gol y clink caja.

Me cae bien Cocca, más allá de la crítica. Es un técnico joven, capaz, que trabaja como puede y con quien se lo permite. Zapateó en la cornisa, supo que no hay más vida si no se gana y actuó en consecuencia. Sabio para cambiar a tiempo, sanatero, pragmático,
brillante, veleta, estudioso, mediocre con suerte. Mmm… El tiempo nos dirá qué es y qué no es.

River es el mejor pero Racing ha sido un justo campeón porque peleó para serlo. A mí me alegró este título: todos saben que soy de Racing. Hincha, sí; ciego o necio, no. Veo, analizo; opino: eso sé hacer. El éxito no borra nada. No pido perdón, no agradezco. Nothing personal, muchachos.

O sí agradezco: a mi club. Por el amor insensato, los colores, la infancia, la Pulpo, las veredas de Piñeyro.

Y por Perfumo. Porque él era lo que soñaba ser a mis 10 años; cuando Dios se quedaba allá atrás, firme, el pecho inflado, cuidándonos, los ojos clavados allá lejos, en el área rival, donde los demás volaban insaciables y todos saltábamos con ellos; juntos, la misma sed.