No es la primera vez que corrientes de la izquierda trotskista crecen en Argentina: el Movimiento al Socialismo (MAS) se volvió un partido importante entre fines de los 80 y comienzos de los 90, movilizaba columnas de varias cuadras en actos como el multitudinario contra el indulto de Menem y consiguió un diputado nacional (Luis Zamora) y uno provincial (Silvia Díaz, la dirigente a la que Adelina le gritó “socialismo con democracia, las pelotas” en el set de Susana Giménez). Pero sí es la primera vez que el trotskismo se expande al mismo tiempo en las provincias, en sindicatos, en los barrios populares y en los centros de estudiantes de la UBA. El Frente de Izquierda y los Trabajadores obtuvo en 2013 tres diputados nacionales, más de una decena de legisladores provinciales, concejales en varios municipios y el Partido Obrero –uno de sus tres integrantes– fue el partido más votado en la ciudad de Salta.
Otra particularidad es que, ahora, el trotskismo crece casi en solitario en el mundo de la izquierda local. El Partido Comunista, que se volvió parte del bloque K, ahora orbita casi sobre sí mismo, prácticamente desaparecido de la escena pública. Y la izquierda independiente –que venía creciendo desde 2001– se enfrascó en una serie de dilemas (como qué hacer en las elecciones y en la política institucional) y peleas internas que la dejaron muy debilitada. Finalmente, el centroizquierda se encuentra en su propio laberinto con la crisis de UNEN. Por eso los partidos del FIT pudieron quedarse con la bandera y el significante de “la izquierda”.
No obstante, no todas son flores en el mundo de los seguidores del líder bolchevique asesinado por un sicario de Stalin. Las peleas internas en el FIT –con todo tipo de acusaciones cruzadas en las prensas partidarias, pero aún con menos filtro en las redes sociales– llegan a límites absurdos entre aliados políticos que navegan en un mismo barco que encima es exitoso para sus históricos parámetros electorales. ¿Consensuar un candidato o ir a las PASO?, ¿elegir un líder histórico como Altamira (PO) o un joven como Nicolás del Caño (PTS)?, ¿apostar al trabajo territorial o al cordón industrial de la Panamericana? generan epítetos de toda naturaleza.
Es cierto que nadie va a abandonar el FIT porque sería un suicidio, como dijo Altamira. Pero eso no quita que, pese a su crecimiento, la “izquierda revolucionaria” argentina se resista a abandonar sus patriotismos de pequeño grupo, construidos al calor del aislamiento y la necesidad de sobrevivir de las últimas décadas (el PO cumplió este año medio siglo de vida con escasa renovación de sus dirigentes máximos). Por ejemplo, el PO llenó el Luna Park y el PTS Argentinos Juniors (el miniestadio) y en lugar de festejar esos éxitos se pasaron sacando cuentas –especialmente sus militantes en las redes– en una absurda guerra de fakes para dirimir viejos enconos detrás del recuento de butacas.
El crecimiento actual no es el resultado de la “línea correcta” de medio siglo sino el buen aprovechamiento de un conjunto de oportunidades políticas, incluso a pesar del hecho de que la izquierda argentina no ha hecho esfuerzos serios para adecuarse al mundo actual. No hay que olvidar, como apuntó el historiador de las izquierdas Horacio Tarcus, que el MAS de Zamora implosionó precisamente cuando estaba creciendo. “El agudo conflicto que se manifestó en esta corriente (…), no era otro que la contradicción entre secta y partido, o mejor, las dificultades que encontraba para transfigurarse de secta grande en partido chico”. Ahora la izquierda puede dar lugar a un partido/frente mediano. En ese marco, no vendría mal combinar el reivindicativismo económico con un poco más de “imaginación radical” y nuevas formas de camaradería que dejen de lado el insulto autoproclamatorio de pequeño grupo. 1.200.000 votos es una oportunidad, no un trofeo.
*Jefe de redacción de Nueva Sociedad.