COLUMNISTAS
Einstein, hiroshima y nagasaki

El fantasma de la bomba

default
default | Cedoc

“Una columna de humo asciende. Su centro es de color rojo. Debajo, un inmenso hongo se extiende. Crece más y más. La ciudad debe estar abajo de todo eso”.Testimonio de Bob Caron, artillero del Enola Gay, el avión que arrojó la bomba atómica sobre Hiroshima, citado en el libro Enola Gay de Gordon Thomas.

La imagen de Hiroshima, con sus edificios destruidos y sus relojes congelados en las 8:15 –el momento exacto de la explosión– es tan devastadora, que muy pocas veces se recuerda cómo se inició la terrible historia. Fue el 2 de agosto de 1939 y con un protagonista impensado: Albert Einstein. El científico alemán que había recibido el Premio Nobel de Física en 1921, había enviado ese día, junto a un grupo de destacados científicos judíos que se había refugiado en Estados Unidos, una carta al presidente Franklin Roosevelt para alertarlo sobre el avance del nazismo en la tecnología nuclear. Nacía el Proyecto Manhattan, el plan nuclear norteamericano.
Pero Roosevelt no creía mucho en los temores de la comunidad científica y el Manhattan no fue concebido como una prioridad para un Estados Unidos que se prepara para intervenir en la Segunda Guerra Mundial.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Hasta que los servicios de inteligencia de Occidente detectaron una reunión crucial que cambiaría el rumbo de esta trama: la entrevista que tuvieron en 1941 en Copenhague el alemán Werner Hiesenberg, que dirigía el programa nuclear nazi, y el danés Niels Bohr, que asesoraba al gobierno británico. Ambos científicos habían trabajado juntos en ámbitos académicos para investigar la tecnología atómica y también mantenían fluidos contactos con Einstein.

Bohr, que había recibido el Premio Nobel de Física en 1932 luego de ser nominado por Einstein, se despidió de Hiesenberg y viajó a Estados Unidos para confirmarle a los Aliados que Hitler estaba a punto de tener en sus manos la bomba nuclear. Esa información, junto al ataque de Pearl Harbor en diciembre de 1941, hicieron que Roosevelt reviera su decisión y diera un nuevo impulso al Proyecto Manhattan con la designación del coronel Leslie Groves al frente del programa y la conducción administrativa de Dupont y Kellogs, dos corporaciones que financiarán la construcción de la planta atómica.

A fines de 1942, Groves nombró a Julius Oppenheimer, un profesor de física de la Universidad de California, para dirigir a un grupo de científicos europeos inmigrantes, que se dedicarían tiempo completo a la fabricación de la bomba. El laboratorio central se instaló en el desierto de Los Alamos, en Nuevo México. Dos años más tarde, la producción de uranio enriquecido comenzó a incrementarse y las primeras pruebas de una implosión fueron satisfactorias para Estados Unidos. En marzo de 1945 la primera bomba ya estaba lista y el 16 de julio de 1945, “Trinity” fue explotada exitosamente en Los Alamos. 
Para entonces, los que trabajaban en secreto en el arma más mortal que el hombre haya creado, sólo tenían una preocupación: cuándo usarla. Un mes después de haber controlado la tecnología y tener preparada la bomba, Hitler se había suicidado en su búnker y sólo Japón seguía en pie de guerra, pero iba a capitular.

Harry Truman, que había asumida la presidencia luego de la muerte de Roosevelt, recibió la confirmación de que la bomba estaba lista en medio de la Conferencia de Postdam donde se había reunido con el soviético Stalin y el británico Wiston Churchill para definir el futuro del mundo. En las afueras de una Berlín ocupada por los Aliados, Truman decidió que el Manhattan, que había nacido para vencer a Hitler, fuera utilizado para amenazar a Stalin en una Guerra Fría que estaba a punto de comenzar.

El 6 de agosto de 1945, el Enola Gay B-52 se aproximaba a Hiroshima acompañada por algunas naves más. Era de madrugada y los militares japoneses no se preocuparon porque pensaron que una tripulación tan pequeña no podría ocasionar un bombardeo masivo. Hasta que un genocidio llamado Little Boy fue arrojado sobre esa ciudad ubicada en una de las principales islas de Japón. La reacción nuclear comenzó a 700 metros de altura y detonó con una temperatura de 50 millones de grados. Una bola de fuego amenazó a toda la población y luego del impacto comenzó a caer una lluvia negra, con carbón y cenizas, que sumó más dramatismo y más muerte. Tres días después sería el turno de Fat Boy sobre Nagasaki.

Unas 220 mil personas murieron por el ataque directo, la mitad falleció durante el estallido de la bomba nuclear que dibujó un hongo atómico que llegó al cielo y que podía verse a 20 kilómetros a la redonda. Cuando se enteró de la trágica noticia, Einstein mostró arrepentimiento: “Debería haberme quemado los dedos con los que escribí aquella carta a Roosevelt”.