COLUMNISTAS

El factor Massa

Un perfume: Hugo Boss. Ropa formal: Etiqueta Negra o Hugo Boss (para no desentonar con el aroma). Ropa informal: Tommy Hilfiger. El iPhone y la notebook siempre listos: el auto, el quincho y hasta el baño sirven de oficina para un hiperactivo e hiperenchufado como Sergio Tomás Massa. Aunque, ayer, Télam exageró la nota: “A pesar del sábado, Massa fue a Casa de Gobierno y repasó la agenda”.

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Un perfume: Hugo Boss. Ropa formal: Etiqueta Negra o Hugo Boss (para no desentonar con el aroma). Ropa informal: Tommy Hilfiger.
El iPhone y la notebook siempre listos: el auto, el quincho y hasta el baño sirven de oficina para un hiperactivo e hiperenchufado como Sergio Tomás Massa. Aunque, ayer, Télam exageró la nota: “A pesar del sábado, Massa fue a Casa de Gobierno y repasó la agenda”.
Que se sepa, para los descendientes directos de italianos no corre el shabat. Tampoco para los funcionarios públicos y menos para aquellos que acaban de asumir.
Que se sepa, Cristina y Néstor Kirchner pasaron todo el sábado en su residencia de El Calafate y no por eso hubo ningún cable de la agencia oficial remarcando la ausencia presidencial en Balcarce 50.
Pero, bueno, lo concreto es que a las 10.30 él ya estaba allí (tal cual lo anticipáramos en la edición de ayer), con los diarios ya digeridos y sacando pecho: tres gobernadores peronistas acababan de brindarle su apoyo para iniciar cambios en el INDEC, lo que equivale a pedir la cabeza del controvertido secretario de Comercio, Guillermo “Patota” Moreno. Dos de ellos, el chubutense Mario Das Neves y el sanjuanino José Luis Gioja, habían resultado puntales del relevo de Alberto Fernández en la Jefatura de Gabinete, y del nombramiento de “Sergito”.
Desde su desembarco en ese despacho, Massa no se despegó de José Manuel Abal Medina, quien actúa como secretario de Gestión Pública. Es decir, maneja el organigrama de la Jefatura, verdadero laberinto para un ex intendente de Tigre. Pobre Abal Medina:lo que queda del “albertismo” parece haberlo desheredado por esa nueva relación y por su ausencia en el almuerzo de despedida al defenestrado Alberto Angel. Es tiempo de “traidores” por todos lados.
Juntos, Massa y Abal se reunieron, ayer, primero con el secretario general, Oscar Parrilli, y luego con el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, que mañana a las 17 encabezará la primera reunión del Consejo del Salario Mínimo (ver página 22).
Será una semana clave para un equipo presidencial que necesita regenerar con suma urgencia la “sensación de gobierno” perdida durante la guerra con el campo, con altísimos costos para la popularidad de Doña Cristina.
También será crucial para el joven Massa, claro. Porque no perdió el tiempo, y de inmediato se encargó de alentar el clima sobre más cambios de funcionarios, empezando por Moreno y siguiendo por el secretario de Medios, Enrique “Pepe” Albistur, a quien, por ahora, sólo “se le rodeó el rancho” y se le puso fecha de vencimiento: la primavera (ver nota en esta misma página).
Por ahí debería empezar, según se lo plantea el propio “jefe de ministros”, la lavada de cara de la gestión: con “mayor transparencia” en las estadísticas oficiales y con una “relación de nuevo tipo con los medios de comunicación”.
Ese vendría a ser el maquillaje. La cuestión de fondo pasa por otro lado. La Presidenta le pidió que use todos los contactos íntimos que supo construir en su meteórica carrera con gobernadores, intendentes, diputados, senadores, punteros, empresarios de medios y periodistas para “reconstruir puentes”. Ya tiene pautadas reuniones con Alberto Fernández, Felipe Solá y Carlos Reutemann, principales lastimados por las iras K en los últimos tiempos. Aceptaría reunirse con Julio Cobos.
Con Daniel Scioli se hablan casi todos los días, lo mismo que con Daniel Hadad. A todos les llevará la idea (para que se implemente y se difunda) de entablar una “tregua” que le permita a Cristina recuperar el oxígeno indispensable para seguir adelante, con bríos.
No es tarea sencilla. Néstor Kirchner sigue ahí, co-comandando las decisiones. “¿Y qué querés, que lo metamos en un frasco?”, dicen que dice Massa, quien ya siente en la nuca el aliento de sus principales aliados en la Casa Rosada: los ultrapingüinos encabezados por Julio De Vido, Eduardo Zannini y Parrilli, expertos en romper piernas si alguien ensaya excesivas gambetas y en limar de a poquito a quien no consideren astilla del mismo palo.
Sergio Massa tiene, en sus aparentes fortalezas, el germen de su eventual debilidad. En política, los que son amigos de todos cuentan, por lo general, con pocos amigos de veras. O con ninguno. Por otra parte, la exposición mediática permanente suele extremar rasgos histriónicos que pueden dar buen rating pero también pueden cansar a la audiencia, empezando por la que componen los propios compañeros. Astucia, de todos modos, no le falta. Ni ambición.
Lo que no le sobra es experiencia en terrenos tan resbaladizos como los que empezó a transitar el jueves pasado.
A diferencia de su antecesor y de la mayoría de los ministros, Massa se adiestró con furia en el arte de conseguir votos para sí y no sólo para los distintos líderes que lo fueron conteniendo hasta que los dejó por otros: Palito, Duhalde, Kirchner, Cristina...
Una sola cosa parece estar clara: el muchacho siempre está en campaña y le encanta ganar.