Las relaciones entre escritores y críticos están llenas de tensiones, idas y vueltas, admiraciones secretas y silencios estratégicos. De vez en cuando, un crítico asocia su obra a la figura de un escritor, o viceversa. Por supuesto que cada uno –crítico y escritor– hace su camino con independencia del otro, pero cuando ocurre que ambos rumbos se intersectan, cuando acontece que uno y otro dialogan a lo largo del tiempo, el resultado suele ser de lo más interesante. Sin embargo, ese tipo de relación no se da muy frecuentemente. Entre nosotros, quizá la más productiva es la de Sarlo con Saer, que marcó un modo de leer la obra del autor de El entenado, y llegó al punto en el que la propia crítica estuvo en condiciones de historizar sus cambios interpretativos sobre Saer en un artículo llamado “Lectura sobre lectura”, publicado en uno de los últimos números de Punto de Vista.
Pues bien, la editorial francesa Christian Bourgois acaba de publicar en Titres, su hermosa colección de bolsillo, Porquoi j’aime Barthes (Por qué amo a Barthes), extraordinario libro de Alain Robbe-Grillet, en el que el padre del nouveau roman compila sus intervenciones sobre Barthes. Es, entonces, una operación al revés: no el comentarista ocupándose del novelista, sino el narrador dando cuenta de la relación con el crítico. De hecho, poniendo las cosas en orden, Barthes dedicó a Robbe-Grillet dos textos clave en sus Ensayos críticos, de 1964. Pero hay que decir que, antes, fue el propio Robbe-Grillet quien en Por una nueva novela, su célebre libro de ensayos de 1963, fijó el sentido de su obra, o al menos propuso una genealogía y una estética: Roussel y antes Flaubert, la sospecha frente a la idea convencional de trama y de personaje, la búsqueda de una frase fría, casi objetivista. Nada que se aleje demasiado del Barthes de El grado cero de la escritura.
Pero el libro es magnífico por otras razones. O mejor dicho, por una única razón: por el modo en que Robbe-Grillet intenta todo el tiempo esquivar, gambetear, sacarse de encima la lectura barthesiana. Y para eso, básicamente convierte a Barthes en lo que no es: novelista. Es decir, no en un crítico que impone una lectura, un sentido a la interpretación, un rigor intelectual; sino en un narrador, un escritor, un ficcionador, casi en un par. Es conmovedor ver el esfuerzo –inútil– que dedica Robbe-Grillet para librarse de su crítico amigo. Así, el texto principal del libro es un coloquio sobre Barthes (en presencia del homenajeado) realizado en Cerisy en junio de 1977. Allí Robbe-Grillet presenta una ponencia en la que –uno supone que mirando a los ojos a Barthes– afirma cosas como: “Entre tu texto sobre mi novela Las gomas y Las gomas hay una relación de novelista a novelista, y no de crítico a novelista”. Para luego avanza con la idea de que Barthes no sólo es un novelista, sino que “es un gran novelista moderno”. El asunto llega a un punto en el que, ante la incomodidad ambiente, Robbe-Grillet detiene su discurso, y se produce este diálogo:
Robbe-Grillet: ... Siento que no estás de acuerdo...
Barthes: Bueno, es que el novelista moderno sos vos.
Robbe-Grillet: No, porque ahora yo soy un novelista de los años 60 y 70, es decir que vos vas a ser el novelista moderno de mañana...
Ocurre que Barthes, que en ese 1977 había publicado sus Fragmentos de un discurso amoroso, coqueteaba con escribir una novela. Pero nunca dio el mal paso (no se por qué, pero tengo la sospecha de que hubiera sido un muy mal novelista). Y después, en 1980, Barthes muere atropellado por una moto. Y en 1995 Robbe-Grillet vuelve a escribir sobre él, pero ahora valorándolo como ensayista: “El era el ángel anunciador de una literatura pura y seca”. Ya había pasado demasiado tiempo, y el fantasma del crítico ya no lo asfixiaba.